La gente nunca lloraba por los huérfanos, al menos eso lo que pensaba el sujeto 120-AI, ahora llamado Joaquín mientras observaba el techo de su habitación, con cierta añoranza. Hace tiempo el habría sido el único en esa habitación con su hermano pero ya no estaba solo y de alguna forma eso lo animaba pese a la horrible situación en la que se encontraban.
Bajo de su litera de un salto para mirar a su hermano menor y a las únicas dos supervivientes del último lote de huérfanos.
Se miró en el gran espejo que estaba pegado a la pared, casi sin ningún cambio desde que llego salvo el hecho de haber crecido bastante. Casi parecía injusto con los otros niños pero tampoco podía negar que él había hecho de todo para sobrevivir.
De hecho, a D.A, a otros científicos y a cuidadores aún les parecía increíble que pese a todas las pruebas, aun fuera un muchacho agraciado, no demacrado ni desgastado de tez clara, ojos castaños, y cabellos alborotados del mismo tono, con una nariz respingada y labios delgados.
—Chicos, de pie— Les llamo sacudiendo un poco a su hermano menor que dormía en la cama de abajo— Pronto vendrán los cuidadores por nosotros.
— ¿Eh?— Ramsés tenía los ojos somnolientos cuando se giró hacia él— Ah… Si…
—Arriba, Nataly, Rubí— Les llamo Joaquín sacudiéndolas también a ellas. Ellas dormían en camas separadas.
Tocaron la puerta, lo que significaba que esta vez se levantó un poco más tarde que de costumbre. Quizá se perdió mucho tiempo en sus pensamientos y no se adelantó a los científicos.
—Vamos en un segundo— Les dijo Joaquín yendo a su pequeño baúl con ropa.
La realidad es que no tenían muchas prendas y todas eran iguales así que se limitó a ponerse algo limpio, cómodo pues como siempre, seguro ese día también habría pruebas físicas muy rigurosas.
—Ya estamos, hermano— Le llamo Ramsés.
Joaquín sonrió, entonces le acomodo algunos mechones rebeldes a Rubí detrás de su oreja y le bajo algunos mechones más— Bien, seamos fuertes como todos los días ¿De acuerdo?
Los tres asintieron.
Desde que la profesora Dulce se fue, las lecciones se volvieron más aburridas que de costumbre pues claro que el nuevo profesor no le llegaba a los talones a ella, pero en términos generales, todo era tan normal como siempre.
Si, el dolor era normal.
Aunque siendo huérfanos sin casa desde muy jóvenes, la realidad es que al menos Ramsés y él agradecían tener comida y un lugar donde dormir. Pese a que se alegraban por las otras dos, las querían, sabían que todo sería mucho mejor si solo estuvieran ellos dos.
Rubí era una chica demasiado pura para ese horrible lugar y pese a que Nataly era una persona más vivida en general, tampoco le parecía justo que estuviera ahí ¿Qué buscaba D.A en realidad?
Creía que ellos eran la epitome de su investigación.
Como siempre, fueron llevados hasta el comedor para servirles su desayuno, alto en proteínas y azucares normalmente aunque bastante bien balanceado. Al menos eso siempre aseguraba la cocinera.
—Si quieren repetir, pueden avisarme— Dijo la mujer levanto su cucharon de sopa.
—Muchas gracias— Joaquín le sonrió con amabilidad. Ahora si podían repetir porque cuando todo eso comenzó, al única verdad es que solo hubiesen terminado vomitando todo.
Eso lo aprendieron lo hermanos a la mala.
—Odio los pimientos— Susurró Rubí.
—Debes de comértelo todo, es necesario si quieres aguantar las pruebas de hoy— Le indico Joaquín, acariciando su cabeza.
—Puaj…— Se quejó la pequeña.
—Si quieres yo me lo como y también el pimiento— Nataly sonrió con actitud.
—Nataly…— Le regaño.
—Lo siento, solo decía…— Esta levanto sus manos en señal de rendición.
—Creo que yo si voy a repetir— Ramsés era un chico de buen comer así que se levantó para ir a con la cocinera quien le sirvió más comida con una gran sonrisa mientras hablaba muy alto sobre el como hizo de comer.
No todos podían ser tan malas personas o eso pensaba Joaquín.
— ¡Buenos días, muchachos!— Los saludo Dylan Alberch contemplándolos con una fingida sonrisa— ¿Están listos para algunas pruebas? Les prometo que esta vez no serán invasivas.
—Idiota— Nataly parecía querer pelear pero Joaquín la detuvo.
—Terminemos con esto, Dylan…
—Tranquilos, hoy tendrán la tarde libre, suponiendo que terminemos rápido, querida Nataly, querido ¿Joaquín? Aún no me aprendo sus nombres pero me gustan, es mejor que los números y las letras— Dylan le sonrió amablemente y dio media vuelta— Eso me recuerda, nos acercamos a su cumpleaños ¿Cierto?
Joaquín no pudo evitar hacer una mueca ¿De verdad ese tipo se acuerda de algo así?
—Aunque no lo crean, me acuerdo de esos pequeños detalles, niños— Dylan sonrió un poco sobre su hombro ante la mirada de Joaquín, que aún estaba sorprendida por su memoria— Deberían pensar que quieren de comer y quizá yo pueda conseguirles alguna clase de regalo.