― No ―
― Tienes razón, perdí mucho tiempo. Necesito recuperarlo como sea ― dice serio ― y un día no basta
― No ― recalco
― Enserio no pienso aprovecharme. Hagamos un trato. Yo no me acerco a ti hasta que mi hija me vea como un padre, lo juro ― dice y levanta su mano derecha
Estoy a punto de ceder, se ve sincero.
― Esta b… ― digo y soy interrumpida
― Que no ― contesta Pablo ― Ana, tal vez está tranquilo una semana; pero luego te va a seducir
― Cierto ― digo y vuelvo en mi ― eso estuvo cerca. Gracias Pablo
― No hay de que ― dice sonriendo
― Por qué se mete en decisiones de familia ― reclama Daniel
― Porque lo es. Forma parte de mi familia ― digo y me levanto
― Pero es mi hija ― dice Daniel
― ¡Bien! Vamos a hacer esto. Todos nos vamos a ir a vivir a la casa de Pablo ― digo
― Mi casa ― dice Daniel
― Mi casa ― digo
― Su casa ― acota Pablo
― Gracias ― digo
― Bien, pero él se va ―
― El punto es que haya alguien que te detenga ― digo
― No ―
― Sí ―
―No―
―Sí ―
― ¿De qué discuten? ―
― Hermosa, tu padre no quiere que vayan a vivir conmigo y Priscilla ― le dice Pablo
― Nooooooooo ―
― ¡Porque! ―
Me río, eso de tener a las dos en su contra es feo. Y enserio triste. Voy a rezar por su salvación
― Porque esa no es su casa y él no es nada tuyo. Yo soy tu padre y Ana tu mamá; nuestro deber es estar juntos ― dice Daniel rojo de furia, decidido a no ceder en esto
Las niñas se asustan, o bueno, fingen asustarse y empiezan a llorar. Entra en escena Alexander y abraza a Daniela para consolarla. Priscilla se da cuenta y llora más fuerte. Alexander se va a consolarla al verla peor.
― Va enserio, voy a buscar un psicólogo para las niñas ― dice Pablo
― Escuche en la radio de un tal Guido Lamarck ― digo susurrando ― dicen que es bueno
― ¿Se habrá enfrentado a algo parecido a nuestras hijas? ― pregunta curioso
― La verdad que lo dudo ― digo aun susurrando para que Daniel no salga de su momento de pánico al ver por primera vez a su hija llorando a moco tendido
― Bien, creo que lo busco ― dice y saca su celular entrando a su buscador
Las niñas siguen llorando, pero Daniel ya salió de su estado de estupor. Está tratando de calmarlas. Ellas siguen llorando.
― Hay que detenerlas, luego se van a quejar de dolor de garganta ― dice Pablo
― No, déjalas. Para que aprendan ― digo tranquila
― No, no hay que darles más material para nuevas ideas locas. A mí no se me ocurre nada, pero a ellas seguro que sí ― dice Pablo
― Tienes razón, hay que intervenir ― digo y me voy acercando ― niñas, ya basta
Ellas siguen
― Dije que basta ― digo bajando la voz un poco, pero aumento el tono de amenaza
Se callan
― Aun me sorprende como eso siempre funciona ― dice Pablo acercándose
― ¿Cómo lo hiciste? ― dice asombrado Daniel
― Sienten a su alfa ― dice Pablo bromeado
― Es simple, tienes que ganarse su respeto y miedo. Ambos en uno ― digo sonriendo
― Eres lo máximo ― dice Daniel
― No es la gran cosa, yo también puedo ― dice Pablo ― sólo tiene que ser algo que realmente me moleste
― Cierto, supongo que adquieres el poder con hijas como ellas ― digo pensativa ― Bueno, niñas. A lavarse la cara y saquen mentas para sus gargantas, si les duele ni me digan.
― Sí mamá ― dice Ela
― ¿Te puedo decir mamá? ― pregunta Priscilla
― Claro preciosa ― digo
― En ese caso ― mira a Daniela y cuentan hasta tres con los dedos
― Sí mamá ― dicen ambas niñas y se van corriendo
― Va a llorar en la noche ― comenta Pablo
― Lo sé, dile que desde ahora me puede llamar así ― le digo
― Bien, gracias ― dice Pablo tomando mi mano y presionándola
― Está bien, vamos a vivir todos juntos. Pero solo por mi hija, no te acerques a mi esposa ― dice Daniel
― Ex ― digo con ahínco
― Lo que sea. A más tardar este fin de semana estoy con mis cosas en la puerta ― dice monótonamente ― Si me demoro más, mi hija te llamara padre; eso no va a pasar ― agrega con voz baja, casi susurrando