Hermandad de las Feas 1 y 2

CAPÍTULO TRES

 

 

CAPÍTULO TRES

 

 

«Solo la genuina belleza logra superar la efímera primera impresión y dejar una marca en el recuerdo del corazón más esquivo.»

Texto extraído del libro: «Manual, La hermandad de las feas.»

 

 

 

... Mi corazón está emocionado.

Mi cuerpo, enardecido.

Mi pensamiento esclavizado,

por tus ojos, bella dama, son tus ojos...

 

Marcus abrió un ojo y encontró a su mellizo despatarrado a la orilla de su cama, entonando esa dulce y odiosa balada. Colin tenía los ojos cerrados y una mano en el corazón, mientras aullaba a todo pulmón. Ofuscado, le lanzó una almohada, que le impactó de lleno en el rostro, cortando la estrofa que ya iniciaba.

—¡Oh, despertaste, hermano! ¿Desde cuándo madrugas? —preguntó con fingida curiosidad, devolviéndole la almohada con fuerza.

—Me despertó el aullido de un perro moribundo, lárgate de mi cuarto, Colin —gruñó él, atrapando el proyectil de plumas y tapándose la cabeza con él. Su hermano había corrido las cortinas y el sol de media mañana entraba a raudales en la habitación.

—Padre solicita tu presencia. El abogado no tardará en presentarse —informó Colin con tono cantarín.

—¡Maldición! —soltó Marcus contrariado, sentándose en la cama—. Estás disfrutando de esto, ¿verdad? —inquirió molesto, entrecerrando sus ojos al ver la sonrisa del otro.

—No negaré que me divierte ver al eterno libertino a punto de ser amarrado por las cadenas del matrimonio —contestó Colin, esquivando el puño que le lanzó mientras reía a su costa.

—A ti lo que te alegra es que mi apurada situación te deja libre por un tiempo para seguir disfrutando de tu soltería —gruñó Marcus, poniéndose de pie para dirigirse al biombo, empotrado en un rincón.

—Eso también... ¡Por fin se ha hecho justicia! Toda mi vida viviendo bajo una estricta educación y continua presión, volviéndome loco para que elija una esposa, mientras tú solo te ocupabas en tu vida de placeres. Ahora las tornas se han vuelto, querido hermano, y es a ti a quien van a incordiar hasta lograr su objetivo —confesó con gesto teatral y tono dramático.

—¡Ya cállate! No cantes victoria tan rápido, todavía falta saber qué ha averiguado nuestro abogado. Tengo mis esperanzas puestas en él —le cortó malhumorado, comenzando a vestirse bajo la mirada de su hermano.

—Como dijo el gran sabio: «La esperanza es la perdición de los inocentes.» —anunció Colin, con voz solemne, como si estuviese recitando la sagrada escritura.

—Jamás he oído eso ¡Te lo has inventado! —le acusó frunciendo el ceño.

—¡Claro que no! En verdad, si no fuese porque me consta que estuviste sentado a mi lado en cada lección, diría que no tuviste educación alguna —respondió ofendido, negando con su cabeza.

—¿Acaso eres mi nuevo ayudante de cámara? Porque si lo eres, puedes considerarte despedido, eres un inepto. En serio, puedes largarte, Colin —dijo, irritado por las pullas de su mellizo. Sabía a lo que había ido y no estaba de humor.

—Cualquiera diría que tú eres el hermano mayor y no al revés —bromeó Colin, balanceando sus pies, sentado en la cama.

—Porque lo soy, estoy convencido. No entiendo por qué saliste tú primero, algún día se confirmará que mi teoría es cierta. Pero es solo mirarte y saber quién es mayor. Soy más inteligente, rápido y apuesto que tú —le contestó, contento de poder molestar con algo a su hermano.

—Otra vez con esa estúpida teoría. Acéptalo, hermano, eres el menor. Nunca se comprobará semejante necedad. El bebé que sale primero es el mayor, y no hay nada que puedas hacer al respecto. Y déjame decirte que te sobreestimas, en lo único que me superas es en estructura, porque pareces un matón, mientras que yo soy el Romeo descrito por Shakespeare —rebatió irritado Colin, quien contaba con un aspecto romántico: ojos celestes, cabello rubio, cuerpo esbelto y bien formado, era el vivo retrato de su madre, Annel. Por el contrario, Marcus había heredado la anatomía fornida, los ojos y cabello negro de su padre.

—La historia me dará la razón —sentenció Marcus, ignorando su réplica.

—¿No piensas contarme cómo te fue con la hija del marqués anoche? —le interrogó el rubio, cambiando bruscamente de tema.

—No —respondió con sequedad Marcus, terminando de anudar su pañuelo y dirigiéndose a la puerta.

—Sé que algo sucedió. Tú no volviste al salón y ella apareció muy ofuscada y alegando un dolor de cabeza pidió a su padre volver a casa ¿Qué pasó en ese jardín? ¿Lograste que ella se prendara de ti? —inquirió, incansable Colin, caminando detrás de él.

—No quiero hablar de esa mujer. Ella... ella... ¡Ella me odia! —gritaba Marcus minutos después, sentado frente a su padre.

—Pues tendrás que solucionarlo, y rápido —contestó, tajantemente Arthur.

—No es solo eso, no quiero casarme con Lady Clara. Tiene que haber otra manera —expresó desesperado, fijando la vista en el flaco y ahora ruborizado hombre sentado a su lado.

—Lo siento, milord. He estudiado en detalle el documento y no hay lugar a confusiones. El antiguo conde especificó su última voluntad con total claridad. Su sucesor y candidato al título debe estar casado al momento de cumplir los treinta años —explicó con seriedad el abogado, extendiéndole el testamento de su tío lejano, ahora muerto.

La herencia le había caído de imprevisto, ya que el heredero del Conde de Lancaster había fallecido en un accidente de caza, a la joven edad de veinte años. Los abogados de su tío habían rastreado el árbol genealógico hasta dar con su padre, quien era sobrino nieto del conde y que siendo marqués le dejaba a él, su hijo menor sin título, como el nuevo conde de Lancaster. Para cualquiera, esto significaría un motivo de festejo, pues ya no tendría que depender de la generosidad de su padre y en el futuro de su hermano mayor. Dispondría de su propia fortuna y su propia mansión. Y en un primer momento, así fue para Marcus, que ya imaginaba cómo gastaría la inmensa fortuna de su tío y cómo se divertiría con su recién adquirido estatus. Hasta que se presentó su abogado y le mostró el testamento que habían dejado los letrados del conde fallecido.




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