Hermandad de Sangre

Capítulo ocho II

*     *      *

 

—¿Qué demonios ocurrió aquí?

 

Lucian sintió un vuelco en su corazón al estar parado sobre las ruinas de lo que había sido su casa en los últimos trescientos años, pero ese hueco no era por su propiedad… Solo quería saber dónde demonios estaban Anabeth y Egion.

 

—Nunca he visto un ataque similar…

—Yo sí.

 

Ettard Boren y Lucian respondieron al mismo tiempo, interrumpiendo a Moira.

 

—Es el ataque de un Lobo… Uno que llega al estado Leimbat. Se convierte en Lobo de pies a cabeza, su poder es infinito —comenzó a explicar Ettard.

—Lamentablemente, borra todo rastro del pasado, no podemos saber si quedó alguien con vida o quién fue el que atacó — continuo Lucian con emociones cargadas en su voz.

 

Los cinco volvieron a ver el destrozado departamento, solo vidrio, metal, madera y roca hechos pedazos. La policía y los medios de comunicación informaron que había sido una explosión por una falla de gas, después de todo el rey maldito era respetado en el mundo entero. Nadie iba a poner en duda lo que él dijera, y aunque quisieran, era simple manipular sus mentes.

 

—Tenemos que llevar a Gregori un lugar seguro hasta que los encontremos — sugirió Ettard.

—¡Maldición! No puedo sentir a ninguno de los dos… Moira Llévate al chico.

—Con todo respeto mi señor, pero creo que en este momento lo más adecuado es permanecer juntos, para descubrir el paradero de mis hermanos — protesto Gregori.

 

Ettard hizo un gracioso aspaviento, poniendo los ojos en blanco por un segundo.

 

—Dime Gregori, ¿Puede sentir alguno de los dos?

—No mi señor.

—¿Qué hay de ti Vogel?

—No.

—¿Ettard, puedes tú?

—A ninguno mi señor.

—Entonces ninguno de ustedes me sirve.

 

Ninguna se tomó a pecho las palabras de su señor, después de todo Lucian estaba furioso. Ya que de haber llegado solo un par de días antes, quizá un par de horas antes, ninguno de los dos habrían desaparecido.

 

¿Por qué no me comuniqué con ellos? Pensó Lucian, cerró sus ojos, tratar de evocar la imagen de Anabeth, su cabello negro, lo terso de su piel, los extraños ojos con el doble a lo azul que le recordaba a las de una tormenta eléctrica en medio de la oscuridad.  Trato de traer hacia el su aroma, podía percibir la muerte y la sangre… La sangre de Lobo.

 

—Hay un rastro… Es de Lobo.

—¿Anabeth o Egion? — interrogó Moira.

 

El temor en la voz del Lobo le puso los pelos de punta a todos.

 

—No lo sé… Maldición, Egion fue mortalmente herido.

 

Un pesado y aterrador silencio cayó sobre ellos.

 

—¿Hay algún lugar a donde puedan ir?, ¿Un lugar seguro?

 

Los cuatro pares de ojos se centraron en Gregori Alastor, él había interrumpido el silencio con una pregunta que cualquiera habría pensado, pero que solo él exteriorizo.

 

—Pues Anabeth no había salido de aquí… Pero, si es Egion quien está herido, de todas formas podrían estar perdidos.

 

 

En toda su larga existencia solo una vez había sentido tan dolor y desesperación, se dio cuenta de que nada le había importado nunca hasta que ella llegó a su vida. Cuando el Oscuro puso el pequeño bulto que era en sus brazos, no pesaba más que un cachorro y tenía abundante cabello negro. Su piel blanca o rosada por el calor del verano, cuando la pequeña Anabeth tomó su pulgar con su pequeña manita, algo en su corazón se removió.

 

Quizás se descongeló, después de eso, la bebé le mostró la mejor de sus sonrisas. Ya que ese día había sido el momento en que ella se había colado hasta su alma, y que sería capaz de destruir el universo entero si algo llegaba a sucederle.

 

—Vamos a encontrar la… A ambos.

 

Los ojos de Lucian se trabaron con los de Ettard. De todos los presentes era el que mejor lo conocía y el que mejor sabía lo que había sucedido hacía siglos, cuando ella había desaparecido por primera vez. El mundo apenas había quedado respirando, y no podía permitir que esto se repitiera.

 

—Por el bien de todo el jodido universo, espero que tengas razón.




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