Hermandad de Sangre

Dieciocho.

Pasado

Lucían llegó a Hungría al amanecer, pensando dirigirse a la mansión del Rey Sombra. A diferencia de las razas de sangre, podía viajar con la libertad del viento, no eran necesarios los medios de transporte. Había dejado a Anabeth apenas hacía dos días y ya la extrañaba como el demonio, apenas estuvo fuera de la ciudad y quería volver. Pero como ya le habían llamado, le habían pedido que fuera a Hungría a encontrarse con el Rey Sombra y su hijo perdido. Aunque no estaba contento, no dejó desprotegida a su Anabeth, con ella se había quedado su hermano Egion Yurkemi, de este modo les daba tiempo de conocerse.

Estando parado frente a la mansión, recordó la primera vez que vio ese lugar una noche, con la luna a lo alto en el cielo y las nubes surcándolo como un fino rocío que se arrugaba con el viento, la primera vez que vio salir al chico de ese castillo, había sido como un hijo para él desde ese momento. Entonces pensó en todos los años de su existencia, cada una de las batallas en las que se sumergió, que en ocasiones quería seguir a sus hermanos de guerra casi al borde de la muerte. Hasta que un día en esas batallas se perdió uno de ellos. Le estaría infinitamente agradecido a la Gran Magia por su regreso, aun cuando él para el mundo era un paria.

La puerta de la entrada se abrió, una imagen del pasado vino a su memoria. El mismo sirviente que le abría la puerta de la mansión hacía siglos… Ahora estaba allí de pie frente a él.

—Bienvenido sea a la morada del Rey Alastor —le saludó Antall en lengua antigua de las Sombras.

—Larga vida al morador.

Antall hizo una reverencia de respeto cediéndole el paso, al entrar a la mansión su cuerpo recibió un golpe de calor, después de haber estado en el frío por días se sintió reconfortado. Siguió al sirviente de la subespecie de las Sombras, estos no necesitaban sangre para sobrevivir, pero podían desplazarse en el éter, aunque no les servían por dinero, lo hacían por respeto y cariño que se les tenía, a menos que fuera imperativo jamás se alejaban de sus patrones.

Lo guio por el castillo hacia el segundo piso, mucho de lo que había cuando llegó la primera vez había cambiado. Ahora estaba llena de reliquias de la raza de las Sombras, antiguos bustos, ubicados en lugares distintos. Finalmente, todo allí era antiguo y hermoso, en los pasillos del lado izquierdo había una vieja pintura. Esta pintura tal vez tenía más de quinientos años de antigüedad, era un joven guerrero, un rostro que conocía y había amado como un hermano.

—Mi señor lo está esperando, majestad Lucían.

—Gracias, Antall.

El sirviente le abrió la puerta dejándolo entrar, pero una vez que traspasó el umbral, Antall cerró la puerta para evitar interrupciones.

—Mi rey…

Lucían se acercó a Alastor, se saludaron de guerrero a guerrero.

—Me siento agradecido de la invitación a tu hogar.

—Es un placer.

—¿Dónde está?

—Tú siempre tan directo, está con Vogel en la biblioteca, ven conmigo.

Lo siguió en silencio al Rey Sombra, llegaron a la enorme biblioteca que abarcaba casi toda el ala este del castillo. Pese a esto se encontraba oculta a la vista de todos. Cuando entraron Moira Yurkemi y Vogel Drudwyn estaban parados frente al escritorio, lentamente se volvieron a verlo.

—Gracias al cielo, mi señor.

—Tú siempre tan devoto, Vogel.

Se acercó a ellos y los saludó dándoles un abrazo rápido.

—¿Cómo se encuentra nuestra hermana?

—Ansiosa de verlos, está esperando junto con Egion.

—¿La dejaste con Egion? ¿Qué no sabes la cosa de ideas que se querrá meter en su cabeza?

No pudo evitar reír con la calidez de sus amigos.

—Vamos, chicos, ella no necesita de la ayuda de su hermano para pensar en cosas terribles, solita es capaz de hacerlo.

—¿Hermana?

Los tres volvieron a ver al Rey Alastor, no se habían percatado de su presencia y obviamente estaba esperando una respuesta.

—Tú la conoces muy bien, viejo amigo, creíamos que la habíamos perdido cuando tomaron la tierra de los Trelkian… Pero no fue así, recientemente logramos recuperarla de manos del enemigo.

—¿Estás hablando de mi Any...? ¿Anabeth?

Alastor se llevó las manos a su cabeza y las pasó por su espeso cabello, acomodándolo detrás de su nuca.

—Ella misma… Ahora está en casa de mi señor con mi hermano Egion —le aclaró Moira.

—Esperamos reunirnos pronto con ella —concluyó Vogel.

—¡Por la santísima Gran Madre! Esto no puede ser una coincidencia.

—No lo creo, Alastor, amigo. El que ellos dos volvieran a nosotros, después de tanto tiempo, no es coincidencia, creo que eso es destino —le indicó el Rey Lucían.

—Lucían, rezo porque no te equivoques y espero que la Hermandad de Sangre no se entere.

El silencio en la biblioteca se hizo sepulcral, ¿La razón? La Hermandad de Sangre… Se suponía se había extinguido, de lo contrario ¿Dónde se estaban escondiendo? Los Lobos y el Destructor de Todo volvieron su rostro al Rey Alastor, quien de pronto se dio cuenta de algo que le pareció aterrador, de los cuatro solo él tenía ese conocimiento.

—¿Ellos viven?

—Sí, Lucían, ellos viven y están en el mundo, pero aún son pocos… Son aliados de Dragos.

—¿Y tú, Alastor, de quién eres aliado?

—Me ofende tu pregunta, Moira, estamos aquí de no ser por un viejo amigo nuestro que logró escapar… no solo es mi hijo o la Princesa Anabeth.

La interrogante apareció en el rostro de todos ¿Quién había logrado escapar?

Lo siguieron hasta las escaleras centrales de la Mansión, en estas había una puerta que daba a una escalera que guiaba a la tercera planta que llevaba a una especie de ático. Este había sido convertido en una habitación gigantesca de Gregori Alastor hacía siglos. El Rey Sombra los llevaba en completo silencio, la inmensa habitación estaba en penumbras y obviamente alguien dentro había manipulado las sombras, porque ellos tenían perfecta visión nocturna y aun así no lograban ver nada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.