Haber dejado de entrenar con Chad por las tardes en el gimnasio, se estaba volviendo aburrido. Las horas eran más lentas y lo único en lo que podía entrenerme era golpear el saco de boxeo mientras Derek y Jay conversaban en las bancas del almacen.
Sin embargo, pude ponerme al día con Ernest, quien me había advertido que cambiara mi actitud cuando estuviera en el ring. Tenía que hacer lo que sabía y punto. No podía crear un espectáculo como el anterior, en donde había bajado de la lona en medio de la pelea. Los demás esperarían que sucediera a menudo, y según Ernest, no quería que el gimnasio fuera conocido por machos alfas que pretendían llamar la atención.
No estaba de acuerdo con recibir órdenes. Había lidiado cualquier cosa por mi cuenta y me gustaba que fuera así. Pero comprendía que, en este lugar, tenía que obedecer al dueño.
—Entonces, ¿lo llamaste o no? —preguntó Derek, mirándome expectante con el cigarrillo en sus labios.
Habíamos estado hablando desde que llegué, y de un momento a otro, la conversación se dirigió al asunto pendiente que tenía con el agente Craig. Ayer, después de acompañar a Megan a su departamento, lo había llamado solo para saber qué había investigado. Dijo que estaba en ello y que me avisaría cualquier novedad. No confiaba en él aún. Podía fingir que estaba interesado en el caso como los agentes anteriores. Pero Jay no dejaba de decir que podría estar equivocado. El agente Craig no se hubiera acercado a mí si no tuviera la intención de ayudarme.
—Ha estado buscado información sobre Irwin, pero hasta ahora no ha encontrado nada —jadeé agotado y los miré a través del sudor que bajaba por mi frente.
—Ernest mencionó que tu padre tenía otra familia ¿no es así? —cuestionó Jay con cautela.
Tan sólo pensar que estaba viviendo su vida como si su pasado no hubiera existido, me enfurecía. Logró escapar de mí, pero su consciencia debía estar atormentándolo. Si es que tenía una.
—Estoy seguro que no ha dejado de beber —respiré hondo y le di otro golpe al saco—. Es posible que esté maltratando a su nueva familia. Y a pesar de que Ernest dijo que su comportamiento había cambiado, no voy a creer esa mierda.
—En eso estoy de acuerdo —dijo Derek—. Las personas agresivas jamás cambiarán.
—Pero puede haber una esperanza ¿no?
Derek y yo miramos a Jay con el ceño fruncido. No había ninguna maldita esperanza. Y de todas maneras no esperaba alguna. Sabía que Jay lo decía para hacerme sentir mejor. Él era creyente de las segundas y hasta terceras oportunidades. Pero en esta situación, no lo era. Estábamos hablando de algo grave. De la muerte de mi madre. Y no iba a convencerme de perdonarlo, porque eso no pasaría. Nunca. Aunque estuviera agonizando, me rehusaría a pensar lo contrario.
—No, no la hay —dije finalmente.
Hubo un silencio que me brindó olvidarme de los pensamientos que se relacionaban con mi padre.
—Cambiando de tema —Derek carraspeó y cuando lo miré, lo noté un poco nervioso. Algo inusual en él—. Marissa me llamó en la mañana. Ella regresó y vendrá esta noche al gimnasio.
—¿Qué hay de Cecy? —el cuerpo de Jay se volvió hacia a él.
Derek se encogió de hombros.
—Está conmigo, ¿qué problema hay con eso?
Me detuve y sobando mis nudillos, me senté en la banca que estaba frente a ellos.
—Estás consciente que ellas se encontrarán y que tendrás que dar una explicación, ¿cierto?
Me miró y vi la frustración reflejándose en sus ojos.
—Marissa ya no me interesa.
—Pero será un problema —empezó a decir Jay—. Al momento en que te vea con Cecy, intentará echar todo a perder.
Concordé con un asentimiento. Marissa era conocida por su cáracter despreocupado. Era un puta perra que engañó a Derek. Lo enamoró y después de obtener lo suficiente de él, lo dejó como un si fuera un desecho. Quiero decir, sabía que Derek tampoco era un santo, pero por lo menos, cuando se enrollaba con las chicas, era honesto cuando les decía que sólo follarían. Pero meses atrás, estuvo obsesionado con ella y tuvimos que soportar su depresión. Ahora que estaba, en cierto punto, reiniciando sus sentimientos con Cecy, ella aparecía para recordarle lo débil que había sido su innecesaria relación.
—No importa. Ya no estamos juntos. Ella no puede hacer nada.
—Claro que no —me levanté y abrí mi casillero para tomar un cambio de ropa—. Pero puede recordarle a Cecy la infinidad de mamadas que te hizo.
Hizo una mueca.
—Mierda, necesito otro cigarrillo —susurró, sacando otro de la cajetilla.
—Y un trago. Vamos —Jay palmeó su hombro y se marcharon al bar del gimnasio.
Sacudí la cabeza, compadeciéndome de él y me dirigí a los vestidores. Después de varios minutos, me sequé el cabello con la toalla y me puse los vaqueros. Aventé la camiseta en la banca y tomé el teléfono. Marqué el número de Megan y esperé pacientemente a que atendiera. Tenía la necesidad de escucharla.
—Hola, Dominic —la alegría en su voz provocó que mi corazón diera un salto.
—Hola, hermosa. ¿Cómo amaneciste hoy?
—La verdad desperté un poco tarde. Me desvelé...
—Estudiando, me imagino —la interrumpí sin poder evitarlo.
Rió y una sonrisa se plasmó en mi rostro. Realmente me encantaba su risa.
—Estás equivocado. Estuve leyendo, así que no es lo mismo. ¿Qué hay de ti?
Me abstuve a contarle la cantidad de veces que abría los ojos en medio de la noche.
—Todo bien, supongo —con la mano libre cogí los guantes y la careta, y los guardé en el casillero—. ¿Estás ocupada? Tenía planeado que fuéramos a comer o algo parecido.
Mi propósito era estar con ella, pero cuando la oí suspirar con decepción, me preparé para su negación.
—Lo siento, Dom. Estoy en el centro comercial con mis amigas. Dado que es sábado, decidimos pasar la tarde juntas.
Editado: 03.11.2020