El caos se desató ante su pánico, y el mundo de antes estaba quedando poco a poco en el olvido. El desastre reinaba en lo que alguna vez fueron grandes ciudades, centros de todo lo que había ayudado al mundo a levantarse y a superarse. El miedo, la desesperación y la confusión eran lo que principalmente mantenían a los mortales bajo una sombra de control, guiando sus actos hacia la destrucción, no solo de ellos mismos, sino de todo.
El mundo se había vuelto loco, había perdido su brillo por una sombra de incertidumbre. El ambiente se percibía tenso, las personas luchaban por los últimos recursos, pues ante la revelación de seres sobrenaturales, muchos habían perdido la razón. Su sospecha era la de un inminente final para la humanidad, ya que famosas escrituras habían advertido desde hace tiempo acerca de lo que ocurriría si se presentaba una situación como la que ellos ya habían vivido con aquellas criaturas con alas, las cuales habían aparecido de repente para darle inicio al caos que Belia, el hijo de Lucifer, había planeado desatar.
Sin embargo, el desastre ya había sido detenido por Lía, la hija de Nerón, y por los Anónimos del Ángel Guardián. Un infierno se había apagado en el Oscuro Paraíso gracias a la intervención de guerreros de luz. Las criaturas ya no volverían a turbar a los mortales, pero eso los humanos no lo sabían. Lo único de lo que eran conscientes era que el infierno era real y que los seres que aparecieron eran parte de él, y ahora temían. Nada podía calmarlos, y para los Anónimos del Guardián no era prudente intervenir, no ahora que todo se encontraba hecho un desastre, no ahora que los humanos se habían vuelto oscuridad.
Oscuridad provocada por ellos, oscuridad presa de ellos, oscuridad que solo podía ser domada por un ser supremo. Un balance, uno que fuera capaz de mostrarles que el paraíso también existía y que podían ser parte de él si así lo decidían. Que siempre ha estado aquí, porque ellos, más que solo ser una hermosa oscuridad, también eran luz.
El escándalo inundaba las calles, personas con pancartas hablaban acerca del fin de los tiempos, iban de un lado a otro sembrando pánico. La incredulidad y la desesperación que sentían algunos los instaba a provocar peleas, gritos, discusiones. Saqueos, escapes, batallas y violencia era esa la oscuridad que ahora los representaba. Era eso en lo que se había convertido el mundo.
Pero él no podía prestarle atención a todo ese caos. Él apenas podía ser consciente de su propio caos, evocado por una mirada de confusión y por un silencio que quedó tras lo que resonó de una inocente y asustada voz.
"¿Quién eres tú?"
En sus adentros se repetía una y otra vez esa pregunta, la sospecha la mataba, la imagen frente a ella la atormentaba. Era demasiado la confusión la que la consumía, era demasiado el miedo el que le advertía.
Todo dentro de su mente se encontraba revuelto, la bruma de incertidumbre la envolvía hasta hacerla sentirse perdida y amenazada. El silencio que se había creado dentro de esa amplia y esterilizada habitación era denso e inquietante. Ningún rumor de susurro se hallaba, también se reprimían los más inofensivos movimientos. Los Anónimos que se habían acercado para enterarse de la situación ahora miraban con asombro y con preocupación a aquellas dos figuras que en ese momento se encontraban cerca del balcón.
La luz del sol les daba de lleno por completo, pero no era solo esa iluminación la que los rodeaba a ambos ahora. Chris y Connie tenían a todos impactados, pues cada uno de los presentes estaba maravillado por lo que veían ahora con ellos, en ellos. Resplandor, el más puro, el más luminoso. Resplandor más brillante que el que emitían los rayos de sol que ahora caían sobre ellos. La gran estrella, al lado de ellos, no era nada, no era tan intensa como lo que ahora mostraban ambos al estar juntos...
Por fin... juntos.
— C-Connie...— pronunció Christopher, con voz temblorosa. El chico de ojos púrpura apenas podía reaccionar, apenas era capaz de asimilar lo que se encontraba frente a él. Tragó saliva, sus ojos se negaban a dejar de mirarla—. Be-bella... tranquila, p-por favor...
La joven negó con la cabeza, aún tenía a él entre sus brazos. Podía entenderle, a pesar de saber poco del idioma que ahora él trataba de utilizar con ella. Connie era capaz de comprender cada palabra a la perfección gracias a sus estudios de inglés con Connor, su mejor amigo. Sin embargo, algo dentro de ella se negaba a hacerle caso a la voz queda del chico.
<<Sus ojos...>>
Ella no podía dejar de verlos, pero, a diferencia de Christopher, ella sentía miedo, pues ya había reconocido algo en ellos.
<<Es uno de ellos...>>
Empezó a negar con la cabeza, su débil corazón comenzó a latir con furia dentro de su lastimado pecho.
<<Él... él también es un demonio... ¡Es un demonio como los otros! ¡Es uno de ellos también!>>
— ¡No! —empezó a forcejear fuertemente para apartarse del chico castaño que ahora la miraba con desconcierto—. ¡Suéltame!— intentó decir en el idioma de él para exigir su liberación, pero Chris no cedía a pesar con sus bruscos movimientos—. ¡He dicho que me sueltes!
— Connie, tranquila... — el chico de cabello oscuro y rostro cansado intentó calmarla. En sus adentros, fue capaz de percibir cómo algo estrujaba a su corazón. No entendía lo que ocurría, no podía comprender su reacción. Él se había hecho tantas expectativas antes, un gran error que lo impulsó a cometer su ilusionado corazón, el cual se había vuelto ansioso ante la espera que había tenido que soportar.
<<¿Qué es esto...? ¿Por qué se porta así ahora? ¿No me reconoce?>>
— Pequeña, tranquila —Jess se había acercado para tratar de calmarla, pero la chica de blanco y que ahora se encontraba luchando con Chris no se detenía, al contrario. Ella se movía como si el tacto de Chris la estuviese quemando por dentro y por fuera. Jess de inmediato se preocupó.