El torneo estaba en su auge con toda la gente que había asistido al evento de forma presencial y con toda la gente que estaba amontonada en locales de comida o en sus casas con sus amigos viéndolo pues también estaba siendo transmitido por todo el mundo y en todos los idiomas posibles.
Y era de esperarse, pues es el festival que reunía a las mejores escuelas del mundo en un solo punto para competir en diferentes desafíos y como no, el espectáculo principal, el torneo, donde los mejores competían por ver quién era el mejor, era el que ocupaba las televisiones ahora.
Incluso la Sociedad de Oro, una organización de héroes que tenía como misión proteger y salvaguardar a todos los civiles estaba atenta a los combates, buscando a los próximos héroes de entre los más jóvenes.
Y pese a que la Ciudad Central y la SDO estaban de fiesta, Mariana Kim no podía sentirse muy feliz por eso.
Al fin y al cabo la habían movido de su zona de vigilancia normal, mandándola casi hasta las orillas de la ciudad, entre la ciudad y la zona en construcción, una zona que de hecho estaba siendo demolida para poder reconstruir.
Extrañaba vigilar las calles de siempre pero también era consciente de que esas zonas podrían ser muy divertidas solo si algo pasaba.
Ella era una chica de tez olivácea, ojos castaños, cabellos castaños largos que iban sueltos aunque con una diadema de girasol sobre estos, de labios gruesos y una muy buena figura gracias al entrenamiento, además de una nariz respingada cubierta de pecas. El único problema es que no era muy alta.
Ese día llevaba un pantalón deportivo negro y una playera de estampado de corazones de un color blanco algo ajustada. Llevaba unas botas negras altas y llevaba su cinta de brazo que dejaba en claro que estaba de servicio.
Mariana no sabía por qué no era feliz, quizá porque no podía ver los combates de sus amigos o quizá porque había hecho un berrinche frente a su ex novio cuando llevo a una chica nueva a su casa, cuando ella misma lo corto y cuando ella ya tenía a un novio muy lindo.
—Deja de pensar en eso, Mariana, de todos modos no hiciste nada malo— Se maldijo a sí misma mientras caminaba.
Ella había elegido hacer rondines en varias zonas de la ciudad porque quedarse en la oficina vigilando las cámaras no le ayudaría a no pensar en nada pero como esperaba, tampoco estar sin hacer nada mientras caminaba, la ayudaba mucho.
El sonido de su celular la saco de sus pensamientos, tanto que salto un poco, llamando la atención de algunas personas que caminaban por ahí.
— ¿B-Bueno?— Respondió, sin siquiera ver quien era.
— ¡Hola, mi amor!— La voz de Bruno le hizo sonreír un poco— ¿Cómo vas?
—Hola, mi amor— Mariana respondió con la misma dulzura de siempre— Bien, como siempre, no ha pasado nada ¿Y tú? ¿Estás en tu casita? Creo que cuando termine mi turno podría caerte ¿Qué te parece?
—Me parece bien— Respondió Bruno— Aprovecho para hacer limpieza en mi depa y en traer comida porque no tengo nada en el refrigerador más que cervezas y ¿Quieres unos fideos instantáneos?
—Sí, estaría bien pero compra verduras y carne, por favor, no hacen mal de vez en cuando— Dijo está pensándoselo un poco ¡Yo puedo llegar a cocinar!
— ¿De qué hablas?— Bruno hablo un poco más alto— Yo cocinaré ¡Debo aprender así que déjamelo a mí! ¡Tengo toda la tarde para hacerlo y cuando llegues te tratare como una reina!
—Suena tan bien— Dijo está, sonriendo.
—Déjamelo a mí ¡Te veré esta noche! ¡Te amo!— Dijo esté, sonando muy emocionado.
—Bien, bien, también te amo— Dijo está y entonces ambos colgaron.
Mariana no pudo evitar sentirse emocionada por la noche pero mientras tanto tenía que seguir con su trabajo.
El tiempo avanzaba y más allá de ayudar a una vieja a cruzar la calle y a un par de niños a recuperar su globo de un árbol, no hizo más así que se fue a sentar a una de las bancas de uno de los parques de por ahí cerca.
Estaba tan vacío como esperaba.
Comenzaba a pensar que retirarse como lo hizo Santiago era lo mejor.
Y estaba claro que no debería de estar pensando en él de ninguna manera porque lo único que lograba era que tuviera ganas de gritar y de enterrarse tres metros bajo tierra pues solo podía recordar su berrinche.
Lo peor de todo es que Santiago no dirá nada sobre ello, lo que la molestaba más.
Pero tampoco es que quisiera llamar su atención ¿Verdad?
No importaba, debía pensar que esa noche tendría una romántica velada con Bruno y que quizá, solo quizá, puedan dar el paso a la adultez y sería lo mejor de la vida. De hecho, debía prepararse también por si eso pasaba.
— ¡Casémonos!— Había dicho Santiago cuando eran más niños. Quizá tendrían nueve años.
Santiago Castellanos, en ese tiempo era un niño un poco más bajo que ella, de tez olivácea, ojos negros, pestañas largas, cabellos lacios oscuros, labios delgados y unos lentes de pasta negra. Como un pequeño niño era muy tierno.
— ¿De qué hablas?— Mariana le miro con una ceja levantada— No podría casarme contigo.