Hermandad de Sangre

Cuarenta y seis.

El Lamb

Luz de luna II

Dragos y Narek después de “deshacerse” del pequeño grupo que se había levantado en rebelión, se retiraron a su dormitorio en los dominios del gran padre, un lugar fuera del mundo y del tiempo. El espacio donde solo hacían su voluntad, un lugar más parecido a cualquier infierno de pesadilla. Oscuro con un sol eternamente rojo y un viento rugiente y poderoso que devastaba todo a su alrededor, con un palacio en una colina, digno del más perverso emperador.

Su infierno personal, al que había llamado Katyar, sitio donde había creado el ejército de Dragos, el mismo que resguardaba su castillo y las mazmorras, una vez que el ejército maldito fue eliminado casi hasta su último hombre por el mismo Lucían. El recibidor inmenso, con el piso de mármol rojo sangre, sus techos negros y oro con pilares en donde se mezclaban los tres colores en intrincados patrones. Al fondo de este, tres pequeños escalones como símbolo del poder, rodeando unas escaleras de herradura, iluminado por gigantes antorchas colgadas en un gran candelabro. Un aroma a azufre, tan penetrante que Dragos se mareaba constantemente. El Lobo se llevó las manos a la cabeza en señal de mareo.

—¡Vamos cariño a la cama antes de que te desmayes!

—¿Y perderme toda la diversión? Nunca…

—Sabes bien que allí está la diversión.

Dragos puso los ojos en blanco, no sabía cuál de las dos cosas le causaban el mismo asco, el aroma o Narek.

—Vamos, tenemos que romper el sello, si quieres que la corona sea tuya.

—Jodidas reglas, ¿No?

Los tres sellos, creados por los tres hermanos para proteger a la humanidad. Dos de ellos estaban rotos, solamente quedaba el de la gran madre. Del que se habían hecho al atraparla, dicho sello estaba ahora en Katyar en el poder de Narek. Llevó a Dragos hasta una enorme habitación, en su interior reinaba el color negro y exactamente en medio de esta, el sello de la gran madre dentro de una burbuja de energía. Este brillaba en un rojo eléctrico. El gran padre pasó, entrando tras el Lobo y cerrando la puerta tras de sí.

—Bien mi pequeña…

—Concéntrate en el maldito sello —le gruñó el Lobo.

El gran padre destelló frente al sello al interior de la esfera. Llevaba consigo un extraño frasco de cristal con un líquido casi negro, la sangre de la gran madre. Con ello rompería el sello, y Dragos podría liberar a sus criaturas a la humanidad. Destapó la pequeña botella y dejó caer las gotas sobre el sello, en forma de una luna con tres nubes cubriendo una parte de esta. Una vez que el sello estuvo cubierto de sangre, se rompió y se desintegró volviéndose polvo.

—Listo —le informó Narek viendo cómo la burbuja que lo contenía se desaparecía.

Se volvió a Dragos con una sonrisa que hizo que a este se le helara la sangre, se acercó a él con la mirada similar a la de un león que va tras su presa.

—Ahora quiero mi recompensa cachorrito.

—-Yo no soy tú…

Lo calló con un beso, que lo tomó por sorpresa. Pero lo que estaba por ocurrir era parte de su trato con él y ya no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Lamb

Lucían se heló al escuchar su nombre original; volvió su rostro y se dio cuenta de que Egion no lo escuchó. Suspiró lentamente cuando se percató de esto y se volvió a la fuente de la voz, que le parecía familiar. Su pecho se llenó de gratitud al verlo acercarse, por siglos lo había extrañado. Honestamente, había extrañado sus sermones, sus consejos y cómo lo llamaba a él.

—Xauro.

Él se rió abiertamente.

—Da gracias a la gran magia que estoy muerto o te daría una patada del trasero…

—¡No lo digas Lobo! —lo interrumpió antes de que lo pronunciara.

—¡Papá!

Se quedó helado al ver a uno de sus hijos allí, lo había visto a través de los arcos de agua, pero pensó que era una falsa ilusión.

—¡Egion!

Egion abrazó a su padre, se sentía sólido y frío, el Oscuro le dio un beso en la frente.

—No es que no me guste verlos, pero… ¿Por qué están aquí?

Lucían dudó en responder.

—Solo dilo.

—Bien, solo lo diré.

—Estoy esperando destructor.

—Bien, Narek secuestró a mi hermana.

—¿Qué? ¿Con qué propósito?

—No lo sé —respondió Lucían un poco decepcionado, porque en verdad no sabía.

—De acuerdo, debemos liberarla.

—Bien —guardó silencio.

Egion se dio cuenta de que por alguna razón Lucían no le iba a decir el resto de la mala noticia.

—Papá… también secuestraron a Anabeth.

Los ojos del lobo se agrandaron notoriamente.

—Pero ella… —en ese momento entendió que algo realmente grande no sabía.

—Fue tomada por Dragos hace siglos…

—¿Cómo que fue tomada por Dragos hace siglos? ¿La desposó?

Lucían se vio obligado a decirle lo que en realidad había pasado, no quería romperle el corazón, pero tenía que hacerlo.

—¡Te dije! ¡Te dije que esto pasaría! Pero no quisiste escucharme, te lo advertí —se paró frente a Lucían mostrando sus colmillos —¿Pero me escuchaste? ¡No! Jodido niño.

—Lo que me pedías era una violación a su integridad.

—¿Y mira lo que pasó por no querer forzar al destino?

Sabía perfectamente que el Oscuro tenía razón, pero no podían lamentarlo y ahora debían hacer algo para remediarlo.

—Nos… nos emparejamos la noche que desapareció.

—¿Qué demonios? —gruñeron los dos lobos sorprendidos por la noticia.

—¿Qué tan lejos llegaron?

—¡Por Dios Xauro!

—Habla Lucían.

El destructor de todo llevó la mirada al uno al otro de los Lobos que tenía frente a él.

—Ella solo morirá… si yo muero.

Todos sabían que existían muy pocos seres en las razas de sangre que se atrevían a unir sus vidas a ese nivel. Xauro no sabía si estaba molesto o agradecido con el destructor de todo.

—Bien, su abuela se va a molestar.

—¿Por qué no la invité?

De pronto algo llegó a la cabeza de Lucían.

—¿Dónde está Telret?




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