Capitulo primero.
Cambios.
Anabeth fue sacada de la mazmorra donde había permanecido por casi dos mil años, una capucha de tela negra le cubría el rostro, y era escoltada por tres destructores, de la raza elemental. Guardias del mismísimo rey Lucían , el Maldito. Cuando trato de luchar para que no le pusieran la capucha y la sacaran uno de los destructores la golpeo psíquicamente dejándola inconsciente.
Ella era demasiado valiosa para lastimarle, además del hecho de que ya había sufrido demasiado, no iban a dañarla de ningún modo.
El camino hasta las residencias del rey, era largo, muy largo. Nadie debía enterarse que la princesa de su raza ya no estaba en ese lugar, ni que había sido extraída. Aunque no importaba tanto, hacia muchas lunas que la habían dejado de buscar, nadie se imaginaria que solo él no se rindió. El mundo entero creía que ella había muerto, junto a sus padres, la noche de la caída de su reino.
Uno de los destructores la llevaba en brazos, casi no pesaba nada, tal parecía que era pura piel y huesos, y su ropa estaba tan desgastada que se caía a pedazos, de modo que la habían envuelto en una gabardina de uno de los guerreros. Su piel era casi transparente, solo la habían alimentado de sangre de animal, no había probado nada sólido en siglos. La sangre le mantenía con vida, pero tan débil que no podría haberse sostenido en pie de haberlo intentado.
Las doncellas del reino la recibieron en la habitación del rey, que por mucho era distinta a la de los reyes de antaño. Esta más bien parecía ser la habitación de un magnate, llena de lujos y cosas modernas, que sin duda Anabeth jamás soñó que vería. Hasta este punto de su vida, ella tampoco imagino que saldría de ese lugar donde la tenían encerrada.
El aire fresco de la habitación la hizo volver en sí, cuando trato de liberarse de la mano del destructor, este volvió a golpearla psíquicamente. Perdió en sentido una vez más, las doncellas, prepararon la tina con agua tibia, le darían un baño a conciencia, antes de presentarla al rey. Debían además curar las heridas y yagas que tenía sobre su piel, cubierta de sangre y suciedad de siglos.
Cuando su cuerpo toco el agua, volvió en sí, pero ya había aprendido su lección, de modo que no lucho. Sus ojos estaban tan dañados que no lograba enfocar absolutamente nada de lo que tenía ante sí, solo veía sombras entre la bruma.
En una habitación tan grande, como una casa pequeña se encontraba el baño. La tina donde le lavarían, bien podría haber sido una alberca para tres personas. Rodeada de pétalos de flores de lavanda, dejo que su cuerpo reposara. Cuando sintió una de las manos de la doncella, gruño mostrando sus colmillos. Tres pares de colmillos, cuatro superiores y dos inferiores, parecía la mordida de un lobo.
—Tranquila alteza...—. Le dijo la doncella, retirando su mano un poco. Volvió intentarlo otra vez, el resultado fue el mismo, pero Anabeth no hizo más.
Después de que la bañaron, la secaron, fue curada. Tenía algunas cicatrices hechas por siglos estando allí, pero nada que no se repararía, la vistieron, con ropas que le parecieron extrañas al tacto. La dejaron en la habitación, la alimentarían antes de que el rey volviera. La recostaron en la cama, solo lograba ver sombras entre tanta luz. Sin darse cuenta recargo su cabeza en la almohada y se quedó dormida.
El cuerpo comenzó a dolerle, no estaba acostumbrada a una cama tan suave, después de haber dormido por tanto tiempo en el suelo frío de roca. Cuando abrió los ojos, un delicioso aroma inundo la habitación. Serró sus ojos, dejando que el aroma le hablara. Percibió cordero, pavo, frutas, verduras cocidas al vapor y vino. Sintió como se le secaba la garganta, como su latido se aceleró ante tales aromas.
—Su alteza, debe alimentarse.
Le dijo una de las doncellas que le había lavado hacia un rato. Abrió los ojos, aun cuando su mirada se estaba ajustando, no era lo suficiente para enfocar con claridad.
Quiso ponerse de pie, pero la debilidad de su cuerpo fue mayor, de modo que cayó al suelo inevitablemente. Uno de los destructores que estaba en la habitación como guardia de la princesa la levantó, la llevo hasta donde se había dispuesto la mesa para que comiera.
Devoró los majares que le habían presentado, ni tiempo se dio de disfrutarlos. Pero esto fue un grave error, su estómago no tolero absolutamente nada de lo que le habían dado. Después del ataque de vomito, la cambiaron y la recostaron en la cama.
—El doctor del rey vendrá a revisarla.
Le dijo la doncella, ella enarco una ceja pero no pregunto.
Un par de horas después de su primer intento de comida, el doctor vino a verla. La reviso, y le saco un poco de sangre. Le preocupo que se viera pálida, la sangre no tenía la coloración normal. La dejaron hacer otro intento de comida, pero esta vez fue algo suave, avena y arroz. Al principio parecía que su estómago no lo iba a tolerar, pero no fue así, nada salió de regreso. Cosa que tranquilizo al médico, dejándola en la habitación con su guardia personal.