Hermanos por ley

Capitulo 11

Todo había ido demasiado bien para Josué últimamente, tanto que le asustaba. Era como sentir que algo malo estaba por pasar, pero no sabía que. Hasta ese día.

¿A quién debería culpar por lo sucedido? ¿La profesora? ¿Su mala suerte al escoger un papelito? ¿O tal vez a su propia mente? No sabía, y eso era lo peor de todo. Sentirse perdido, abrumado y devastado por una simple palabra: Muerte.

Intento, realmente intento no darle importancia, tal vez solo debió dejar aquel papel en blanco o escribir un tontería como lo hizo Toni, que solo escribió: Locura es estar loco, y estar loco es mi especialidad. Eso debió hacer, pero al final su corazón lo traiciono. Sin darse cuanta comenzó a plasmar sus propios sentimientos.

Sabía que nadie había logrado ver a través de esa fachada, nadie excepto una persona. Ana.

Durante el resto del día la evitó a más no poder se sentía mal. Los recuerdos, la culpa y la melancolía lo estaban consumiendo, apenas y se mantenía a flote. Cruzar la mínima palabra con ella habría desatado el caos. El camino de regreso fue silencioso, tan silencioso como la primera vez que regreso a clases después de ese incidente.

Subió a su habitación buscando despejarse. Se tumbó en cama intentando dormir, pero solo consiguió recordar aquel momento.

—Debo salir de aquí. —murmuró para sí mismo.

Se levanto de la cama, abrió su closet sacando toda su ropa a prisa. Buscó al fondo hasta encontrar una maleta.

No estaba planeando huir, eso sería duro para su madre. No, no le haría pasar ese dolor otra vez. Al abrir la maleta sacó un álbum de fotografías junto con una libreta algo vieja. Había otras cosas dentro, como juguetes, dibujos y otros objetos pequeños. Busco desesperadamente hasta encontrar una llave. La tomó junto con el álbum y la libreta, y las metió en una mochila.

Abrió la puerta con sigilo, inconscientemente miro a su lado. La habitación de Ana esta tan cerca de la suya. Sintió una punzada de dolor, debía salir de ahí. Cerró la puerta de golpe, inconsciente. Bajó las escaleras, ajeno a todo y a la chica que lo seguía.

Josué caminaba rápido por las calles, sin mirar atrás. Sofía apretaba el paso para no perderlo de vista. Algo en su instinto le decía que no debía dejarlo solo. No quería preguntarle directamente qué pasaba—sabía que no obtendría respuesta—, pero la curiosidad la estaba devorando. ¿Por qué de repente actuaba así? ¿Qué había en la mochila?

Lo siguió por varias calles, cada vez más alejadas del bullicio de la ciudad. Las tiendas y cafés quedaron atrás mientras avanzaban hacia una zona menos concurrida. Las casas parecían detenidas en el tiempo, con paredes descoloridas y ventanas rotas. Sofía lo vio detenerse frente a una de ellas. Era vieja, con la puerta principal casi cubierta de enredaderas. Josué sacó la llave de su mochila y la introdujo en la cerradura. La puerta se abrió con un leve chirrido y él desapareció dentro.

—¿Qué hace aquí? —murmuró para sí misma, escondida detrás de un poste.

Esperó unos segundos, asegurándose de que nadie la viera, y corrió hacia la puerta. Intentó abrirla, pero ya estaba cerrada.

—¡Maldición! —murmuró, frustrada.

Sus ojos buscaron alguna forma de entrar. Vio la barda del costado y, sin pensarlo mucho, trepó con cuidado. No hagas ruido, no hagas ruido..., se repetía mientras sus manos rozaban el borde áspero del muro. Cuando llegó al otro lado, cayó suavemente al suelo y se escondió tras unos matorrales.

Desde su escondite, lo observó. La casa estaba llena de polvo y cosas olvidadas: cajas apiladas, muebles viejos y recuerdos cubiertos por el tiempo. Fue fácil encontrarlo, la casa era pequeña, sin muchas habitaciones. Agradeció al cielo la mente desconectada de Josué, que no la notó cuando casi entra a la misma habitación donde estaba. Rápidamente se escondió.

Al principio no hizo nada más, se quedó ahí, mirando las paredes desgastadas y aspirando él aroma a humedad. Se dejó caer al suelo, apoyando la espalda contra la pared, y cerró los ojos. Estuvo así durante varios minutos, en completo silencio.

Sofía lo miraba, sin entender. Josué parecía perdido en sus pensamientos, en otro mundo. ¿Qué haces, Josué?, se preguntó.

De repente, él se levantó. Caminó hacia un armario, todo apolillado y polvoriento, lo abrió. No había nada además de un estuche.

¿Una guitarra? Se preguntó Sofía al notar la forma de aquel estuche. Entonces recordó algo, algo extraño y peculiar que había dicho Toni.

Se los juro, Josué tiene un doble vida. Le apuesto un viaje a Paris a que es un músico o artista de medianoche. ¡Esas manos no son de una persona cualquiera!

Al principio le sonó estúpido, como casi todo lo que Toni decía. Pero ahora, sentía que debía un boleto a París.

Se acercó un poco más, escondida detrás de un montón de cajas cerca de la puerta. Josué regresó al centro de la habitación, se sentó y abrió el estuche. Sacó la guitarra de su interior, estaba en perfecto estado a pesar del polvo que cubría el lugar, y comenzó a tocar.

La melodía lleno el lugar, el ambiente se volvió triste. Las notas sonaban claras, casi perfectas. Ella miró el rostro de Josué, perdido, oscuro.

" Te fuiste, Sin despedir

Pensando, Solamente en ti

Y, ¿qué le digo a mi corazón?

Si él no entiende de razón..."

La canción tocó el corazón de Sofia, que ajena a toda su historia, pudo percibir un autentico dolor. El continuó cantando, cada palabra salía con dificultad, como ahogándose.

"Les maquillo todo el ardor

Que tu ausencia me dejó

Y pretendo vivir

De lo más feliz..."

Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. No fue un llanto suave o contenido. No. Era un llanto desgarrador. De repente, aquel chico tranquilo y sereno que todos conocían se desmoronó por completo.

Soltó un grito de dolor y arrojó la guitarra con fuerza, el sonido de las cuerdas retumbando al golpearse contra el suelo. Se levantó de un salto y comenzó a gritar. Sus puños golpearon la pared con furia, una y otra vez, hasta que sus nudillos comenzaron a sangrar.




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