Andrés caminaba de un lado a otro de la sala, la carta de Sofía arrugada en su puño. Su mente era un torbellino de emociones, la ira y la desesperación consumiéndolo por dentro.
Cómo había sido tan ciego, tan tonto, para creer en Sofía. Después de todo lo que habían vivido juntos, después de jurarse amor eterno, ella lo había traicionado de la peor manera. Y él, como un imbécil, había caído en su juego.
Recordó el video que le habían enviado, esas imágenes borrosas que parecían mostrar a Sofía con otro hombre. Había sido como si le hubieran arrancado el corazón con las propias manos. Todo lo que habían construido, su futuro juntos, se había derrumbado en cuestión de segundos.
Apretó los dientes, sintiendo que la rabia le nublaba el juicio. No podía perdonarla, no después de lo que había hecho. La confianza que habían construido a lo largo de los años se había hecho añicos, y Andrés no sabía si alguna vez podría volver a confiar en ella.
Sin poder contenerse más, Andrés se dirigió a la habitación, donde Sofía aún dormía, ajena a la tormenta que se avecinaba. Abrió la puerta de golpe, haciendo que ella se sobresaltara y lo mirara con ojos asustados.
—¡Levántate! —gritó, su voz cargada de ira—. ¡Tienes que irte de aquí, ahora mismo!
Sofía lo miró, confundida y asustada.
—Andrés, ¿qué pasa? ¿De qué estás hablando?
—¡No finjas inocencia conmigo! —espetó él, arrojando la carta a sus pies—. Sé lo que has hecho, sé que me has traicionado. ¡Y no pienso permitir que sigas viviendo aquí ni un minuto más!
Sofía se levantó de la cama, temblando, y recogió la carta. Sus ojos se llenaron de lágrimas al leer las acusaciones de Andrés.
—Esto no puede ser verdad, Andrés. Yo no te he traicionado, ¡todo es una mentira! —suplicó, acercándose a él.
Pero Andrés retrocedió, como si el simple hecho de tenerla cerca le quemara.
—¡No te acerques a mí! —gritó—. ¡Eres una mentirosa y una traidora, y no quiero volver a verte nunca más!
Sofía sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Intentó explicarse, rogarle a Andrés que la escuchara, pero él se negaba a oír razones. Estaba cegado por la ira y el dolor, y nada de lo que ella dijera parecía importarle.
Finalmente, Andrés la tomó del brazo y la arrastró hacia la puerta principal.
—¡Vete de aquí, Sofía! —gritó, empujándola con fuerza—. ¡No quiero volver a saber nada de ti!
Sofía cayó al suelo, golpeándose las rodillas. Miró a Andrés con ojos suplicantes, pero él ya había cerrado la puerta, dejándola sola y desamparada en medio de la noche.
Sofía se quedó allí, llorando desconsoladamente, sin poder creer que todo lo que habían construido juntos se hubiera derrumbado de esa manera. Andrés, el hombre que juraba amarla más que a nada, la había expulsado de su vida sin darle siquiera la oportunidad de explicarse.
Lentamente, se puso de pie, sintiendo que las piernas le temblaban. No tenía a dónde ir, no tenía nada más que la ropa que llevaba puesta. Pero en ese momento, el dolor y la humillación eran demasiado abrumadores como para pensar en algo más.
Sofía se abrazó a sí misma, tratando de encontrar un poco de consuelo en medio de la oscuridad que la rodeaba. Sabía que tendría que luchar para recuperar a Andrés, para probar su inocencia. Pero en ese momento, lo único que podía hacer era sobrevivir, encontrar un lugar donde pasar la noche y enfrentar un futuro incierto y aterrador.
Con el corazón destrozado, Sofía se alejó de la casa que había sido su hogar, dejando atrás todo lo que había amado. Pero dentro de ella, una chispa de determinación brillaba, una esperanza de que, a pesar de las heridas profundas, aún había una oportunidad de reconstruir su vida y recuperar el amor de Andrés.
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Editado: 23.08.2024