El Recuerdo
Su sonrisa le iluminaba el corazón y le daba una tonada alegre a su casa, la cual no se había atrevido a llamar hogar… hasta ahora. Esto le daba miedo. Sí, el Rey Maldito, el mismísimo Destructor de Todo, tenía miedo. Porque por primera vez en su historia tenía algo que perder, por esta razón le observaba todo el tiempo posible. Le gustaba verla aprender, y la forma en que se sorprendía cuando lograba hacer o entender algo que le habían enseñado.
Cada vez que ella le descubría observándola, provocaba que su corazón se detuviera o se acelerara al punto de que le podría explotar. Ella siempre le respondía con una tierna sonrisa, aun que rara vez la veía reír, parecía que con él no dejaba de hacerlo. Él amaba cada segundo que pasaban juntos, más cuando era ella quien le buscaba con cualquier pretexto.
Lucían trató de recordar las veces que estuvo con ella en el pasado, y se dio cuenta que habían sido momentos que había compartido con El Oscuro. Recordó que lo que para ellos había sido un juego, se había convertido en la derrota de uno de los reinos más poderosos de las razas de sangre.
Siempre estuvo en contra de la decisión del Oscuro de unirse a una Furia, pero en su interior lo envidiaba por tener a alguien en su corazón. A diferencia del Oscuro, él siempre había sido frío y calculador, perverso, Oscuro y peligroso en realidad. Nunca tuvo nada que le preocupara, o que siquiera le interesara un poco, hasta la petición del Oscuro, ese fue el principio del fin de su mundo perfecto.
Podía recordarlo como si eso estuviera pasando en ese momento.
— — —
La noche era tranquila, la luna brillaba en lo alto del cielo. Habían tenido demasiado tiempo libre desde que habían hecho esa tregua, una tregua temporal con El Oscuro. De modo que se marcharía con su gente de las tierras oscuras, regresaría al lugar donde pertenecía. Su ejército no había sido creado por la Gran Magia, que en ese momento dictaba las leyes de su mundo.
Cada esbirro, engendro, maldito o espectro que había entre su gente, había sido creado por el mismo, con barros y huesos. "Su receta especial". Sabía que nadie tenía el poder que él tenía, para crear y controlar a estos seres.
Por ellos todo el mundo le temía, por ellos todos también le odiaban. Pero él decía que era parte de la fama, de todo ello lo que más valoraba era la extraña amistad con El Oscuro.
En ese momento estaba recostado en un extraño diván de colores oscuros, dentro de una de las carpas de su campamento, donde se encontraban cobertores y tapetes de pieles, de animales ya extintos. Estaba en la compañía de un joven Sombra, a quien le había salvado la vida una vez, y este le había jurado lealtad.
Ettard hijo de Boren era su tercero al mando, pero en ausencia de su mano derecha, él se quedaba a cargo. Estaban conversando sobre tomarse un tiempo para relajarse y quizá liberar al ejército para que hiciera lo que mejor sabían hacer: devastar y matar.
Uno de sus sirvientes interrumpió su conversación, cuando entró abruptamente en la tienda. Estaba visiblemente alterado, se veía más pálido que de costumbre. Ettard se puso de pie, con velocidad preternatural se movió al sirviente, arrojándolo al suelo por la falta.
—¡Insolente!
El grito de Ettard hizo que el sirviente se tensara, la Sombra desenvainó la espada que llevaba atada a su cintura.
—Mi amo y señor, el miedo me ha hecho cometer una insolencia… pero debo advertirlo de la presencia que se dirige a esta tienda.
—¿Presencia?
Lucían le hizo una señal a Ettard para que dejase que el sirviente hablara, este se dio cuenta de la diversión del rey en ese momento con esa situación.
—Sí, mi señor, viaja en la forma de un Lobo.
La sonrisa de Lucían desapareció.
—¡Largo!
—Sss.. Sí, mi señor.
El joven sirviente salió tan rápido como entró, el Maldito se puso de pie. No le temía al Oscuro, pero quería saber cuál era la razón que lo traía esa noche, quería escucharle.
—Mantén a las tropas al tanto, que nadie se atreva a atacarlo o siquiera a detenerlo.
—Como ordene —respondió Ettard.
La Sombra hizo una reverencia de respeto y salió sigilosamente a la manera de su gente confundiéndose entre las sombras. Las lámparas de aceite iluminaba tenuemente la carpa. Lucían se paseó intranquilamente, como una bestia salvaje enjaulada. No supo cuánto tiempo pasó, hasta que sintió una brisa dentro de la carpa.
Todas las paredes de tela se mecieron con el viento.
—Siempre tan presumido, Anciano.
Lucían se volvió a la entrada para encontrarse con la figura del Oscuro.
—No tengo nada que esconder, ni me escondo de nadie.
—¿Qué te trae al estómago del infierno?
El Lobo se acercó a él y le estrechó el antebrazo, un saludo de un guerrero a otro.
—Sé que dejarás tierras oscuras.
—Esa es noticia vieja.
—Lo sé, pero necesito que no lo hagas.
¿Escuchó bien? ¿Necesito? El Oscuro necesitando algo de él, ¿Por qué?
—Ya existe una tregua…
—No es por mí.
Lo observó con curiosidad, nada en el rastro del Lobo le daba un indicio de lo que el rey, El Oscuro, se traía entre colmillos.
—Dame una única razón.
—Mi nieta.
—¿Tu qué?
Lucían observaba al Lobo con curiosidad, dado que este no tenía dependencia femenina que él supiera, todos sus hijos eran machos.
—Escuchaste bien.
—En el supuesto caso que exista… ¿Qué pasa con ella?
—Ella será mi única heredera cuando deba ascender al trono, pero…
En ese momento Xauro, El Oscuro, se odió por lo que estaba por pedirle, y por qué sabía que lo que debía hacer dañaría a los que amaba.
—Mírame, Oscuro ¿Qué ocurre?
La preocupación en la voz de Lucían era genuina.
—Como sabes, desde hace tiempo mi Valeska está agotada… su vida mengua y mi sangre ya no es suficiente.
—Esa fue la razón de la tregua.
—De modo que he decidido caminar a mi último amanecer con ella, pero mi herencia no recaerá en mis hijos, se saltará esta generación.