Hermosa oscuridad

Capitulo 24

Christopher.

Me senté junto a Connie, que se había quedado dormida en el sofá. La observé en silencio, y por primera vez en mucho tiempo sentí una extraña mezcla de felicidad, paz y tranquilidad. De alguna manera, sabía que todo empezaba a encajar, que poco a poco las cosas se estaban arreglando. Era un verdadero milagro tenerla allí, sana y salva.

Tenía fe en que todo mejoraría, en que junto a ella todo podría sanar. La amaba. Al fin estaba con el amor de mi vida, con la mitad de mi alma.

Me quedé contemplándola durante un largo rato, disfrutando de su mera presencia. Verla dormir me llenaba de calma, porque Connie, antes, apenas podía cerrar los ojos por las noches. El miedo a que el sol no volviera la mantenía despierta, y yo velaba con ella hasta el amanecer. Pero ahora… ahora parecía tranquila, segura. Y yo me sentía reconfortado al verla así, a salvo, conmigo.

Me incliné hacia adelante y deposité un beso suave en su frente.

—Te amo, bella. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. Ahora puedes sentirte segura. Nunca me apartaré de ti.

Una sensación de plenitud me envolvió, pero esa paz pronto me llevó a recordar el día en que llegué al refugio con Ethan y Emmett. Afuera, un grupo de personas armadas intentaba forzar la entrada. Estaban desesperados, y yo podía sentir con crudeza su miedo y su hambre. Esa desesperación me empujó a actuar.

Corrí hacia ellos, y Ethan y Emmett me siguieron. Intentamos bloquear la entrada, pero ya era tarde: algunos habían logrado colarse y atacaban a los más ancianos que se encontraban dentro. La situación me sobrepasaba, había demasiados, y debía contenerme para no descontrolarme ni revelar más de mi fuerza de la cuenta.

Aun así, no me rendí.

Luché con todas mis fuerzas para protegerlos. Ethan y Emmett estuvieron a mi lado, y juntos conseguimos detener a los saqueadores. Pero no sin consecuencias: varios ancianos habían sido empujados, golpeados, heridos. La culpa me atravesó al no haber podido protegerlos mejor. Siempre ha habido algo dentro de mí que me impulsa a ayudar, incluso si debo ponerme en riesgo.

Cuando al fin entramos al edificio, encontramos a decenas de personas aterrorizadas. Habíamos logrado detener el ataque, pero aún quedaban muchos en peligro. Entonces recorrí los pasillos, buscando, hasta llegar a una habitación donde un grupo de personas se escondía en un rincón, temblando de miedo. Me acerqué y los calmé como pude, asegurándoles que todo había terminado, que estaban a salvo.

Y, sin embargo, algo en mí no estaba en paz. No sentía la presencia de Connie. Antes siempre la había sentido de algún modo, incluso a la distancia, pero esta vez no estaba ahí. Tal vez la energía de los demás, cargada de temor y ansiedad, bloqueaba mi conexión con ella.

Aun así, la inquietud me carcomía. ¿Dónde estaba Connie? ¿De verdad se encontraba allí?

Recuerdo perfectamente el momento en que la encontré. La habitación estaba llena de chicas, todas escondidas, todas temblando de miedo. Y entonces la ví después.

A Connie...

Al fin la había encontrado.

Estaba sentada en un rincón, con la cabeza gacha, el cabello corto y negro cayendo sobre su rostro. Sus ojos celestes brillaban en la penumbra como dos cristales, y su piel tan pálida parecía casi transparente. Sentí un golpe en el pecho, como si me hubieran arrancado el aire. No podía creerlo. Allí estaba, en ese rincón, mirándome con sorpresa y con miedo.

Me acerqué despacio, temiendo espantarla. Y cuando estuve frente a ella, todo lo demás desapareció. El tiempo se detuvo. Solo existía ella. Su presencia me devolvió la vida...

Había tenido tanto miedo...

—Connie... —susurré con cuidado, temblando por dentro—. ¿Bella? ¿Eres tú?

Ella me miró asustada, con el corazón hecho un nudo. Me explicó, entrecortada, que había huido para protegerme a mí y a mi familia. Que había preferido enfrentarlo todo sola antes que ponerme en riesgo. Aquello me desgarró... y al mismo tiempo me conmovió profundamente.

—No estás sola en esto, Connie —le dije, tomando aire, luchando por no quebrarme—. No tenías que protegernos a nosotros. Somos nosotros los que deberíamos protegerte a ti.

—Tú no entiendes... —murmuró, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. No quería que nada malo te pasara por mi culpa.

Y fue entonces cuando lo comprendí: ell estaba dispuesta a sacrificarlo todo por mí. Y yo no podía dejarla cargar con eso sola. No podía permitir que se marchara otra vez. La amaba demasiado. Tenía que estar allí para ella, siempre.

Cuando me confesó que también me amaba, sentí que el mundo entero se detenía. Como si hubiera ganado lo único que realmente importaba. El amor que había soñado durante tanto tiempo, correspondido al fin. Supe en ese instante que nunca permitiría que algo le ocurriera. No la perdería. Nunca.

Tomé su mano con fuerza y la miré a los ojos.

—Connie... no tengas miedo. Estoy aquí. No te dejaré sola. Nunca más.

Ese recuerdo me trajo otro, uno aún más intenso. El día en que la encontré en el bosque de Beacon. Ella yacía en la nieve, herida, con una pierna destrozada. Intentaba apartarme, alejarme, pero yo no podía dejarla allí. El bosque ardía, el fuego lo devoraba todo...

Me acerqué con cuidado, ella me miraba con desconfianza, con miedo... pero en sus ojos ví algo más. Algo que me hizo entender que era especial. Que debía protegerla. La cargué en mis brazos y la saqué de entre las llamas. Ese día todo cambió: sentí una conexión indescriptible, como si ella fuera la mitad que me faltaba.

Y ahora, después de sus palabras, después de su amor, me siento completo. Sé que ya no es la misma chica que encontré en aquel bosque hace veinte años, pero sigo sintiendo lo mismo. Ella es parte de mí. Ella es mi otra mitad.

Y por eso sé que siempre la protegeré. Que la amaré hasta el último aliento.

Mis pensamientos se ensombrecieron al recordar a Lamia, los asesinatos, el sacrificio, la muerte de mi hermano... La náusea me invadió, pero una idea me atravesó como un rayo: ¿y si Nathan había regresado? ¿Y si lo tenía de nuevo conmigo, aunque de otra forma?




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