Después de que Jay y yo fuimos a la universidad a tramitar el papeleo, regresamos al gimnasio. El director era el mismo, y por lo tanto, me reconoció. Él había decidido expulsarme cuando estuve en primer año, me había advertido que no me metiera en problemas ya que mi expediente estaba lleno de reportes en aquél entonces. El resultado fue la expulsión y no me quedó más que conformarme. Pero cuando volvió a verme esta mañana, se sorprendió y se molestó a la vez. Con Jay no tuvo duda, le permitió la entrada al ciclo escolar.
―Si vienes a inscribirte para meterte en problemas de nuevo, estás perdiendo tu tiempo ―me había dicho, cuando le entregué el papeleo.
Le aseguré que está vez trataría de no causar conflictos, sin embargo, no lo prometí. Solo aclaré que haría mi mayor esfuerzo. Al final accedió y aceptó darme otra oportunidad. Ya que según él, la educación no se le podía negar a nadie. Ese era su lema. También se podía leer en el recuadro que estaba en la pared.
―¡Reflejos! ―escuché gritar a Derek, justo antes de que su puño cubierto en un guante, golpeara mi mejilla izquierda.
Estábamos entrenando en el ring, no tenía nada mejor qué hacer y como todos los días, tenía que descargar parte de la ira que habitaba en mi interior. Y ésta era una de las mejores maneras en las que podía desplayarme a mi antojo, aunque recibiera golpes de mi mejor amigo.
Su ataque no había sido tan severo como se había sentido. Y eso se trataba por la careta esponjosa que tenía en la cabeza, que era para protegerla. Ninguno de los dos se arriesgaría a que saliéramos con algún hueso del rostro roto.
Me incliné, recuperando el aliento y luego me volví, propinando un golpe en su estómago. Pareció haber sido duro, porque Derek se quejó y cayó a la lona, gimiendo de dolor. Le había dicho que no entrenaría con él, dado que todavía seguía lastimado desde última pelea que tuvo con Josh.
―Idiota, te dije que no estabas listo para recibir golpes ―dije, quitándome el protector de la cabeza al igual que los guantes.
―Estoy bien ―se sentó, dejando salir un gruñido.
―Lo siento, amigo ―palmeé su hombro y sacudió la cabeza.
―Estoy bien, maldita sea ―repitió, frunciendo el ceño.
―Sigues estando sensible, Derek. El médico te había dicho que reposaras por una semana ―intervino Jay, quien estaba sentado cerca del ring.
―Pero como siempre, no haces caso ―reprendí, acusadoramente.
Él siempre aparentaba no verse dolido aunque lo estuviera. Le gustaba que los demás pensaran que era de acero y que nada lo haría sentir débil. Podría estar en medio de una cirugía sin algún sedante para el dolor, y aún así seguiría diciendo que estaba en perfectas condiciones.
―Cállense los dos, no me duele nada ―trás una pausa, se quitó los guantes y la careta. Suspiró y luego nos miró, haciendo una mueca―. ¿Pueden ayudarme? No puedo levantarme por mi cuenta.
―Pero si no te duele nada ―dijo Jay, con una sonrisa y Derek rodó los ojos, mientras abrazaba su estómago con un brazo.
Lo llevamos a una de las sillas del bar y se quejó levemente cuando se sentó.
―¿Quieres que te prendamos el cigarrillo, también? ―pregunté, cuando sacó la cajetilla.
―Déjame en paz y ve a ponerte una camiseta, tu pequeña Megan vendrá pronto y no querrás asustarla con tanta tinta de grafiti en tu piel ―y con eso me desarmó.
―¡Eh! Estás hablando de mi obra de arte ―replicó Jay, señalando los tatuajes de mi torso. La mayoría de ellos él los había dibujado, tenía un talento impresionante.
Los dejé discutiendo y me puse la camiseta. No iba a andar por ahí mostrando mis tatuajes que se resumían en una persona: mi madre. Y uno que otro que trataba el odio que le tenía a mi padre.
―¿Ahora por qué están discutiendo? ―la voz cansada de Ernest resonó por el gimnasio. Venía acercándose a nosostros. Estaba seguro que se sentía como el tutor de los tres.
―Nada importante ―dije, sentándome a lado de Derek.
―¿Ya llevaron el papeleo a la facultad? ―su insistencia me irritaría si se tratara de otra persona, pero comprendía su interés. Siempre nos había procurado desde que caímos a éste lugar.
Tomé la botella de agua y asentí, antes de darle un trago.
―Mañana comenzaremos a ser universitarios, papá ―dijo Jay divertido, y abrazó a Ernest, colocando un brazo sobre sus hombros.
―Dominic lo será por segunda vez ―aclaró Derek, dando una calada a su cigarrillo.
―Hijo, trata de no meterte en problemas ―advirtió el anciano. Sabía que se estaba refiriendo a mi, Jay no era tan temperamental en ese aspecto. Él podía darle freno a sus límites de ira, mientras yo perdía el control.
―Trataré ―respondí lo mismo que le dije al director.
―Hablo en serio, Dominic. Si vuelven a expulsarte, no tendrás otra oportunidad. Es la única universidad en la ciudad y no creo que tengas la voluntad de ir a estudiar a otra parte.
―Sí, entiendo ―dije, manteniendo la voz neutra. Por más que me molestara, tenía razón.
―No puedo esperar a que sea mañana ―miré a Jay y fruncí el ceño, al igual que Ernest y Derek.
―¿Tan entusiasmado estás de ir a clases? ―preguntó Ernest, sorprendido por la alegría de Jay.
Bufé y miré el reloj por un momento, ¿Por qué tardaba tanto?
―¿Clases? ¿Quién va estar entusiasmado para aprender? ―Jay resopló, negando la cabeza y luego su mirada brilló―. Quiero que sea mañana para empezar a promocionar mi local de tatuajes, ¿entienden? Conseguiré muchos clientes que es equivalente a billetes ―sonrió satisfecho y reí entre dientes por su astucia, mientras Ernest rodaba los ojos, arrepintiéndose en pensar que Jay se viera interesado en los estudios.
―Podrías repartir volantes ―añadió Derek, quien rió ante la mirada incrédula del anciano.
―Yo te ayudaré a correr la voz ―me uní, disfrutando de la expresión de Ernest.
Editado: 03.11.2020