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La entrada al Lamb no era como todo el mundo se podía o trataba de imaginar, está era la puerta a los infiernos o al cielo. Además, que ninguna de esas puertas es como se cree, mucho dista de la persona que deba cruzar. Del otro lado el guardia les haría tres pruebas, sola para ver si eran dignos que pasará al territorio de los muertos, esa era una de las leyes cuando un ser viviente quería caminar por allí. Había siete arcos por los que las almas podían pasar a cada uno de los niveles de Lamb, si eran merecedores de ellas o no. Allí se definía dónde deberían pasar su eternidad o si sufrirían por ella. Los Valar, criaturas antiguas parecidos a gárgolas vivientes, se encontraban parados en la entrada y se encargaban de seleccionar y separar las almas.
De vez en cuando se comían a una de esas almas, para ellos eran apetitosas. Estas criaturas siempre estaban hambrientas, la entrada era similar a una cueva de cristales gigantes, perfectamente iluminada. A la derecha de la entrada había una especie pedestal, dónde se encontraba uno de los perros guardianes, y no es que se pareciera a este animal, sino porque actuaba como uno de ellos. Este se percató de la presencia de Lucían y de Egion Yurkemi, aún que en realidad no estaban tratando de ocultar su llegada. El guardia de la entrada de Lamb se movió con rapidez hacia los intrusos, sin quitarle los ojos de encima.
—Por mis puertas demasiado vivos han querido pasar en estos días— gruño el Guardián acercándose a ellos —¿Pasar también su deseo es?
—Así es Adiriell, permítenos el libre paso.
Adiriell se río fría y abiertamente, dejando ver sus aterradores colmillos, que combinaban con su piel azulada sus garras y sus cuernos. Sus aterradores ojos oscuros, tan diferentes a los de Lucían cuando estos carecían de emociones, el destructor de todo y Egion permanecieron estoicos.
—¿Broma no es?
—No.
—¡Oh! El pequeño...
—No te atrevas a decir mi nombre… Guardián —le gruñó Lucían.
Había una clara amenaza en la voz de Lucían, Adiriell sabía que no debía jugar con él, la última vez que estuvo por allí le costó una de sus tres colas.
—De su preferencia las cosas serán, pero tres pruebas tendrán que enfrentar. Sí logran librarlas con bien, serán bienvenidos en el mundo de la muerte, pueden avanzar por la puerta frente a ustedes —hizo una pausa dramática —Si fracasan, el Lamb nunca abandonar podrán.
Lucían y Egion intercambiaron una significativa mirada, no tenían opción.
—¿Cuáles son las pruebas Guardián interrogó Edgar
—Las cosas con simpleza son, la primera una lágrima de sangre será, la segunda el acto de amor más puro, y la tercera el sacrificio debe ser… si fallan una sola vez , fallaran todas y a si mismos se fallaran también.
El rey maldito junto a su hermano de armas cruzaron la puerta que Adiriell les indico, entonces todo su rededor desapareció, estaba en un lugar que parecía un desierto interminable. Kilómetros y kilómetros de dunas de arena, con un ambiente brumoso y un sol oculto entre las nubes. Este era de arenas blancas, no había nada ni nadie a su alrededor.
—Lágrima de sangre, sacrificio de amor…seguro que este idiota no nos dejará entrar.
—Me temo que las pruebas no son para ti Egion.
—¿A qué te refieres?
—Estas en esto por qué me acompañas, de haber venido solo, estarías buscando a Anabeth…
—Pero no estamos aquí sólo para salvar a mi hermana, así que veamos que encontramos en este sitio y terminemos con estas pruebas.
Caminaron por lo que parecieron horas eternas, pero en el enorme desierto no existe la medida como el tiempo, así bien que pudieron ser minutos. Lentamente el paisaje a su alrededor comenzó a cambiar, de a poco los árboles comenzaron a dejarse ver, ríos, animales y una que otra casita, pero sin personas.
—Esto me parece familiar —murmuro Lucían.
El aire se le atacó en los pulmones cuando se dio cuenta donde estaban, o al menos dónde parecían estar. Era el territorio de los Trelkian, los Lobos antes de que el Oscuro uniera se uniera a su Furia. Lo vio tan claro como un espectador, el gigantesco semental acercándose al hombre de la negra armadura, pero centro su mirada en la joven de cabello oscuro y ojos claros con el doble filo azul, en su piel blanca como la espuma del mar.
—Anabeth —susurro.
—No puedes acercarte —no se dio cuenta de que había comenzado a caminar hacia ella, hasta que Egion lo sujeto por el brazo.
—¿Por qué me trajeron aquí? ¿A este momento?