El ambiente había pasado de tenso a agradable y sudoroso por los cuerpos en movimiento. Estar cierto tiempo pegada al cuerpo de Ethan con la primera canción hizo que cayera en la cuenta de lo delicioso que era su aroma. Nuestro baile había pasado de ser uno tímido a uno de personas a las que nunca se espera verles un rastro de timidez. Nuestros cuerpos se contoneaban al ritmo de Sex de The 1975, habíamos perdido la noción del tiempo media vez entramos en la pista, al principio resultó un poco incómodo, pero después olvidamos al resto de la gente que estaba a nuestro alrededor para mesernos de un lado a otro sin vergüenza alguna. Luego bailamos Boyfriend de COIN, bailamos durante mucho tiempo al parecer porque empezabamos a sentirnos cansados y con sed eso sin contar que las piernas estaban como con un poco de cosquilleo de tanto salto y baile sin cuidado.
—¿Quires sentarte un momento y descansar?— Eth dijo con la respiración muy agitada en mi oído para que pudiera entender lo que estaba diciendo.
Asentí y me tomó de la mano. Me guió justo a uno de los sillones negros de cuero fino que en la sala recidía.
—Iré a por algo de tomar, ya vengo.
Le detuve sujetándolo de la muñeca porque no quería volver a quedarme sola y que otra estampida de gente me preguntara que en donde estaba mi acompañante, que si había venido sola, entre otras cosas. Noté que el sudor comenzaba a bajarme por la espalda y por la frente, me había ruborizado no solo por el calor que me había dado bailar durante tanto rato, sino que también por los roces continuos de su cuerpo contra el mío, de nuestras manos agarradas constantemente para realizar algún paso de bailoteo inusual.
Primero vio nuestras manos y luego buscó mi mirada.
—¿Pasa algo?
—No, nada. Iré contigo por las bebidas, es que no quiero que me ataquen más chicos preguntando el paradero de Noah.
—Ah —rió— No es tu culpa, le han sentado bien los años, pero no tanto como a ti.
Lo anterior hizo que me ruburizara, si antes ya lo estaba por el zapateo en la pista ahora lo estaba mucho más.
—Que suerte que hayan preguntado por ella y no por ti —continúa.
—¿Suerte? —pregunté, pero no hubo respuesta.
Él me llevó de la mano casi trotando entre toda la gente que seguía bailando o mesiéndose fingiendo hacer algo más que solo eso. Las luces de la cocina eran azules y le daban un tono perfecto al ambiente, habían parejas y grupos de chicos charlando por todos lados y cada uno con un vaso de cerveza en la mano porque no había más que tomar.
Ethan tomó dos vasos de la isla y me ofreció uno, cuando lo tomé nuestros dedos se rozaron. Se sintió como si una chispa hubiera salido de nuestras manos, como si fuéramos algún tipo de Magnus y Alec, solo que con menos purpurina y sin un arco y flechas. Ambos nos observamos y mantuvimos la mirada por varios segundos hasta que sonrió apartado la vista de inmediato, acto seguido tomé el vaso en seguida e imité su sonrisa.
—Te ves preciosa cuando sonríes, Tess.
Esbozó otra sonrisa provocando que uno de sus hoyulos se marcara bastante, entonces me di cuenta de que tenía la sonrisa torcida y aun así era la sonrisa más guapa que yo podía haber visto a lo largo de mi vida. Cuando Ethan sonreía de esa manera era todo rasgos, porque él no sólo sonreía con los labios, sino que usaba cada músculo de su rostro para hacerlo.
—¿Me acompañas a mi habitación? Me he dejado el móvil y le prometí a mamá que la llamaría a las doce y media para darle las buenas noches —me suplicó con la mirada.
La segunda vez en una noche que me invita a su habitación y la segunda vez que voy a acceder. Si sigo así terminaré por perder la poca credibilidad que me queda.
—Claro, sentarme un rato en silencio no estaría nada mal.
Al menos era una razón justificable para ir.
Recorrimos toda la planta de abajo hasta encontrar las escaleras de caracol que conducían a su habitación, escalón tras escalón voy obervando los cuadros de las paredes que uno a uno llaman mi atención como faros en medio de la niebla del mar. Al estar tan distraída me tropiezo y alcanzo a tomar la chaqueta de Ethan haciendo que se gire, al darse la vuelta él es quien tropieza con mi pie esta vez y ambos quedamos casi en el aire de no ser por la barandilla, su cuerpo está casi sobre el mió y sus labios demasiado cerca de mi rostro. Cruzamos miradas que tardan segundos, de pronto ambos nos damos cuenta de lo que hacemos y recuperamos la postura.
—Lo siento —dije sin sentirlo de verdad y seguir subiendo las escaleras.