Conductores gritándose entre ellos; personas vendiendo en las calles; jóvenes fumando o tomando; alumnos corriendo porque se les hizo tarde; una madre regañando a su hijo en plena vía pública; en otras palabras, un día normal como cualquier otro en Latinoamérica.
Sofía había tomado el autobús para llegar a la universidad. Si tan solo hubiera hecho caso a su padre de dormir temprano o colocar una como mínimo alarma, no tendría motivos para tomar el transporte público. Fácilmente estaría ahora llegando junto con su padre a la universidad, porque esa es una de las ventajas de que su padre trabaje como maestro de lengua en el mismo lugar donde estudia.
Dicen que el segundo año en enfermería es más sencillo, que te acostumbras a ello y las cosas se vuelven más ligeras, pero esa es la mentira más grande que ha escuchado Sofía. En su segundo año no ha hecho más que desvelarse por terminar trabajos; sin mencionar los hematomas en sus brazos por compañeros que aún no aprenden a inyectar correctamente. Y eso que apenas y han pasado unos días.
Es difícil explicar cómo nació ese deseo de estudiar dicha carrera. Para Sofía, las personas no son su mayor admiración. Suele ser una persona desconfiada e incluso algo hostil; por eso, cuando le contó a su padre lo que quería estudiar, lo tomó por sorpresa. No se imaginaba a su hija ayudando al prójimo. Por un momento pensó que solo era curiosidad, que incluso abandonaría la carrera a los pocos meses. Claro que Sofía no haría eso; porque, si algo la hace destacar es su gran orgullo. Jamás ha abandonado, jamás ha renunciado a un reto ni huido de una pelea. Renunciar, es una palabra que no está en su vocabulario.
Entonces, ¿por qué estudiar enfermería? La respuesta es sencilla: Enfermería Pediátrica. Cualquier ser humano que haya pasado la etapa de la infancia se convierte en un potencial desecho humano para Sofía, pero con los niños es distinto; son su debilidad.
La primera hora ya había terminado para cuando Sofía llegó a la facultad. Si una ventaja podía encontrar a ser universitaria, era que ya no había problemas por llegar tarde. A los maestros ya les da igual si asistes o no, si llegas tarde o temprano, si sales a mitad de clase, te duermes o incluso comes. La responsabilidad de graduarse recae en los alumnos. En el caso de Sofía, perderse la primera clase no es un problema. Su desempeño no es sobresaliente, pero tampoco está en peligro de reprobar alguna materia.
La clase siguiente es en el segundo piso de la facultad, y es precisamente la materia que imparte su padre: Lengua Extranjera.
Las primeras clases fueron incómodas para ambos. No es lo mismo que tu padre te dé lecciones en casa y te corrija en privado a que lo haga con más personas presentes. Lo que más le incomodaba y molestaba a Sofía de tomar esa clase eran las tan obvias insinuaciones que su padre, al ser un maestro joven, recibía; no solo de compañeras, sino también de las maestras e incluso de uno que otro alumno.
Los alumnos no eran conscientes de que el profesor de lengua era su padre; a excepción claro, de sus amigos. De hecho, eran pocas las personas en ese lugar que sabían que el profesor Robert Núñez tenía una hija.
No estaba casado, eso era obvio, pues no llevaba anillo en su mano; pero era joven. Lo suficiente como para que cualquiera ignorara el hecho de que era el padre de una joven de 19 años. Él apenas había cumplido los 36, aunque aparentaba menos edad y era muy atractivo. Además, se tenía bien sabido que el profesor era alguien con buena posición económica. Su salario de maestro no era el responsable para ser sinceros; pero en su juventud invirtió en la bolsa de valores. Fue algo muy arriesgado, pero al final tuvo una buena racha; terminó fundando algunos negocios y rápidamente acaudaló una fortuna considerable.
Sofía se encontraba subiendo los últimos escalones. Miró la hora en su reloj y se sintió aliviada. Llegar tarde no era un problema cuando se trataba de otras materias, pero inglés no es como las otras materias. Si llega tarde, se distrae, no cumple sus deberes o reprueba un examen, tendrá no solo a un maestro decepcionado, sino también, a un padre furioso que la hará estudiar toda la clase llegando a casa.
Caminando a paso lento, entró al salón. Como de costumbre, el lugar estaba casi vacío. Era la primera clase desde que inició el nuevo semestre, era normal ver caras nuevas. Recorrió los rostros buscando a sus amigos. Dos de ellos han decidido tomar inglés este semestre. Estaban en carreras distintas y esta era la única clase que podrán compartir este año. Aunque no les importaba mucho, ya que aún no habían llegado. Gran sorpresa.
En vista de la ausencia de sus amigos, Sofía decidió sentarse en la última fila, donde colocó su mochila a un lado y su sudadera al otro. Los asientos han sido apartados.
Aún faltaba para que la clase iniciara. Sacó sus audífonos y comenzó a buscar música, sin ganas de socializar o de que alguien le hablara siquiera. Antes de que pudiera poner alguna de sus canciones en la playlist, un par de chicas tomaron asiento frente a ella, con una conversación algo peculiar que llamó su atención.
—Por lo que he averiguado, se llama Robert Núñez Andrade. Es de dinero, sigue soltero y tiene entre 35 y 38 años —dijo la chica de cabello castaño.
—Eso significa que es... —contestó su amiga, comenzando a contar mentalmente— no más de diez años mayor que yo; pasable.
—Incluso si fuera 20 años mayor que yo, me lo andaba tirando —dijo la castaña con sonrisa pícara—. El profesor de lengua es como el vino, entre más viejo mejor —. Ambas rieron con picardía.
Aquello enfureció a Sofía. Había escuchado antes comentarios como esos, pero jamás se acostumbraría. De hecho, le avergonzaba ser del mismo sexo cuando escuchaba a sus "compañeras" hablar de esa forma.
—Eres todo un caso, Mariana —dijo su amiga entre risas.
—Por favor, Laura; no soy la única que piensa así. Es la moda tener un sugar —contestó "Mariana" muy quitada de la pena.