Hermanastro.

<Capítulo Nº3>

- No, Daniel. –negué con la cabeza. – No me gusta Nathan. No me gusta él.

- ¿Quién no te gusta? –volteé hasta la puerta de mi habitación al igual que Dan, viendo a mi hermanastro. – No me digas que estás engañando a tu noviesito. –señaló a Dan con su cabeza, mientras despegaba su hombro del umbral de la puerta.

- No es mi novio/ no es mi novia. –dijimos Dan y yo al mismo tiempo, para luego rodar los ojos.

- Hasta son goals. Dicen y hacen lo mismo. –miré a Dan al mismo tiempo que él lo hacía conmigo.

- Ashy me dijo que eras idiota, pero no creí que tanto. –dijo Dan, acomodando sus gafas. Sonreí con satisfacción al ver cómo Nathan apretaba los puños.

- ¿A quién estás diciéndole idiota, nerd? –se acercó a Dan, con la intención de tomarlo por el cuello.

- No tienes permiso de entrar a mi habitación, mucho menos de lastimar a mi mejor amigo. –dije, poniendo mis manos en su pecho para hacerlo retroceder. – Mejor vete, chico. –le di una palmadita antes de voltearme al ver que se dirigía a la puerta.

Una vez me aseguré que no oyera nada, suspiré con alivio. Más que nada porque no me agradaba mucho que Nathan se metiera en mis cosas.

- Tienes razón, está bueno. –reí un poco ante la expresión de mi mejor amigo, fingía calor al abanicarse con su mano. – Necesito un baño de agua fría, ¡oh!

Comencé a reír ante ese tonto gemido que dio, Dan se me unió unos segundos después y terminamos acostados en la cama y retorciéndonos de la risa. Extrañaba esto, estando con papá simplemente era "alguien más" en la escuela de dónde él vivía, no tenía amigos y estaba sola. Por eso prefería quedarme con mi madre. Especialmente por Dan.

- Te extrañé mucho, Ashy. –sentí cómo puso su mano en mi hombro y me atrajo a él hasta que me quedé abrazada a su costado.

- Yo también te extrañe, Daniel. –él soltó unas risitas antes de besarme ruidosamente la frente. Me abracé a su cuerpo, pasando mi pierna sobre las suyas y acurrucándome.

Una de las cosas más lindas de Dan –además de sus gafas y su hermosa personalidad – era que daba los mejores abrazos del mundo. Me encanta estar entre sus brazos y me ha dicho que le encanta abrazarme, todos felices.

Una sonrisa tiró de mis labios al recordar esa vez que yo me caí de la bici en quinto grado, Nash me abrazó y calmó, porque yo era una llorona. Terminé dormida entre sus brazos.

Sin duda mejor que cualquier cama o almohada.

 




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