Hermanos por ley

Capitulo 10

Últimamente, los días se volvieron tranquilos. Desde la fiesta en casa de Eli los chicos congeniaban mejor. Sofía comenzó a ser un poco más abierta con Sara, dejó de lado las respuesta monosílabas y comenzó a charlar con ella sin que hubiera un tema especifico.

Josué se volvió más participe en las charlas de sus “amigos”. Toni lo jalaba a todos lados como su cómplice, o más victima de fechorías. Sofía había dejado de ignorarlo tan abiertamente como venía haciéndolo, y los mensajes dejaron de ser comunes entre ellos para acordar las compras, las salidas a clases o cosas sin sentido. Ya no hacia falta evitarse. No eran amigos, pero ya no se odiaban.

Robert por su padre logró, con mucho esfuerzo y perseverancia entablar algunas charlas triviales con Josué. La casa cada día se sentí más cálida, Sara había comenzado a arreglar las cosas en su restaurante, conoció a otros amigos de Robert, y viceversa. Las cosas fluían como lo esperaban. Aunque claro, las dudas, los secretos y las heridas seguían ahí, solo ocultas tras un felicidad frágil e incompleta.

—Cariño, apresúrate. Josué esta esperando en el auto, otra vez. — llamó Robert a la puerta de su habitación.

Espero unos segundos, escuchando como Sofía se levantaba de la cama. O eso quiso creer. La puerta se abrió mostrando su aspecto desaliñado.

—¡Por dios Sofía! ¿No has visto la hora? . —

Sofía bostezo frotando sus ojos, era claro que no tenia intenciones de ir a clases esa mañana.

—Papá, por favor. No quiero ir, déjame faltar por hoy. — rogó ella con un quejido.

Robert negó en silencio, y ella se quejo ante su negativa. Sabía que no podía saltarse clases solo por que sí.

—Lo siento, jovencita. Pero tendrás que ir sin bañarte o desayunar, pero no permito que faltes. —

Sofía se lanzo a la cama con frustración y reproche, haciendo un pequeño berrinche que no duro mucho. Cerró la puerta de su habitación y comenzó a arreglarse para ir a clases.

Robert suspiro con frustración.

—¿Todo bien? — preguntó Sara al verlo entrar a la sala. — Me pareció escuchar a Sofía hacer berrinche. —

—Es culpa mía, — se dejó caer sobre el sofá. — Siempre dejé que faltara a clases cuando había actividades extra curriculares. No quería forzarla a convivir, pero tal vez debí hacerlo. Es muy desconfiada. —

Sara sonrió con ternura. Había muchas cosas que le gustaron de Robert, pero si algo la hizo sentir esa conexión, fue ver en él a un hombre que se preocupaba por su hija. Recordaba sus primeros encuentros, donde solo hablaban de sus hijos, pero no resulto extraño ni incomodo, sino familiar.

—¿Y no crees que es algo tarde para eso? — cuestionó ella con diversión. — De todas formas, dudo que ella quiera formar nuevos amigos. —

—Ya lo sé, — respondió echando su cabeza hacia atrás. — ¡Demonios! — exclamó al percatarse de la hora, poniéndose de pie de un brinco. — Josué sigue esperando en el auto. Debó decirle que se vaya o llegará tarde. —

Justo cuando Robert se disponía a salir para avisarle a Josué que se marchara, la puerta principal se abrió y el chico entró con el ceño fruncido.

—¿Y Ana? —preguntó, cruzándose de brazos.

Robert suspiró con resignación.

—Lo siento, Josué. Vete sin ella, yo me encargaré de llevar a mi hija testaruda.—

Antes de que Josué pudiera responder, Sofía irrumpió en la sala mientras terminaba de hacerse una coleta.

—¡Te escuché, papá! —protestó, mirándolo con reproche.

Robert se encogió de hombros y señaló la hora en su reloj.

—Es la verdad. Apresúrate, o llegarás tarde —dijo con calma mientras tomaba su maletín y se dirigía a la puerta.

Pero en lugar de seguirlo, Sofía se dejó caer en una silla de la mesa del comedor y declaró con firmeza:

—No pienso irme sin desayunar.—

—No estoy juegos. Te vas sin desayunar ahora mismo.—

—A menos que me lleves a rastras, no pienso levantarme de esta mesa. —cruzó los brazos y se acomodó mejor en la silla—. No es justo que él pueda comer y yo no.—

—SI te hubieras levantado temprano como lo hicimos el resto, entonces habrías desayunado —replicó Robert con paciencia forzada—. Ahora ya no hay tiempo, tenemos que irnos ya.—

—Pues váyanse, no les estoy diciendo que me esperen. —reprochó ella, para sorpresa de Josué y Sara que miraban estupefactos la escena.

Nunca habían visto discutir a Robert y Sofía de esa manera, de hecho, de ninguna. Era algo extraño e incomodo.

Robert, con una paciencia que parecía agotarse, suspiró y levantó las manos en señal de rendición.

—Entonces vete como puedas —dijo resignado —. Josué, no te preocupes, toma el auto y vete antes de que llegues tarde. —

Josué, sin moverse de su sitio, desvió la mirada hacia el reloj y luego miró a Sofia, muy decidida a no moverse. Recordó algo, y entonces preguntó:

—¿La motocicleta del garaje funciona?—

Robert frunció el ceño, desconfiado.

—Sí… ¿Por qué lo preguntas? —

Josué sonrió levemente.

—No se preocupe, usted y mi madre vayan. Si me permite, llevaré a Ana en motocicleta. Me asegurare que llegue a tiempo —

Sofía le lanzó una mirada feroz al escuchar su segundo nombre. Odiaba que la llamaran así. Lo había dejado claro más de una ocasión pero él seguía haciéndolo. Tal vez por eso aun no eran amigos. Sin embargo, esta vez no dijo nada, solo bufó y continuó con su desayuno.

Robert aún dudaba. No le gustaba la idea de que Sofía viajara en la motocicleta. Tenía cierto recelo con la velocidad y los riesgos que implicaba.

—¿Estás seguro? —preguntó con desconfianza.

—Josué maneja muy bien, Robert. —intervino Sara con una sonrisa tranquilizadora. — No tienes que preocuparte.—

Él lo medito en silencio, mirando aquella motocicleta abandonada que nunca uso. Finalmente, cedió y le encargó a Josué la tarea de apresurar a Sofía.

—Muy bien, dejo a Ana en tus manos —dijo mirando a su hija plácidamente sentada a la mesa.




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