Hermandad de Sangre

Veintinueve.

Damasco

Lucian estaba en los columpios que estaban en la parte posterior de la propiedad, pasando tiempo con Anabeth. Él estaba sentado en una de las mesas del jardín observándola balancearse lentamente, amaba verla tan tranquila.

—Vamos, Lucian, no hemos hablado en días realmente, desde esa noche y sé que estás evitándome.

—Yo no te estoy evitando, eres tú la que ya no tiene tiempo. Si no son tus hermanos, es Gregori o los elementales, incluso el mismo Ettard.

—Deja de actuar como un chiquillo celoso.

—¿Celoso yo?

Lucian golpeó la mesa con el puño evidentemente frustrado, porque Anabeth tenía razón, estaba celoso y estaba evitándola. No quería un rechazo después de que como un idiota se vinculó con ella, y no fue capaz de refrendarlo. La casa se quedó en absoluto silencio, lo cual era una sorpresa por toda la gente que les servían. Ella se paró y se dirigió al interior de la casa donde el resto estaba tomando un refrigerio tardío. A regañadientes él la siguió, y se sentó junto a sus amigos.

—¿Por qué estás molesto?

Lucian negó llevándose una manzana a la boca.

—Lucian, ¿Qué pasa? Habla conmigo…

Él no levantó la mirada, estuvo a punto de levantarse pero una mano lo detuvo tocando la suya, lentamente se acercó a él y le susurró al oído.

—No te estoy juzgando, solo quiero que hables conmigo… Amor.

Esto hizo que se volviera a verla, sintió como su corazón se alteraba y golpeaba contra su pecho con locura. Siempre había pensado que pasaría una vida antes de que ella le dijera de alguna otra manera distinta a su nombre o que le llamara con el corazón frente al mundo. Se levantó con calma y sin soltar su mano la guio a la intimidad de su habitación, cerró la puerta detrás de sí.

—Desde que te conocí… Siempre fuiste importante para mí, me prometí mil veces que no te pondría en esta situación… Que no te tomaría aprovechándome de ti y es todo lo que he hecho desde que te recuperé.

Tenía razón, desde que estaba con él solo había estado dando órdenes. Pero todos necesitamos un empujón o dos de vez en cuando, desvió la mirada lejos de ella tratando de ordenar sus ideas.

—¿Eso es todo?

—Y luego te… Te tomo sin preguntar y encima de ella te marqué como si fueras una res.

Ella rió y rió con ganas, tomándole las manos sintiendo el contacto de su piel contra su piel.

—Eres un gran bobo — levantó sus manos y besó los nudillos de ambas manos —¿Qué no te diste cuenta?

—¿Cuenta de qué?

—Yo también lo estaba esperando, deseando que… Todo aquello que estaba por suceder… quería que sucediera algo entre nosotros. Aún lo hago, cada vez que te miro, que te toco, que te percibo cerca de mí.

Lucian se relajó como si el peso que había estado cargando se hubiera desvanecido de la nada, que había estado preocupado por haberla marcado con su esencia, sin preguntarle, sin saber lo que ella deseaba, quería o sentía, él simplemente había sido de los que toman siempre sin importarle nada. Pero ahora sobre todo tratándose de ella, todo tenía importancia, hasta el más mínimo detalle entre ellos era altamente relevante. La rodeó con los brazos y clavó su cabeza en el cuello de Anabeth, ella lo rodeó por la cintura… Dios, ella siempre olía tan bien, un aroma a rosas y anoche, algo suave y fresco además dulce. Amaba eso de ella, además de todo lo demás.

Se puso a pensar en la última vez que la vio, el fatídico día cuando la destrucción de los Trelkian, si solo la hubiera llevado consigo, hubiera evitado los siglos posteriores. Su encierro, lo que él hizo después de su desaparición. Fue la primera vez que conoció las emociones de alguien con un vínculo hacia otra persona, había escuchado que las emociones y los desvaríos de ellos, que se multiplicaban por mil cuando es con alguien desaparecía o moría, descubrió que la palabra amor y para siempre tiene otro contexto diferente.

Ese día Ettard le dijo que Anabeth había desaparecido, fue como el verde del color del mundo desapareciendo ante sus ojos, las emociones… Todo se volvió en blanco y negro sin vida, nada. El golpe del vacío inicial fue reemplazado por una única ilusión que se quedó en su alma, la ira. La furia que se desató, trajo peste y muerte por doquier, por cualquier lugar donde caminaba buscando a la gente de Dragos. Desapareció por completo a su ejército, buscando cualquier pista, cualquier indicio, mató a tantos. Le tomó mil años tranquilizarse, disminuir su ira y volver a un estado de confort aparente. Después de eso nunca fue el mismo…

Hoy en día, una vez más era distinto.

—Vuelve, amor, te has ido lejos

—Perdón, pequeña, solo estaba pensando un poco en el pasado.

—Oh, qué bien, me cambias por un montón de huesos.

Esbozó una sonrisa y ella se levantó un poco para plantarle un beso en los labios.

Horas más tarde se encontraban en la sala común, seguían charlando, cuando un muy molesto Egion entró en la habitación.

—Ustedes dos ¡Ya basta con eso, consigan una habitación! —les gritó a su hermana y su mejor amigo.

—Cuidado, Egion, podrías perder los colmillos.

—Sí, seguro, como sea…. Tenemos un problema.

Ahora eso era lo que faltaba, tenía el presentimiento de que esto tenía que ver con los malditos refugiados que habían rastreado apenas tocaron tierra Siria.

—Escúpelo.

—Vogel envió información de los refugiados que detectaron, son un grupo de traidores a Dragos prácticamente, tres vampiros, tres hadas, tres sombras, tres mestizos y un macho furia, ya tenemos el rastro e historial de cada uno. Vogel se topó con ellos esta tarde…

Como los enviados de Dragos habían pensado, la gente del rey maldito los había detectado desde que estaban cerca del territorio. Pero por órdenes de Lucian no los habían detenido, no los habían tocado. Necesitaban saber cuántos eran y hasta dónde pretendían llegar. Esto no solo lo hacían por este grupo, lo hacían siempre que un ser de sangre se movía hacia el territorio de Lucian. Lo mismo sucedió con Anabeth y Egion cuando llegaron al territorio, la orden siempre es la misma, aguardar.




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