Estoy con Lucía y Marcus en casa, preparándonos para ir donde Fabricio. Desde que la pequeña llegó a nuestras vidas, todo ha cambiado. Su risa llena los rincones de nuestro hogar, su presencia ilumina incluso los días más grises. Nunca imaginé que algo tan puro y hermoso podría surgir después de todo lo que hemos vivido.
Fabricio, al igual que Marcus, ama a Lucía con todo su corazón. No me sorprende; es imposible no hacerlo. Ella tiene esa energía especial, esa luz que atrae a todos a su alrededor. Es increíble cómo su existencia ha traído tanto amor, cómo ha unido aún más a las personas que me rodean. Es un recordatorio constante de que, incluso después de las tormentas más devastadoras, siempre hay un amanecer esperándonos al otro lado.
A veces me sorprendo observándola, maravillándome con lo mucho que ha crecido. Parece que fue ayer cuando la tuve en mis brazos por primera vez, sintiendo su calor contra mi piel, escuchando sus primeros balbuceos. Y ahora, en solo tres meses, cumplirá dos años. El tiempo ha pasado tan rápido que a veces me cuesta asimilarlo.
Pero, por más que la felicidad me llene en estos momentos, hay una ausencia que nunca deja de sentirse.
Paulina.
Desde que desapareció, he aprendido a seguir adelante con la vida, pero la herida sigue ahí. Hay momentos en los que logro distraerme, momentos en los que la alegría de mi hija me envuelve y me hace olvidar la tristeza, pero siempre vuelve. Siempre. Es como un eco en el fondo de mi mente, una sombra que se arrastra detrás de cada instante de felicidad.
Recuerdo claramente el día en que descubrí que estaba embarazada. Habían pasado dos meses desde que Paulina fue secuestrada. Dos meses de incertidumbre, de noches en vela, de preguntas sin respuesta que me carcomían por dentro. Y en medio de todo ese dolor, en medio de la desesperación por no saber dónde estaba o si estaba bien, mi pequeña Lucía se convirtió en mi ancla. En el recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, la vida sigue encontrando formas de abrirse camino.
Pero no dejo de pensar en lo diferente que habría sido si Paulina estuviera aquí.
Me gustaría que pudiera verla, que pudiera conocer a Lucía, que pudiera ser parte de su vida. Sé que la amaría tanto como yo lo hago, que la llenaría de historias y travesuras, que la protegería como si fuera su propia hija. Me la imagino sosteniéndola en brazos, enseñándole canciones, compartiendo con ella esos gestos de cariño que siempre tuvo conmigo.
Ese pensamiento me duele más de lo que quiero admitir.
-Amor -la voz de Marcus me saca de mis pensamientos.
Parpadeo varias veces antes de volver al presente.
-Ya voy -respondo, levantándome de donde estaba sentada.
Cuando miro hacia abajo, me encuentro con los grandes ojos curiosos de Lucía, llenos de preguntas sin hacer. Sus manitas juegan con la tela de su vestido, pero su atención está completamente en mí.
-¿Estás bien, mami? -pregunta con esa vocecita dulce y preocupada.
Me duele verla así. Ella es tan perceptiva, tan sensible a mis emociones. Siempre nota cuando algo no está bien.
Fuerzo una sonrisa y me agacho a su altura, acariciando su mejilla con ternura.
-¿Extrañas a la tía Paulina? -pregunta de repente.
Siento que mi corazón se aprieta en el pecho.
Asiento lentamente, sintiendo cómo las lágrimas comienzan a amenazar con caer.
-Mucho, nena -le respondo, acariciando su suave cabello.
Lucía asiente con un entendimiento silencioso, como si a su manera supiera que hay algo más grande detrás de mis palabras. No comprende la ausencia en su totalidad, pero sí percibe el vacío.
Cierro los ojos por un momento y me obligo a respirar profundo. No quiero que me vea llorar. No quiero que su pequeño corazón se llene de una tristeza que aún no le corresponde.
Rápidamente me seco las lágrimas y le planto un beso en la frente, sintiendo su calidez reconfortante.
-Vamos donde el tío Fabricio -le digo, intentando que mi voz suene animada.
Lucía asiente con entusiasmo. Su sonrisa ilumina su rostro y, aunque sé que su comprensión del mundo aún es limitada, me reconforta verla feliz.
La levanto con cuidado, sosteniéndola contra mi pecho mientras camino hacia Marcus. Su pequeño cuerpo es liviano en mis brazos, pero su presencia es un peso lleno de amor y significado.
Respiro hondo.
Seco mis lágrimas.
Trato de concentrarme en lo positivo.
A pesar de todo, aún tenemos a nuestra pequeña. Aún tenemos la familia que hemos formado. Y mientras sigamos juntos, habrá esperanza.
#665 en Fantasía
#3265 en Novela romántica
amor celos dolor mates, hermanastros romance enemies to lovers, mate luna vampiros hombre lobo
Editado: 20.04.2025