Connie.
Sentí cómo si mi corazón se hubiera detenido...
No podía respirar... No podía pensar... Sólo me quedé allí, paralizada, sin saber qué hacer.
Quería correr, quería gritar, pero mis piernas no respondían. Todo dentro de mi mente estaba en blanco… y la única imagen que podía ver era la de Christopher y Abby besándose.
Me sentí herida y confundida hasta la mierda...
¿Cómo podía hacerme esto? ¿Cómo podía besar a otra persona después de todo lo que habíamos vivido juntos?
Él no la apartaba, no intentaba detenerla, y, aunque su respuesta no era apasionada… tampoco parecía resistirse.
Una punzada aguda me atravesó el pecho. La vista se me nubló y sentí las lágrimas asomando. No podía dejar que me vieran así. No podía procesarlo. Sólo sabía que necesitaba huir.
Caminé sin rumbo, con el corazón deshecho y la respiración entrecortada. Las lágrimas finalmente me vencieron. No podía contenerlas más. Sentía que había perdido todo lo que tenía.
Christopher y Abigail... besándose.
Era demasiado...
No podía procesarlo...
No esto...
No podía creer que él fuera capaz de algo así.
No, no podía ser verdad, pero ahí estaban. Y también estaba mi corazón, rompiéndose otra vez, por milésima vez... Sólo que esta vez..., era él quien lo había hecho pedazos.
Intenté huir rápido, sintiendo cómo todo dentro de mí aún se destrozaba. Estaba a punto de cruzar un nuevo sendero, cuando de pronto una figura apareció frente a mí.
Era Koran.
Su expresión era seria, pero sus ojos también reflejaban preocupación.
—Connie… ¿qué pasa? ¿Por qué estás llorando?
No quise responder. No quería hablar ni escuchar nada ahora. Sólo quería llorar.
Negué con la cabeza y seguí caminando, deseando que el mundo se detuviera un instante. Koran me alcanzó y, sin decir nada, me sostuvo entre sus brazos. Intentó consolarme, pero el dolor era demasiado, no podía calmarme. Me sentía cómo si estuviera atrapada en una pesadilla... de nuevo.
—Tranquila… —murmuró él, acariciándome el cabello—. Puedes decírmelo, si quieres.
Pero no podía hablar en ese momento...
No había palabras que pudieran describir cómo me sentía.
Koran se separó de mí y después me miró con compasión.
—No debes sufrir por algo que quizá no sea lo que parece —dijo de pronto, dejándome desconcertada—. Christopher te ama más de lo que imaginas.
—¿Q-qué...? ¿Cómo sabes eso?
— Puedo ver más allá. Recuerda que soy un sargento Anónimo… y ahora mismo tu mente me está mostrando lo que viste.
—Cierto… —susurré, apartando la mirada—. Lees la mente. Entonces ya sabes lo que pasó. Igual... Christopher y yo… ya estábamos muy mal. Nunca fuí suficiente para él. Siento que sólo he traído caos a su vida.
—Ya lo hemos hablado, Connie. Y no dudes de Christopher. Seguro todo fue un malentendido. Él y Abigail son sólo amigos. Christopher te ama a ti, lo sabes. Todos aquí somos conscientes de eso...
—Tal vez estaría mejor con alguien cómo ella… —murmuré con voz quebrada—. Ya vió que tiene mejores opciones.
Koran esbozó una leve sonrisa, triste.
—No lo creo —dijo—. Christopher te ama más de lo que tú misma puedes creer. Sabe quién eres de verdad... También nosotros. Hemos visto tu verdadera luz.
—¿Por qué estás tan convencido Lamia hizo cosas terribles —protesté—. Y yo también. No soy buena para nadie.
Koran negó despacio.
—No es cierto. Has sufrido mucho, sí, y has cometido errores.
Pero también has demostrado fortaleza, compasión y una capacidad inmensa para levantarte. Christopher aprendió a amarte en medio de todo eso… en tu faceta más difícil.
Su silencio posterior me inquietó. Había algo más en su mirada ahora que me intimidó.
Él suspiró hondo, cómo si estuviera a punto de liberar un peso enorme.
—Connie… necesito decirte algo.
—¿Qué cosa?
— Fuí el Guardián Anónimo de Lamia.
Mis ojos se abrieron hasta el tope después de escuchar eso.
—¿Qué… qué dijiste?
—Cuando descubrí que ella poseía un Destello, en 1892, el Guardián me envió a protegerla. Ví la luz en ella, Connie. Era deslumbrante. Pero… tuve que irme. Surgió una emergencia: el Guardián me ordenó capturar a Amón, y al hacerlo… desprotegí a Lamia.— Su voz se quebró, al igual que otra cosa dentro de mí—. Por mi culpa, ella cayó. Fue torturada, juzgada injustamente, y Amón se aprovechó de su soledad.
La manipuló, la destruyó, la convirtió en lo que ahora conocemos.
Koran se limpió después el rostro con la mano. Ví lágrimas deslizarse por sus mejillas.
—Todo empezó por culpa mía… y del Guardián. No supimos cuidar a Constans. Lamia era buena, Connie. Era inocente, pero la dejamos sola… y Amón la atrapó en su oscuridad.
Me sentí sobrecogida al verlo así, tan vulnerable, tan humano.
—No fue tu culpa entonces...—dije suavemente—. No podías saberlo.
—Sí lo fue...—susurró—. Y ahora trato de enmendarlo. Es lo mínimo que puedo hacer. Nunca quise abandonarla… pero el Guardián necesitaba detener a Amón. Era demasiado poderoso. Y cuando por fin regresamos, ya era tarde. Lamia había sido corrompida… por mi ausencia.
Koran me miró con una expresión cargada de dolor después. Tragué grueso ante eso.
—Lo siento, Connie —dijo con voz quebrada—. Lo siento mucho... Nunca quise que pasara esto.
Negué lentamente, sintiendo un nudo apretándome la garganta.
—No fue tu culpa. Tú sólo querías detenerlo.
Él bajó la mirada.
—No fuimos cuidadosos con Constans. La dejamos sola… y Amón se aprovechó de eso.
De pronto, algo hizo clic en mi mente.
Lamia no era mala por naturaleza.
Fue provocada, corrompida, manipulada por Amón. Y Koran, sin querer, la había dejado vulnerable.
Koran me observó con un brillo de esperanza en los ojos.
—¿Lo ves ahora? —murmuró—. No eres mala, Connie. Lamia fue provocada. Hay una gran diferencia.