Después de un par de intentos por contactar a una ex compañera y amiga, Josué finalmente pudo preguntar sobre el producto que buscaban, y por surte para ambos, el lugar donde ella trabajaba los tenía en existencia.
Tomaron un taxi para llegar al lugar, el cual quedaba algo lejos de donde Sofía solía moverse. Mejor dicho, quedaba cerca de los barrios más peligrosos de la ciudad, fue difícil encontrar a un taxista que lo llevará hasta allá.
—Empiezo a creer que me has traído aquí para vengarte. — comentó Sofía caminado con recelo a la par de Josué —
—Olvidaba que eres niña rica de papá. — mencionó con un ligero tono de burla. — Estos lugares ni siquiera son tan peligrosos… al menos que seas forastero, como tú—
Sofía le lanzó una mirada fulminante, pero no dijo nada.
—No te preocupes —añadió Josué mientras avanzaban—. Solo sígueme y no hables con nadie. —
—¿Y si nos asaltan? — preguntó preocupada, mirando a todos lados.
—Ya te dije que no pasa nada. Antes de abrir el restaurante, viví en este barrio con mi madre por mucho tiempo, a gente me conoce y sabe que nunca me metí con nadie, estaremos bien. —
—Estas queriendo decir, ¿qué simio no mata simio? — preguntó mirando a un grupo de chicos que fumaban en las banquetas. Ellos le sostuvieron la mirada de tal forma que la hizo temblar. — No estoy tan segura de eso. —
Josué se detuvo, y ella casi choca con él.
—Oye, sé que jamás has frecuentado lugares como estos, ¿Pero no te parece que estas siendo demasiado clasista? Y si vuelves a comparar a la personas que viven aquí con simios, te aseguro que incluso si vienes conmigo, no te libras de un buen susto. Estamos. —
Ella asintió en silencio, sintiéndose regañada.
—Perdón. —
—Sígueme, ya casi llegamos. —
Doblaron en una esquina y entraron en una tienda de telefonía. No era nada parecida a los lugares que Sofia solía frecuentar, edificios amplios, personal uniformado y aire acondicionado. Era pequeño, apenas el doble de su habitación y dos empleados a la vista.
—¡Güey, no manches! —gritó una voz desde el fondo, apenas cruzaron la puerta—. ¡Mira nomás quién se dignó a venir a verme! —
Una joven salió desde detrás del mostrador con una sonrisa amplia. Su cabello estaba lleno de mechas de colores que parecían cambiar con la luz, llevaba uñas postizas larguísimas decoradas con brillitos, y un tatuaje de espinas y rosas asomaba desde su cuello hasta perderse bajo la camiseta sin mangas.
Sofía se quedó paralizada.
—¿Qué onda, Jos? —dijo la chica dándole un apretón de manos y luego un medio abrazo a Josué—. Y tú... tú debes ser la fresita que vienes con él, ¿no? Qué ternurita, pareces de comercial de perfume. —
Sofía pestañeó, sin saber si sentirse ofendida o halagada.
—Sofía… Ana Sofía, en realidad. —se corrigió.
—¡No manches que te llamas Ana Sofí! —soltó Mónica echándose a reír—. Güey, es el nombre más fresa que puede existir. —
Sofía abrió un poco los ojos, sorprendida, pero no alcanzó a decir nada antes de que Mónica añadiera con una sonrisa sincera:
—Pero igual, me caes bien. Si eres amiga de este vato, eres amiga mía. —
—Gracias… creo —murmuró Sofía, sin poder evitar sonreír.
—Denme diez minutos, va, voy por lo suyo y les aviso. Siéntense donde encuentren lugar… si no les da cosa. —Soltó una carcajada y desapareció entre cajas.
Sofía miró el pequeño lugar, luego a Josué.
—No es como lo imaginaba. —
—¿El barrio o Mónica? —
—Ambos. —
Josué sonrió, se encogió de hombros y le indicó con la cabeza una silla medio libre. Ella lo pensó un poco, pero finalmente se sentó a esperar.
Minutos después, Mónica regresó cargando una cajita blanca con letras doradas y una cinta de seguridad algo arrugada. La dejó sobre el mostrador frente a ellos con una sonrisa orgullosa.
—Aquí están, justo los que me dijeron. Nuevecitos, recién llegados. —
Sofía tomó la caja con cuidado, la abrió y sacó los auriculares. Se veían bien a simple vista, pero al fijarse en los detalles, frunció el ceño.
—¿Pero… estos son pirata? —preguntó, mirando alternadamente a Josué y a Mónica.
Mónica soltó una carcajada.
—¡Se nota que eres bien fresa! —dijo, mirando a Josué con burla cariñosa antes de volver la vista a Sofía—. Mira chica, sí, son pirata, pero neta que son de buena calidad. Estos todavía no salen en el país y van a tardar como cuatro meses en llegar. Con suerte, podrás comprar unos… y te van a costar un ojo de la cara.
Se inclinó sobre el mostrador, más cerca de Sofía.
—Pero ahí tú ves. Yo te lo ofrezco, y te doy mi palabra que jalan perron. Son los mismos que traen varios influencers de allá por Los Ángeles, me los mandan por encargo. —
Sofía dudó unos segundos. No era lo que esperaba, pero… si de verdad funcionaban como decía, tal vez valdría la pena.
—¿Qué opinas tú? —preguntó a Josué en voz baja.
Él se encogió de hombros.
—Confío en Mónica. No te va a vender basura. Pero si no te gusta, igual buscamos en otro lado. —
Sofía miró la caja de nuevo, luego a Mónica, que seguía sonriendo como si supiera que terminaría aceptando.
—Está bien… me los llevo. Pero si no sirven, vengo y te los devuelvo. —
—¡Obvio, güey! ¿Tú crees que me voy a esconder? Aquí estoy, chula. —le guiñó un ojo mientras se dirigía a empaquetar los auriculares.
Sofía sacó su tarjeta de crédito del bolso con toda naturalidad y se la extendió a Mónica, pero esta abrió los ojos con alarma y rápidamente le empujó la mano hacia abajo, cubriéndola con la suya.
—¡No, no, no! —susurró con prisa— Guárdala, güey. Esa cosa aquí no se saca. —
Acto seguido, le lanzó una mirada a Josué y con una ligera inclinación de cabeza señaló hacia la esquina del local. Él siguió la dirección con disimulo y notó a un tipo observándolos desde el fondo, apoyado contra una estantería medio vacía. No llevaba uniforme ni parecía empleado.