CAPÍTULO UNO
«No es posible determinar qué puede considerarse feo y qué lindo, pues una opinión siempre está teñida de subjetividad y prejuicios. Al final, la opinión de la mayoría terminará por convencer hasta al corazón más noble y generoso.»
Texto extraído del libro: «Manual, La Hermandad de las feas.»
Londres, octubre 1815.
El carruaje del marqués de Garden se detuvo con una sacudida frente a la majestuosa mansión de los duques de Malloren.
Mientras sus ocupantes aguardaban su turno para descender, el padre de familia analizó con mirada crítica a sus dos hijas.
Casi podía oír el revoltijo de pensamientos que cruzaba por sus mentes y se reflejaban en sus pequeños rostros. Pensamientos que eran tan distintos y opuestos, como lo eran su aspecto y personalidad.
Suspirando resignado, acomodó los gemelos de su chaqueta y observó a la mayor de sus hijas. Ella tenía la vista fija en sus blancas manos, a las que aún no había cubierto con sus guantes. Con incredulidad, pensó que no entendía cómo ningún caballero podía apreciar todas las virtudes que su dulce hija tenía. Y que, al margen de que él las viese con los ojos de un padre abnegado y cariñoso, estas no dejaban de ser evidentes.
Para el marqués, su linda Clara era un ser maravilloso y virtuoso. Era afectuosa, noble y generosa. Era una dama perfecta. Le molestaba que ni uno de los zopencos que conformaban su sociedad fuese capaz de ver más allá de su aspecto, tal vez, imperfecto.
Por otro lado, su hija menor, Abigail, quien en ese momento movía su pierna con impaciencia, le preocupaba en sobremanera. La joven presentaba un aspecto nada favorecedor, como de costumbre. Una imagen que ella insistía en proyectar, a sabiendas de que no era la verdadera. Aunque él había decidido enfrentar un problema a la vez, o terminaría por desfallecer. Primero se ocuparía de Clara y después vería qué hacer con la menor.
A pesar de que su joven esposa, con la que había contraído matrimonio ocho años atrás, debería estar haciéndose cargo de todo lo referente a la inclusión social de sus hijas, esto no era así, puesto que Melissa había claudicado pronto, alegando que sus hijas eran imposibles y un fracaso sin remedio.
Por lo tanto, allí estaba él, recorriendo los salones londinenses y arrastrando a sus reacias hijas en cada evento social. Sabía que podía limitarse a escoger un caballero de su agrado y concertar una unión arreglada. No obstante, no debía hacerlo, pues había prometido a su primera esposa en su lecho de muerte, que velaría por la felicidad de sus hijas. Y le juró a su amada Susan que se aseguraría de que las niñas se casaran por voluntad propia.
Pesaroso, negó con la cabeza, preguntando al cielo por qué le había tocado esa suerte. Amaba a sus pequeñas, pero, a veces, la situación amenazaba con desquiciarle. Ya estaba mayor para estos trotes; a veces, tan solo quería quedarse en casa, disfrutar de su brandy y leer un buen libro.
Cuando ingresaron al salón de baile de los Malloren, detuvo un segundo a sus hijas que ya comenzaban a alejarse, para seguir la rutina de cada velada.
—Hijas, esperen un momento —dijo Edward con su habitual tono sosegado y amable—. Necesito decirles algo importante —siguió, frenando su retirada acostumbrada hacia algún rincón. Ellas se detuvieron y volvieron a mirarle con caras sorprendidas y curiosas.
—Clara, esta noche quiero que conozcas a un caballero. En seguida te lo presentaré —anunció, centrando su atención en la mayor, quien se tensó de inmediato al oír sus palabras.
—¿Es necesario, padre? No creo que eso lleve a ningún lado. Sabe que ni bien me vea, se apresurará a buscar alguna absurda excusa y huirá. Eso en el mejor de los casos —respondió Clara con su dulce voz, encogiendo uno de sus hombros despreocupadamente.
—No digas eso, hija. El caballero en cuestión es hijo de un muy estimado amigo. Solo será un momento, no pasará nada malo, ya lo verás —le alentó, con un ademán tranquilizante.
—No te preocupes, lo despacharemos rápidamente y luego buscaremos a Brianna —intervino Abby al ver el gesto contrariado de su hermana mayor.
—Bien, padre. Como desee —aceptó finalmente, siguiendo al marqués, que había iniciado la marcha en busca del misterioso hombre.
Sabía que era una total pérdida de tiempo, ya había pasado por aquello en incalculables oportunidades. Siempre que se veía obligada a interactuar con algún caballero, el resultado ineludiblemente era el mismo: Terminaba viendo la espalda de este alejándose a toda marcha en cuanto él hallaba la primera oportunidad.
Sin embargo, su padre no parecía resignarse al hecho. Ni siquiera el estar empezando su quinta y última temporada. Ya que, según las reglas sociales no escritas, se consideraba aceptable que una dama soltera atravesara un máximo de cinco temporadas sociales. Después, dicha dama quedaba relegada al puesto de solterona oficial.
El Marqués las guio hasta la mesa de refrigerios y le entregó una copa a cada hija. Clara miró a su alrededor y confirmó, una vez más, cuánto deseaba que el final de la temporada llegara, cuando por fin podría ser libre. Las invitaciones poco a poco cesarían y solo debería asistir a los acontecimientos celebrados por parientes o allegados de la familia.
Las parejas giraban en la pista, y la joven observaba la multitud de rostros. Algunos radiantes, otros hastiados. Pero todos llevaban su máscara bien colocada, esa que les obligaba a demostrar lo que no eran, que les forzaba a fingir ser superiores y perfectos. Estaba cansada de todo aquello, y agradecida de que el día donde dejaría de sufrir en estas horribles veladas estuviese cerca.
Casi podía palpar su ansiada libertad y la concreción de su verdadera pasión: la escritura. Ser una solterona le ofrecería la posibilidad de perseguir su sueño; el convertirse en escritora. Era su más íntimo deseo desde que tenía memoria. Y estaba a punto de lograrlo, pues una importante gaceta se había interesado en uno de sus escritos. Por ese motivo, era trascendental que su condición no cambiara. Ningún noble que conociera aceptaría bajo ningún punto de vista que su esposa tuviese semejante idea. Si se casaba, debería renunciar a su sueño, y eso no lo haría jamás.
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Editado: 26.06.2021