Connie.
Todos estábamos reunidos en una cabaña ubicada en un lugar remoto, cerca de las montañas. Era un sitio tranquilo y apartado, rodeado de árboles y formaciones rocosas. La oscuridad de la noche se había extendido por completo, y sólo la luz pálida de la luna iluminaba débilmente el entorno.
La cabaña era pequeña y rústica, con paredes de madera y un techo inclinado. Una chimenea de piedra sobresalía del techo, y una diminuta ventana en la fachada dejaba escapar una débil luz anaranjada. Koran nos había traído aquí a través del portal por el que escapamos. Dijo que era un lugar seguro, donde podríamos ocultarnos por un tiempo. Ya no podíamos regresar a la reserva, pues era más que obvio... que ya nos habían descubierto allí.
El caos había vuelto.
Sentí un nudo en la garganta al recordar cómo habíamos enterrado a Milton cerca de este lugar apenas un par de horas antes. Fue un momento desgarrador, uno que ninguno de nosotros olvidaría. Recuerdo a Koran cavando la tumba con sus propias manos, a Evan sosteniendo el cuerpo de Milton mientras lo bajábamos a la tierra, a Christopher llorando sin poder contenerse, y a Abby intentando consolarlo. Recuerdo también cómo Connor me sostuvo con firmeza mientras yo sentía que el corazón se me rompía en el pecho.
La tumba quedó en un sitio tranquilo, rodeado de árboles y flores silvestres. Era un lugar hermoso… pero, en ese momento, sólo parecía un recordatorio doloroso de nuestra pérdida.
No existían palabras que pudieran describir lo que sentíamos...
La imagen de su cuerpo siendo cubierto por la tierra me perseguía sin tregua. Era cómo si gritara por dentro, pero mi voz estuviera atrapada, ahogada por el dolor y la rabia.
¿Qué sentido tenía todo esto? ¿Por qué tenía que volver a pasar?
La estancia donde nos encontrábamos ahora estaba envuelta en un silencio sepulcral. Los chicos Anónimos estaban sentados o recostados, con rostros demacrados y miradas vacías. Nadie hablaba, nadie se movía. El aire estaba cargado de pena e impotencia.
Me sentía perdida, sin saber cómo consolarlos. Sabía que la muerte de Milton era irreparable y que nada podría devolverle la vida. Me acerqué a Christopher, que estaba en un rincón con la mirada fija en el vacío. Su rostro se veía agotado, los ojos rojos por el llanto. Me senté a su lado y le tomé la mano, pero no reaccionó. No me miró, no habló. Sólo permaneció ahí, inmóvil.
Me dolía verlo así. Christopher siempre había sido el más fuerte, el que mantenía unido al grupo cuando todo se desmoronaba. Pero ahora... ahora parecía quebrado. Y yo me sentía impotente, sin saber cómo ayudarlo.
Abby descansaba en un sofá con los ojos cerrados. Evan estaba en una silla, con la cabeza entre las manos. Lucía estable, al menos en cuanto a sus heridas. Agradecí al cielo por eso. Connor permanecía con los brazos cruzados, recargado contra la pared frente a mí, mientras Koran observaba en silencio por la ventana, con la espalda hacia nosotros.
Después de escapar del campo de batalla, Koran había ido a buscar a Adela, que había quedado inconsciente. No ha despertado desde que él la trajo aquí, y eso me preocupa. Pero Koran me aseguró que estaba bien, sólo agotada tras el entrenamiento y por crear los portales que nos salvaron.
Me quedé junto a Christopher sin saber qué decir. Seguía sumido en su dolor. A pesar de la distancia que había entre nosotros últimamente... en ese momento no me importaba. Sólo quería estar cerca, hacerle saber que no estaba solo.
Milton había muerto protegiéndome, y esa verdad me pesaba cómo una losa. Me sentía responsable, culpable. No sabía cómo vivir con eso.
De nuevo, alguien había muerto por mi culpa.
Otra vez.
La culpa y la tristeza me envolvieron cómo una marea. Sentía que era un imán para la muerte, que todos los que me rodeaban estaban condenados a sufrir. ¿Por qué siempre tenía que ser así? ¿Por qué otros debían pagar el precio por mi seguridad?
Me miré las manos, y por un instante tuve la sensación de que estaban manchadas de sangre.
La sangre de Milton...
La sangre de todos los que habían muerto por mí antes.
Una náusea me recorrió el cuerpo, y sentí que me enfermaba sólo de pensarlo. No sabía cómo iba a poder seguir viviendo con esa culpa. En ese momento, sólo quería desaparecer, que nadie más tuviera que sufrir por mi causa, pero no era posible. Esta era mi realidad y lo único que podía hacer era enfrentarla.
Era lo menos que debía hacer.
Koran caminaba por la habitación con paso firme, aunque su rostro reflejaba una preocupación silenciosa. Se detuvo frente a nosotros y nos observó uno a uno antes de hablar.
—Sé que es difícil… —su voz quebró el silencio con una dureza casi insoportable—. Sé que todo esto es una verdadera mierda. Pero necesitamos mantenernos juntos si queremos sobrevivir. La guerra ya comenzó, y no podemos quedarnos de brazos cruzados. Tenemos que decidir qué hacer ahora. No podemos permanecer aquí por mucho tiempo. Allá afuera todo sigue ardiendo.
Nadie respondió.
El silencio volvió a apoderarse de la cabaña.
—Necesitamos hablar de nuestros planes, chicos, por favor —insistió Koran, con un tono que rozaba la súplica—. Adela y yo tenemos una idea de cómo arreglar esto, pero necesitamos su ayuda.
Pero nadie parecía tener fuerzas para hablar.
Christopher seguía con la mirada perdida en el suelo. Evan se cubría el rostro con las manos y Abby, con los brazos cruzados, observaba a Koran con una mezcla de cansancio y desconfianza.
—No podemos permitirnos el lujo de quedarnos quietos —continuó Koran, su voz firme, pero agotada—. Tenemos que actuar.
Otra vez, el silencio.
Koran suspiró y se dejó caer en una silla. Nos miró con frustración, pero también con un dejo de compasión.
—Adela y yo hemos estado trabajando en un plan —dijo al fin—, pero necesitamos que ustedes nos ayuden.