Parte II
* * *
El jet privado de Moira Yurkemi aterrizó cerca de las 11 de la noche en él, FERIHEGY NOEMEZETKÖZL REPÖLÖTER, aeropuerto Internacional de Budapest-Ferihegy en Hungría. Los únicos dos pasajeros habían pasado casi todo el viaje en silencio, Moira sabía perfectamente que Gregori estaba molesto porque lo había arrastrado a este viaje.
Pero también sabía que tendría que aguantarse, no iba a dejarlo volver sólo porque el niño será un berrinche. El último destino era un lugar cercano al Béréscsaba, Békés. Un lugar que difícilmente aparece en algún mapa, del que no hay fotos y se vuelve irrastreable aún con la actual tecnología. Era una enorme extensión de tierra entre lagos y bosques, no importaba si era turista o local podían dar con el lugar accidentalmente, pero al salir del perímetro lo olvidaban por completo, lamentablemente esto les provocaba una amnesia incurable.
Moira bajo del avión seguido por Gregori, quién se sentía aun sumamente molesto.
—Hoy iremos a un hotel y mañana seguiremos a nuestro destino, quiero enseñarte la "Llanura húngara", te enamorarás de esta tierra.
—Lo dudó.
Él se volvió para enfrentar al chico.
—Escucha bien, es la tierra de los Magiares. También la considero parte de mi hogar, está también en tu tierra. Así que te sugiero que si no quieres que te dé una patada en tu flacucho trasero, comienza a cambiar de actitud.
—Estoy acostumbrado a los golpes.
Los ojos de Moira entrecerraron ante el filoso comentario del chico.
—No a los míos… no a esto —el tono lo que el hombre utilizó hizo que los bellos del cuerpo de Gregori se erizaran.
—¡Yurkemi!
Una voz familiar con un fuerte acento turco llegó hasta su oído, observó al chico por unos segundos más y se volvió con calma. Gregori observó que junto a un fino automóvil Mercedes Benz estaba un hombre de igual tamaño que Moira. Su cabello era negro y largo y mortalmente lacio, estaba sujetado en su nuca por un fino listón de cuero. Le llamó la atención la forma en que se saludaban el uno al otro, le pareció que había visto película donde se trataba del pasado y los guerreros se saludaban de esa forma.
Los escuchaba hablar en un idioma que no entendía, supuso que sería húngaro. Pero, le pareció que era algo más. A regañadientes bajó del avión y se acercó a los hombres, cuando estuvo junto a ellos ambos se volvieron a verlo.
—Este es Gregori Alastor —le indico Moira al otro sujeto colocando su mano sobre los hombros del joven.
—Bienvenido sea mi señor Gregori.
Gregori puso los ojos en blancos, sólo eso le faltaba. Que alguien más demostrará ese tipo de respeto como los sirvientes en su hogar, a varios miles de kilómetros.
—Mucho gusto.
—Este es mi viejo amigo Torben Betram, un Turco que llegó a tierra húngaras cuando los invasores…
—Vamos amigo, no es necesario que le des unas clases de historia.
Ambos hombres rieron, el chico no entendió nada.
—Así un húngaro con sangre turca, supongo que también te enamoraste este lugar.
—Así es mi señor, muchos de los míos, volvimos de la tierra de nuestro padre a nuestra madre Hungría. Así que permitan ofrecer es la hospitalidad de mi hogar, y sea bienvenido a mi casa.
—Con verdadero placer y respeto aceptamos —le respondió Moira.
Los tres subieron al mercedes Benz, Gregori iba sentado en la parte trasera. Iba sin prestar atención a la conversación de los dos hombres, el ronroneo del motor comenzaba arrullarlo sumiéndolo en un inevitable sueño. Que lo llevó a un lugar y una época a la que no pertenecía, estaba en medio de un gran valle y estaba atardeciendo.
Usaba ropa como la de un guerrero de la antigüedad, incluso tenía más sentido de lo que podía imaginar, estaba armado hasta los dientes con arcos, flechas, dagas y espadas.
Le pareció que estaba esperando algo, miro a la derecha después a la izquierda, observó sus manos. Estas no eran las manos del adolescente que era, eran las de un hombre y muy grandes. El aire fresco le decía qué tal vez era el final del otoño principio del invierno, no estaba seguro para su sorpresa una figura de un hombre se materializó a su lado.
—No deberías hacer esto sólo Gregori.
—¡Basta! Ettard, tengo que hacerlo.... De otro modo no seré digno de ser su hijo.