Hermandad de Sangre

Treinta y cinco.

El Hijo No Engendrado

La Hermandad de Sangre se dirigía a Escocia, habían dejado el viejo país después de saber en qué forma había muerto Borss hijo de Vel. Estaban molestos, confundidos y por primera vez en siglos, se sentían perdidos. Habían enviado una petición de audiencia a la gran magia, no sabían si la respuesta a su petición sería a favor. Quizá la gran magia no respondería, en cuyo caso estarían perdidos. Sin pistas, sin ayuda, no podrían tomar una decisión acertada y quizá lo lamentarían por el resto de sus vidas. Aunque, quizá dentro de poco podrían perderlas.

Habían decidido viajar al modo humano, "mochileando", no necesitaban más de lo que poseían, eso les proporcionaría el tiempo y sobre todo la serenidad y distracción que en ese momento era lo mejor de todo. Ya que una vez que Dagonet hijo de Vel exteriorizó sus dudas, el resto de los hermanos lo hizo, encontraron mucho de verdad en ello. Todos estaban un poco molestos con el resto, se suponía que eran hermanos y no habían tenido esa confianza, ¿En qué más desconfiaban?

Analizando el pasado, se encontraron con anomalías que antes no habían notado, como, ¿Por qué Dragos tenía un montón de mazmorras por todo el mundo? Sobre todo, ¿Por qué estaban "vacías"? Ellos habían estado un par de veces en esos sitios, con los que se habían topado buscando un rastro, o siendo atraídos de alguna manera hacia ellos. Pero, todos estaban misteriosamente vacías y altamente custodiadas, por engendros, esbirros y malditos, de la clase del ejército del Rey maldito, Lucian.

Pero la mayor pregunta del mundo era, ¿Por qué demonios Dragos tenía a su servicio seres de la creación del Maldito? Los cuatro sabían que no obtendrían respuestas de Dragos, y si la gran magia no les respondía, entonces tendrían que usar su última opción. Tendrían que dirigirse a Siria, a territorio peligroso, esa era una idea que realmente los perturbaba.

Estaban acampando en un viejo bosque a unos kilómetros de la frontera con Escocia, estaban descansando alrededor de una cálida fogata. Comiendo un poco de las provisiones que habían adquirido en el poblado anterior. Habían pasado tanto tiempo juntos, que en ocasiones ya no tenían nada que decirse. Estaban comiendo en silencio y con calma, la noche era fría, como siempre en esa época del año. La luna estaba oculta detrás de unas pesadas nubes, en ese momento estaban en completo silencio.

Solo podía escucharse el chisporroteo del fuego, Dagonet comenzó a sentir una extraña energía a su alrededor, al inicio, pensó que era paranoia, pero se percató de la atención de sus hermanos. Con lentitud se vieron encerrados en una cúpula de energía, que no permitía la entrada o salida de nadie. Ninguno se movió, nadie hizo el intento por defenderse, dejaron su comida en los lugares donde habían estado sentados, se pusieron de pie y desenvainaron sus espadas. Clavaron la punta de esta en el suelo, y colocaron una rodilla, mientras que con ambas manos sujetaban el maneral de la espada, inclinaron su cabeza y aguardaron.

Sobre la fogata apareció la figura de una Nuinphus de sangre, una creación de la gran magia, ellas tenían habilidades sanadoras, además de que contaban con la fuerza y poder de los hermanos.

—Que la sabiduría infinita de la gran magia los traiga de regreso al buen camino —dijo la Nuinphus en el idioma antiguo, un saludo completamente inusual y desconcertante —Pónganse de pie guerreros de la gran magia.

Uno a uno fueron poniéndose de pie y envainando sus espadas, Dagonet la reconoció, ella era Xante, de cabello azulado y piel rojiza, ojos blancos, todo un arcoíris en sí misma.

—La gran magia ha tomado una determinación con respecto a su petición, dadas las condiciones de esta.

—Con todo respeto Xante, ¿Qué condiciones?

—La alta traición de la Hermandad de Sangre.

—¿Qué dices estúpida criatura? —gritó Airic hijo de Joren, sumamente furioso.

—Cállate elemental, no tienen permitido hablar hasta que la gran magia les llame a su presencia, yo solo he venido a revelar la profecía que se cumplirá dentro de muy poco. Pero, se los advierto, nadie excepto el hijo de la gran magia, que no fue engendrado por su vientre, debe saberlo.

Todos la observaban con furia e incredulidad, ¿por qué los estaba llamando traidores? ellos solo servían a la gran magia, solo protegieron a los que estaban indefensos de los ataques. Fuera de ello la pregunta que surgía, era... ¿Quién es el hijo no engendrado?, ¿Dónde estaba él?, ¿Cómo sabrían si era de fiar? Eran demasiadas preguntas, que sabían Xante no respondería, pero, obedecer a la gran magia tenía que ser su máxima prioridad.

—Solicito, gran Xante, nos revele la profecía de la gran magia.

—¡Ohh! mi querido Dagonet hijo de Vel, tú siempre tan adecuado y correcto.

Xante guardó silencio observándolos, todos estaban molestos, pero eso no le importaba, estaba feliz de poder poner a alguien de ese humor, aun cuando no había sido enviada para esa tarea.

—Cuatro guerreros de sangre se alzarán, su marca distinta a la de los otros, cuatro reinos bajo una misma casa, cuatro puntos bajo un mismo corazón, al mundo dirigirán... el rostro del traidor se revelará y el inicio del cambio al mundo alcanzará... una elección deberá ser hecha, un corazón menguará, un camino será abandonado, un destino cumplido... cuatro guerreros de sangre al mundo protegerán, cuatro guerreros de sangre y la hermandad renacerá.

Dicho las últimas palabras, Xante desapareció en la misma forma que llegó. Las profecías de la gran magia nunca eran explícitas, entendibles o fáciles de cumplir, además de que no eran positivas... hasta ahora. Los hermanos estaban sorprendidos, los habían llamado traidores y les habían entregado una profecía que cambiaría el mundo, ¿Ese era el propósito de ellos? ¿Era una prueba de lealtad?

—Debemos reunirnos con Dragos, saber si es que él sabe algo de esto —comentó Lyubor un tiempo después.




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