Hermandad de Sangre

Capítulo diecinueve.

Libertad.

 

El Kesher era más fuerte, hábil y poderoso de lo que Lucían había previsto, era un digno rival de batalla. Lamentaba el hecho de que para poder avanzar sería el quién tenía que perecer, sí Lucían no encontraba otra alternativa. Asterod era hábil con la espada y el mazo, solo por suerte lograba librarse de sus ataques. Lucían dejó que lo golpeará libremente, para encontrar su punto débil, necesitaba un solo golpe certero y todo terminaría.

 

El Kesher le dio un golpe con el mazo en la pierna y con la espada en el hombro, si su oponente hubiese sido sido alguien de las razas de sangre más débil, en ese momento estaría hecho papilla. Pero, allí, fue donde encontró el punto débil de la criatura, con su mano derecha la colocó en el pecho del Kesher y le dio un golpe de energía, tan fuerte que su corazón dejó de latir en cuestión de segundos.

 

Sostuvo su el cuerpo en sus brazos, dejándolo con cuidado en el suelo. Se puso de pie viendo como se cerraban sus heridas, lo que le había hecho a Asterod fue algo así como si lo hubiera electrocutado. Detuvo su corazón, lo que rompía el sello del guardián, y lo liberaba sin darle una muerte real. Que él, al ser un ser del Lamb sí podía morir, por decirlo de alguna manera.

 

—Cuando despiertes serás libre de ataduras y de este mundo, vive bien hasta el último de los Kesher.

 

Para ser el maldito, tenía un corazón demasiado débil, si le preguntabas a sus enemigos. Aunque solo él sabía la verdadera responsabilidad que un poder como el suyo conllevaba, se dirigió a la entrada del túnel, el último paso antes de llegar a Anabeth. Camino por un largo trecho, la luz no alcanzaba a iluminar el lugar. Narek y Dragos sabían que, iba a encontrarla y que la iba a liberar de ellos, Lucían deseo ser una mosca en la pared de Narek para ver su expresión al percatarse de todo lo que estaba haciendo.

 

Al final del pasillo la luz era casi nula, nada entraba, nada salía. Sin embargo, él estaba hecho de oscuridad, ese era su ambiente, su hogar. Justo donde la gran magia había tomado tierra para crearlo, revisando cada rincón que encontraba, se dio cuenta cuanto añoraba volver a casa con ella.  Su corazón se encogió al verla, Anabeth estaba en el suelo con un atuendo similar al que llevaba el día en que la sacó de las mazmorras de Dragos. Se veía débil y, parecía que la habían desangrado lo suficiente para que no pudiera escapar.

 

—Mi Anabeth…

 

Se paró frente a ella, pero no parecía reconocerlo y trataba de alejarse de él.

 

—Amor vine por ti.

—No puedes… llevar la… muerte a… todos.

—No amor, tengo que llevarte… Te necesito… tus hijos, nuestros hijos también te necesitan debo llevarte, no huyas de mí.

—De ti no… ellos humanos… los nuestros, proteger.

 

¿Qué demonios le habían hecho?

 

—Anabeth tenemos que regresar… tus hermanos te necesitan, ¡Yo te necesito!

—No aléjate… yo muerte…

 

Se dio cuenta de que nada de lo que le dijera la traería de regreso, la obligó alimentarse de la vena de su muñeca antes de quedarse inconsciente. La tomó en brazos, si las cosas habían salido bien, sería fácil sacarla de ese lugar. Destello en la cámara Donde había dejado el cuerpo del Kesher, este ya no se encontraba allí. Regreso hasta la cámara en donde se habían separado, los Lobos estaban allí todavía.

 

—¿Qué demonios le hicieron?

—No lo sé Oscuro, pero la tengo…  Nada le pasará ahora.

—Bien, salgamos de aquí.

—Narek lo sabrá en cuanto pasemos a la superficie.

 

El oscuro meditó sus palabras, eso podía significar huestes de seres oscuros, cualquiera ser o cosa que le sirviera.

 

—Yo me encargaré de lo que nos quieran tirar encima, tú lleva a mi nieta a la superficie y a su hogar.

—Gracias

—No me debes nada mi hermano de guerra.

 

*   *   *

 

Tierra oscura, Rusia

 

En los antiguos territorios del Oscuro hogar de lobos, en el antiguo castillo blanco, cada habitación estaba llena de camas y lobos inconscientes. Tan débiles que ni siquiera podían abrir sus ojos, el proceso de curación sería el mismo que el de Anabeth, había muchas manos ayudando, vampiros, sombras elementales, hadas y sus subespecies. Además de mestizos, todos parecían ser como no debía de haber sido nunca o como debió haber sido siempre… unidos y ayudándose entre ellos.

 

Lucían y Egion Yurkemi destellaron en el viejo salón del trono del Oscuro, este ya se había vuelto su hogar. Gracias a Sker Urjan y el equipo enviado al castillo de Dragos. Moira se acercó a Lucían, momentos después entró Vogel, este llegó desde la puerta trasera tenía un aura de venganza, que no podía ocultar. Él se encargó de preparar todo para la llegada de ellos, llevaron a Anabeth al área de sanación destinada para ella.

 

—¿Cómo esta Seivian se volvió a Lucían, a Vogel?

—Apenas está respirando, hagamos esto y podremos continuar con nuestras vidas.

 

Zakara estaba parado detrás de Egion,

 

—Debo irme —en su voz podía escucharse la tristeza.

—Necesito de tu ayuda, Z.

 

Si bien la ayuda de ella, no era tan importante de hecho no se requería, no quería que se sintiera desplazada. Colocó a los Lobos a la cabeza de Anabeth y esa Zakara con a su derecha, Lucían se colocó a sus pies viéndola hacia abajo, le preocupaba el estado de inconsciencia. Se veía tan hermosa como la primera vez que la vio, cuando era una bebé y se aferraba con su pequeña mano a sus dedos.

 

Lucían comenzó a liberar su propio poder, que emanaba como un tipo de energía brutal y aterradora, liberó todo lo que era. En sus ojos se reveló ese poder, se volvieron de un blanco espectral, su piel se volvió platinada. Como si se estuviese convirtiendo en una estatua, era la personificación misma de la devastación, el final de los tiempos… incluso Zakara sintió temor ante su presencia.




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