Desde aquel día en que ambos chicos dieron un paso adelante en su nueva relación, los meses se volvieron más cortos. El verano en que sus vidas se cruzaron había quedado atrás, el otoño también estaba por terminar, y el frío del invierno anunciaba su próxima llegada. En casa se respiraban los anhelos de una Navidad diferente.
Sara recuperó su local a finales de octubre, y su rutina volvió a lo que era, al menos en su mayoría. Se mantenía ocupada casi todo el día en el restaurante, pero se las ingeniaba para preparar el desayuno, la comida y la cena de cada día. Robert insistió en que no era necesario, pero esa era su forma de mostrar afecto, así que no pudo negarse.
El plan original era que tanto ella como Josué regresarían a casa una vez arreglado el asunto del incendio, pero, claro, eso no sucedió. Para sorpresa de los adultos, no fueron ellos quienes propusieron seguir de la forma en que venían viviendo los últimos meses, sino más bien fue impulso de los jóvenes.
Tanto Sofía como Josué se hicieron cercanos en otoño. No eran inseparables, pero las peleas dejaron de existir desde aquel día. Tal vez ambos entendieron que cada uno tenía sus razones de ser y que, de una u otra forma, eran parecidos.
Josué se había acoplado perfectamente como asistente financiero, aprendiendo más que en la misma universidad. Sofía dejó de mostrarse reacia a invitar a Josué a sus salidas con amigos, lo que fue una maravilla tanto para Mari como para Toni, quien casi brincó de alegría. En cuanto a Eli, fue difícil.
Su abuelo tuvo que ir a otro país para un congreso. Eli insistió en quedarse en casa de Sofía y del chico de las manos frías, pero no le gustaba la idea de que Sara estuviera ahí. Sofía llegó a sentir pena por Sara; por más que lo intentó, no logró ningún avance con ella, y finalmente su abuelo terminó por llevársela con él. Regresaría a inicios del próximo año.
En el despacho, Robert terminaba de revisar los solicitudes, los últimos antes de iniciar la temporada navideña, cuando Sara entró con una taza de chocolate caliente. Levantó la vista, encontrándose con sus ojos color café.
—Te traje chocolate —señaló ella, acercándose a él.
—Gracias —respondió, tomando la taza entre sus manos. El calor traspasaba la cerámica, calentando sus dedos.
Le dio un sorbo, disfrutando la dulzura de aquella bebida tan tradicional en estas fechas.
—Delicioso —dijo finalmente, provocando un leve sonrojo en Sara.
—Si, bueno. Supongo que es bueno, cuando cambias la rutina. — respondió ella con timidez, acomodando un mechón de cabello revoltoso.
Robert la miró algo confundido, no entendiendo el punto.
—¿La rutina? — preguntó.
—Tomás demasiado café. —puntualizó ella, preocupada por el alto consumo de cafeína de Robert. — No digo que el chocolate sea mejor, igual es demasiada azúcar. Pero deberías dejar de tomar tanto todos los días. —
Robert sonrió con suavidad y llevó la taza a sus labios. Disfrutó otro sorbo antes de responder.
—Tienes razón. Desde que te conocí soy adicto al café. —dijo en un tono ligero, mirándola con intensidad.
—¿Ahora resulta que es mi culpa? —cuestionó con diversión, y confusión al mismo tiempo.
—No me refiero a ese café que se toma muy de mañana. —señaló, mirándola con mayor intensidad. — Sino a ese café que me mira. Que yo miro. Ese café… de tus ojos. —
Sara abrió los ojos con sorpresa, y luego una pequeña risa escapó de sus labios mientras apartaba la mirada, ligeramente sonrojada.
—Vaya, así que ahora eres poeta —bromeó, tratando de disimular lo mucho que esas palabras la habían afectado.
—No precisamente, pero si amante de ella. —explicó — Es una pena, un autor anónimo supo describir perfectamente mi adicción, y no puedo darles gracias por eso. —
El teléfono sonó, interrumpiendo su juego de coquetería.
—Odio ese teléfono—dijo con fastidio, Sara sonrió. — Si él habla. — respondió tomando la llamada.
El frunció el ceño y la sonrisa que había en su rostro se esfumó de inmediato. Sara notó el cambio en su expresión, podía sentir las mañas noticias acercándose.
—¿Qué pasa? —preguntó preocupada.
Robert no respondió de inmediato. Se limitó a escuchar atentamente lo que le decían al otro lado de la línea. Su mandíbula se tensó y su mano libre se cerró en un puño sobre el escritorio.
—Entiendo. Gracias. Yo hablaré con ella… Solo díganles que esperen un poco —dijo con voz firme antes de colgar.
El silencio que siguió fue denso. Sara, sin poder contenerse más, se acercó unos pasos.
—Robert… ¿qué sucede? —
Él levantó la vista y la miró con seriedad. Tragó saliva antes de soltar la noticia que cambiaría todo.
—Su madre. La madre de Sofía la busca. — respondió con nudo en su garganta.
Sara cubrió su boca con su mano por la sorpresa.
—¿Quién busca a Sofia? —
Ambos se sobresaltaron al escuchar la voz de Josué. Estaba parado en la puerta del despacho, con un montón de papeles en la mano.
—Y bien, ¿Por qué esa mujer ahora la busca? — preguntó olvidando por un segundo su “educación y prudencia”.
—Hijo. Primero cálmate. — intervino su madre, notando un furia en su hijo que hacía tiempo no veía. — No es algo que nos incumba…
—No, me incumbe. —interrumpió de forma brusca. — Tal vez no conozco a Sofia de toda la vida, pero de algo estoy seguro. No necesita a una mujer que la abandono cuando era niña. ¿Y porque quiere verla ahora? ¿Por qué después de tantos años? —
—Así que lo sabías. —dijo Robert.
—Ella me lo contó, y entonces entendí muchas cosas. Créanme, ella no necesita que esa mujer entre a su vida, solo volverá a lastimarla.
— Las cosas no son tan sencillas Josué, no sabemos en qué situación se encontraba ella cuando nació Sofí, y es su madre. —
—¿Y está seguro que es lo que ella quiere? ¿Lo que necesita? —
—No la recuerda. —respondió Robert. Josué lo miró confundido. Ella claro que la recordaba. — La adopte cuando era muy pequeña, y nunca tuvo alguien al quien llamar mamá. Ahora que ella ha aparecido no puedo quitarle esa oportunidad. Será ella quien decida si quiere que forme parte de su vida, no nosotros. —