Era el mayor de los idiotas. ¿En qué diablos pensaba cuando quise asegurarme que Megan había llegado a su departamento? Durante la noche puse todo mi esfuerzo en ignorarla cada vez que me quería saber sobre mí. Funcionó cuando la vi marcharse. Me sentía culpable por tener que actuar de esa manera.
Pero sabía que era lo mejor para ambos.
No podía decirle que era un miserable que se ganaba la vida boxeando, y que tuve una familia disfuncional en donde mi padre agredía a mi madre hasta que murió. No quería opacar su mente con mis problemas.
Sin embargo, no pude evitar sentirme responsable cuando salió del gimnasio. Ella no tenía por qué recibir ese rechazo de mi parte. No después de haberse portado amable a pesar de mi indiferencia. Conseguí que Derek me prestara su auto. Aproveché la oportunidad que estaba ocupado con Cecy, porque si hubiera estado en sus cinco sentidos, se habría negado.
Me sentí aún peor cuando Megan declinó mi propuesta de querer llevarla a casa. Pero entendí que su respuesta. Después de todo era un desconocido para ella. Cuando subió al taxi, consideré regresar al gimnasio y tomar otros tragos más. Eso calmaría mi frustración de haber sido tan mierda con alguien que no lo merecía.
Pero en vez de volver al gimnasio, la seguí como un maldito psicópata. Tenía la necesidad de remediar mi error. Aunque sabía que eso no lo solucionaría. De hecho, no tenía por qué estar preocupado por eso. Fui maldiciendo entre dientes mientras conducía, pero no quería desviarme a otro lugar hasta confirmar que había llegado a su departamento sin ningún percance.
De vuelta en el gimnasio, Derek estaba haciendo su trabajo con la rubia. Me dirigí a la mesa anterior y me quedé ahí por un largo rato. La inquietud que vagaba en mi interior se enfocaba en Megan. Era absurdo pero cierto. Había algo en ella que me hacía meditar las cosas con seriedad.
Estuve bebiendo tranquilamente el resto de la noche. No fue hasta que una chica apareció en mi mesa y comenzó a coquetear. No tuve que esforzarme, lo que me facilitó las cosas.
—¿Y bien, Dominic? ¿Aceptas mi propuesta o no?
Miré sus tetas, posiblemente falsas, que estaban a punto de salir de su vestido ajustado y me dije por qué no. Alejé su dedo que vagaba por mi pecho y terminé el último trago mientras me ponía de pie. Su insinuación serviría suficiente para distraer mis pensamientos que giraban en torno a un par de ojos verdes.
Antes de arrepentirme, llevé a la chica desconocida a uno de los almacenes vacíos del gimnasio y me apresuré a disfrutar lo que ella misma había ofrecido, introduciéndome por detrás. Cerré los ojos y me dejé llevar. Sacié una de mis necesidades carnales y abrí los ojos cuando terminé. La diversión no duró demasiado, pero había despejado mi mente de algún modo.
Tiré el condón a la basura y me subí el cierre de los vaqueros. La chico sonrió satisfecha y se despidió con un pegajoso beso en la mejilla. Limpiándome el lápiz labial con la mano, volví al bar. Encontré a Derek manoseando a la amiga de Cecy y le aventé las llaves de su auto. Protestó, fulminándome con la mirada y levanté los brazos inocentemente.
No tenía planeado quedarme más tiempo. Así que era hora de irme.
—Nos vemos luego. —Le palmeé el hombro y gruñó, regresando su atención a la chica.
Me desperté a las cuatro de la mañana. Estaba sudando y respirando con dificultad. Había tenido una pesadilla que más bien lo identifiqué como un recuerdo del pasado. Era frecuente la mayoría de las veces. El mismo escenario en donde mi madre era golpeada y humillada mientras yo hacía lo que podía para mantenerla a salvo.
Retiré las sábanas bruscamente, sabiendo que no lograría dormir. Me puse una camiseta y me abroché los vaqueros encima de los boxers. Localicé una sudadera negra en la silla reclinable y me la coloqué de un movimiento. Una vez que anudé las agujetas de los tenis deportivos, abrí la puerta y salí del departamento.
El cielo seguía oscuro y el vecindario estaba silencioso mientras trotaba por la acera. Los únicos ruidos que alcanzaba a oír era los ladridos de los perros desde los patios traseros. Aceleré y continué corriendo sin importarme el ardor que comenzaba a sentir en las piernas. El aire fresco que me golpeaba la cara era relajante y adormecedor.
Mantuve la velocidad por un buen rato hasta que me detuve. Aspiré aire y controlé mi pulso dando respiraciones profundas. El sudor corrió a través de mi frente, cayendo a los costados y terminándome en el cuello. Aminoré el paso y escondí las manos en los bolsillos delanteros de la sudadera. Por las calles de la ciudad, los autos transitaban de un lado a otro con la intención de iniciar la jornada del día.
Luego de esquivar a vagos que dormían en el suelo y a algunas personas que se cruzaban por mi camino, llegué al cementerio. Atravesé las puertas de hierro forjado y el suelo terroso resonó bajo mis pies mientras recorría el lugar solitario y falta de vida.
El amanecer fue haciendo su aparición en el momento justo en que estuve frente a la lápida de mi madre. Observé el árbol que estaba detrás. Hace tiempo estaba verde y frondoso, ahora estaba seco y con indicios de derrumbarse.
Me puse de cuclillas frente a la lápida y retiré la tierra para leer el nombre de mi madre, seguido de su fecha de fallecimiento. Tragué dolorosamente. No merecía haber terminado así. ¿Por qué permitió que mi padre la maltratara a tal punto que concluyó de ésta manera para dejarme con el dolor de su ausencia? No era justo que esa venda que tenía en los ojos la cegara demasiado como para no darse cuenta la clase de monstruo que tenía como marido.
Editado: 03.11.2020