Gregori Alastor
El silencio era algo común en su vida, aun cuando podía escuchar más allá de lo que la gente común podía hacerlo. Podía escuchar a los insectos que caminaban detrás de las paredes, debajo de su casa o en el jardín. Su visión, al igual que su audición y su olfato, eran sobrenaturales. Pero en el lugar donde había nacido, y entre las personas en donde había nacido, eso era una anomalía, una maldición, de algún dios al que él no le profesaba fe. Él era un fenómeno, lo que le obligaba a permanecer apartado de las personas, incluso de su propia familia, quien lo trataba en ocasiones en forma despectiva.
Su don, o maldición, como él decía, le había hecho meterse en un sinfín de problemas cuando era niño. Cuando tenía cuatro años, escuchó una conversación entre su padre y uno de sus amigos. Hablaban sobre algo que en ese momento no entendió, pero que al alcanzar a comprender las palabras, lo marcó para siempre. Confundido, el pequeño, interrogó a su madre sobre la conversación. Pensando que el niño había entendido mal las palabras de su padre, decidió confrontarlo.
Su padre un día vino a él y le dijo que su madre se había marchado con alguien más, y que su amigo se mudaría con ellos para ayudarle con la casa. Pero él en ese momento no sabía nada de lo que aquello significaba o cómo eso cambiaría su vida.
Un aroma extraño comenzó a inundar su casa en los meses posteriores. Un aroma que nadie podía o parecía notar. El niño, molesto con su padre y su amigo por no creerle, se dirigió a su vecina, una mujer de cincuenta años, que al ver la convicción en el rostro del pequeño, decidió creer en sus palabras y llamar a las autoridades. Temiendo que fuese una fuga de gas, le pidieron al pequeño de dónde provenía el aroma. Cuando indicó el lugar debajo de un gran rosal, y uno de los bomberos clavó la pala en la tierra y la extrajo con algo más que raíces y gusanos, el mundo para el pequeño cambió.
Esa tarde se encontraron un total de treinta y dos cuerpos femeninos en toda la extensión del pequeño patio. Mujeres que habían desaparecido en un periodo no mayor a dos meses.
Gregori Alastor fue un niño atormentado por el mundo, por un pasado que no le pertenecía, acciones que su padre había llevado a cabo. Pasó por muchos hogares temporales, sin ser adoptado, además que nunca tuvo esperanza de que ello ocurriera. Aprendió de la forma más cruel a evitar usar su don, a controlar sus poderes, hasta el punto de vivir en silencio.
Aprendió a comunicarse con el mundo exterior solo cuando esto era necesario. La última familia con la que vivió, lo vio más como “el pato de los huevos de oro” que como el hijo que debían criar, proteger y amar. Explotaban sus habilidades lo más posible y si se negaba a ello le costaba muy caro. Golpizas que involucraban cables de luz, cigarrillos, puños y alcohol sobre sus heridas. Lamentablemente se curaba demasiado rápido y su piel no formaba cicatrices.
Un día el sujeto que lo obligaba a que lo llamara “padre” lo llevó a uno de los bancos más importantes del país. Le habían dicho que ese día se encontraría allí, uno de los hombres más ricos. Un hombre inmensamente rico, sin heredero alguno, de un muy antiguo linaje, se decía que con más de cuatro mil años. Pero no era comprobable, además ese día no estaban allí para ello. Iba a utilizar a Gregori, para ver un poco más allá de lo visible.
Tal como le habían informado, el hombre estaba en el banco, exactamente a la hora acordada. Gregori haría de centinela, desde una cómoda posición, lo más alejado del hombre, para extraer toda la información posible. Según le había dicho “padre”, ese día haría un movimiento bancario de importancia. Y esa información en las manos equivocadas, era invaluable.
Gregori odiaba ayudar a “padre” en cualquier cosa. Tenía que vigilar a las personas en los bancos o en los cajeros. Y una vez que el maldito les robaba sus tarjetas, ya con los números de seguridad, dejaba a las pobres personas en la ruina… era un hombre sin escrúpulos, con la moral invertida. Gregori no tenía oportunidad de escapar de él, lo vigilaba de día o de noche. Habilidades como las del chico eran más que valiosas.
Tal como “padre” le había dicho, captó toda la información posible acerca del hombre. Este era un hombre extraño, en sus ojos se percibía la mirada siniestra de un cazador. La sola esencia del sujeto hacía que todos dejaran de hacer lo que estaban haciendo, solo para correr a buscar un refugio. Irradiaba muerte y oscuridad. Sus facciones fuertes y duras, podían comprobar lo que todo él reflejaba: Devastación, oscuridad, perversión y muerte.
El pequeño Gregori sintió un vuelco en su estómago, algo iba definitivamente mal. Algo le decía que se alejara en ese mismo momento de ese sujeto, pero eso era algo que no podía hacer, aun cuando su pellejo dependiera de ello.
Él tenía el aspecto de un fiero guerrero de la antigüedad, con su descomunal tamaño. Su piel indicaba, que no se había bronceado desde… quizá desde que nació. Su cabello ondulado, corto y perfectamente peinado, lo hacían lucir como modelo de revista. Lucía un traje gris oscuro, finos mocasines y un reloj de platino y diamantes, de los cuales Gregori estaba seguro, que se trataba de piezas de diseñadores exclusivos, con los que jamás podría siquiera soñar usar.
Gregori no perdía detalle del hombre, desde su ropa, hasta las más mínimas expresiones. Sus ojos eran de un extraño color pálido, ¿con dos halos alrededor? Quizá eran lentes de esos que están de moda, pensó.
Pensó que estaba alucinando por el miedo que le provocaba ver al inmenso hombre. Aun que deseaba que cuando alcanzara su madurez, tuviera siquiera la mitad del tamaño del sujeto. Gregori apenas tenía carne sobre los huesos y el tamaño de un enclenque desnutrido.
Captó toda la información, tan rápidamente como lo haría una computadora. Esperó hasta que él se puso de pie, debía salir antes que su siguiente víctima. Caminaba con calma hacia la salida del Banco, tratando de no llamar la atención de nadie.