Hermosa oscuridad

Capitulo 27

Christopher.

Salí del refugio con Connie, y de inmediato me invadió una incomodidad difícil de ignorar. La ciudad estaba vacía y silenciosa, pero no era un silencio pacífico. Era un silencio tenso, como si la ciudad misma contuviera la respiración, esperando el momento exacto para desatar algo terrible.

Yo también estaba en espera.

Mientras caminábamos, mis ojos no se apartaban de Connie, siempre listo para defenderla de cualquier cosa que pudiera surgir. El paisaje era un desastre: edificios saqueados, paredes cubiertas de hollín, coches volcados o incendiados, montones de basura acumulados en las esquinas. Todo parecía el rastro de una tormenta brutal que había arrasado con la ciudad, dejándola sumida en ruinas.

Pero lo que más me inquietaba no era la destrucción física. Era esa sensación de que algo acechaba en las sombras, aguardando a que bajáramos la guardia. Cada paso que daba me tensaba más, y con ello mi instinto de protección hacia Connie crecía.

Ella se detuvo de repente, su mirada clavada en un punto a la distancia.

—Chris, mira —susurró, con la voz baja y tensa.

Seguí su mirada. Un grupo de personas, vestidas con ropa sucia y desgastada, se ocultaba en un portal. Nos observaban con ojos llenos de miedo y desconfianza.

De inmediato la atraje hacia mi costado.

—Vamos. No tengas miedo.

—Pero pueden ser… —empezó a decir.

—No siento mala intención en ellos, bella. Tranquila. Sólo tienen miedo. Es lo que huelo en ellos. No se atreverían a hacernos nada. —Le tomé el brazo, firme, pero con suavidad—. Igual, no queremos llamar la atención. Sigamos.

Continuamos por aquella calle deshecha. El ambiente se volvía cada vez más pesado, y la inseguridad nos rodeaba como una sombra invisible. Connie caminaba junto a mí, observando todo con esa mezcla de curiosidad y aprensión que intentaba disimular, aunque yo podía oler claramente su nerviosismo. Pero junto al miedo, también había en ella algo más fuerte: su determinación.

Aun así, no estaba de acuerdo con exponerla de esta manera. Sabía que ella era la que corría más peligro, y el solo hecho de pensar en eso me desgarraba por dentro. Pero ya habíamos dado ese paso. Y aunque quisiera, no podíamos volver atrás. En primer lugar, porque ni siquiera el refugio era seguro ya; en segundo, porque lo hacíamos por Milton. No sabía qué había sido de él, pero no podía darme por vencido. No aún.

Tengo que encontrarlo...

De pronto, Connie se detuvo de nuevo y se inclinó hacia mí, su voz apenas un murmullo lleno de inquietud:

—Chris, tenemos que tener más cuidado. Recuerda lo que pasó en Berlín… los humanos pueden descubrirte.

Sus palabras me tocaron hondo. Sabía que ella era consciente de lo que yo era, de lo que podía hacer. Y aun así, lo que la movía era su deseo de protegerme. Su preocupación era tan genuina, tan inocente… que me conmovía hasta lo más profundo.

Se adelantó un paso, colocándose delante de mí como si pudiera ser mi escudo contra cualquier amenaza. No pude evitar sonreír. Connie siempre pensaba primero en los demás, aun después de todo lo que había sufrido. Era increíble. Valiente. Única. Pero yo me había prometido que ahora era mi turno de protegerla.

—Connie, espera —le pedí suavemente, tratando de razonar con ella—. Tranquila. Si siento algo extraño en alguien, te lo diré, lo prometo. Pero no necesitas hacer esto. Confía en mí: podré controlar cualquier situación.

Ella negó con la cabeza, obstinada.

—Eres un tonto si crees que voy a dejarte todo a ti.

—Pues tendrás que hacerlo, te guste o no.

—¿Y cómo se supone que voy a protegerte yo?

—Manteniéndote a salvo. Nada más, bella. Eso es lo único que me importa. —Tomé su rostro con suavidad, obligándola a mirarme a los ojos—. Tenerte bien me dará toda la fuerza que necesito. Es lo único que te pido. No interfieras. No puedes hacer nada si se trata de demonios o Anónimos. Fue el trato.

—Pero si las cosas se complican… no voy a permitir que pelees solo, y…—

—¿Es que no confías en mí? —la interrumpí, soltando una risa suave. La acaricié en la mejilla, sintiendo cómo se tensaba bajo mi toque—. ¿Es eso? ¿O qué pasa?

—Que me siento impotente de ser tan inútil —respondió de golpe, seria, con un tono cargado de enojo y frustración que me sorprendió—. Apuesto a que… a que ella sí podía hacerlo antes, y sin problema.

Sus palabras me golpearon con brutalidad. Al fin entendí de dónde venía esa rabia contenida: Lamia.

Negué lentamente, y con firmeza le respondí:

—Bella… eso no importa ya. Tal vez antes fue así, pero ahora soy yo quien quiere salvarte. Yo, no por deuda ni por el recuerdo de lo que fuiste antes. No por Lamia. —La miré fijamente, para que no hubiera dudas en mis palabras—. Te necesito a ti, y sólo a ti. Porque ya me salvaste muchas veces, y lo sigues haciendo, incluso aunque no lo notes.

Connie se quedó callada, con lágrimas contenidas en los ojos. Ante su silencio, lo único que pude hacer fue acercarla a mí y besar su frente.

—Te amo. Sigamos, ¿sí? —le pedí.

Ella asintió, débilmente.

Reanudamos el camino, avanzando con cautela por la metrópolis devastada. Cada rincón me transmitía más y más miedo, como si algo invisible nos vigilara. Y la ausencia de noticias de Milton sólo agravaba esa sensación. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si estaba herido… o muerto? La sola idea me helaba la sangre.

Al llegar a la zona que él nos había indicado, nos detuvimos. Estaba desierta, demasiado silenciosa. No había señales de Milton.

Entonces recordé lo último que me había transmitido por el vínculo telepático:

“No vayan a reunirse con el Guardián. Es una trampa.”

Un escalofrío recorrió mi espalda. Desde que Emmett nos contó que también había recibido un mensaje del Guardián, sospechamos que algo no encajaba. Aquello no era una simple reunión de sargentos: era un anzuelo. Y Milton lo había sabido.




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