Hermandad de Sangre

Caítulo tres.

Pasados, parte 1.

 

Anabeth hija de Tellret, hijo del Oscuro heredera a los tronos de las razas de los Trelkian, de las Furias y de los Lobos. Todos esperaban que su padre, mientras estuvo en el poder y contó con el apoyo de su padre, unificara los tres reinos. Pero esto no ocurrió, con la muerte prematura de ambos soberanos.

 

Ahora se suponía que ella debía ser la soberana de dos razas desaparecidas y de una que había sido abandonada. ¿No era algo tarde para ello? Ya había sido derrotada, incluso antes de comenzar la batalla.

 

El aroma que inundo la habitación, sobrepasaba por mucho el aroma de la comida. Era de vainilla y chocolate, algo extraño, ya que en la mesa no había servido nada con estas dos características.

 

Pero ella estaba frente a la ventana, en silencio, solo observando al exterior.

 

—Princesa, vuelve a mí.

 

Ella salió de su ensimismamiento, cuando escucho su voz. Lentamente se volvió a verlo, sentado en la mesa, con su ropa negra. Un fino traje combinado con una camisa de seda, sin corbata. Su piel perfecta, y sus ojos amatista. Su cabello negro, lacio y corto que caía sobre sus ojos, haciéndolo más misterioso de lo que era.

 

Él se puso de pie y la dirigió de regreso a la mesa. Le ayudo a tomar asiento de nuevo en su lugar, donde le sirvió un poco de los exquisitos guisados que a su petición habían preparado. Antes de regresar a su lugar, Anabeth se percató que el extraño aroma, provenía de él. Él era quién olía a chocolate y vainilla.

 

—No voy a mentirte amor, he disfrutado como nadie por cada vida que he tomado… está en mi naturaleza destruir, para ello fui creado.

 

Bien, esa era una revelación que no esperaba, entonces más dudas surgieron, y si esperaba poder liberarse de su actual prisión, debía obligarse a hablar.

 

—¿Por qué estoy aquí?

—Porque… lamento no haberte encontrado antes, en una época creí que habías muerto.

—Solo te tardaste dos mil años.

—Si, ya me disculpe por ello.

 

Anabeth suspiro lentamente, liberando el aire de sus pulmones, que no se había dado cuenta había estado conteniendo.

 

—Tengo tantas dudas y sé que muchas de ella no querrás responderlas.

—El pasado es pasado amor, pero si te sirve para el futuro, entonces debes saber.

 

Bien le estaba dando permiso de preguntar, y en ese momento era lo único que tenía, dudas.

 

—¿Qué eres tú? Porque no eres un rey de raza… solo existe uno como tú, y eres tú mismo.

 

Pese a si mismo sonrió ante sus palabras.

 

—Pues en realidad, existen dos muy parecidos a mí, aunque somos infinitamente diferentes. Aunque al principio eran tres, y uno de ellos era un maldito traidor.

—¿Eres de una triada de poder?

 

Una triada de poder, los tres hijos de la Gran Magia, los tres creadores de las razas.

 

—Algo así, soy la sombra, la oscuridad y la maldad.

 

Sus palabras eran desconcertantes, pero nada en su voz le indicaba que fuese mentira lo que estaba diciéndole, estaba siendo honestamente evasivo.

 

—¿Eres el tercer hermano?

—Nací hace mucho tiempo, incluso antes que tu abuelo. Le conocí bien y me retire en su momento, aunque solo volví cuando él me convoco. Pero a diferencia del Oscuro, tu padre nunca me escucho.

 

Anabeth estaba desconcertada y molesta, por un lado no entendía lo que estaba diciéndole y por el otro parecía tener sordera selectiva.

 

—¡Wow! Espera un segundo… ¿Mi abuelo te convoco? ¿No eran ustedes enemigos?

—No amor, éramos los mejores adversarios en las contiendas, juntos mejorábamos nuestras estrategias de campaña… aunque para todos, pareciera que estábamos en guerra eterna. Éramos de mutua ayuda.

—¿En qué ayudaste a mi abuelo?

—A salvar a tu linaje, a su amada Furia.

 

Ella no recordaba nada parecido a ello, sabía que su abuela en alguna ocasión, estuvo al borde de la muerte, pero lo que estaba diciéndole era sumamente desconocido.

 

—¿Por qué no hablas claro y me dices de una buena vez toda la verdad?

—¿Podrías soportarla, entenderla y guardarla?




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