Hermosa oscuridad

Capitulo 42

Christopher.

Koran nos llevó a Evan, a Adela y a mí a un lugar desconocido. El muy cabrón seguía sin decirnos a dónde íbamos, y su maldito silencio solo hacía crecer mi desconfianza… y mi curiosidad. Ya estaba bastante cabreado con él, sabía que seguiría con sus típicos rodeos, pero esta vez había algo distinto: una urgencia en su mirada que, por alguna razón, me empujó a seguirlo.

Solo espero que tenga algo útil entre manos… porque si no, juro que esta vez sí lo mato.

Mientras caminábamos, no pude evitar notar a Adela. Aunque se veía más fuerte que antes, había algo en ella que me inquietaba. Su mirada estaba apagada, como si llevara una carga invisible que la aplastaba con cada paso.

Me acerqué a Koran y le susurré:

—Oye... ¿Adela está bien? Se ve rara.

Él me lanzó una mirada rápida antes de contestar con voz baja:

—Necesita un poco de espacio, Christopher. Pero está dispuesta a ayudar.

La respuesta me dejó con más dudas que certezas. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué esa tristeza en sus ojos?

Evan, por su parte, parecía más centrado en observar el entorno. Miraba a su alrededor con atención, como intentando reconocer algo en medio de la oscuridad. Koran, en cambio, caminaba con seguridad, como si conociera cada rincón de ese sitio. Adela seguía en silencio, con la cabeza gacha y los pasos pesados. Me preocupaba. Quise preguntarle qué le ocurría, pero recordé lo que Koran había dicho. Tal vez sí necesitaba su espacio… por ahora.

Aun así, no podía dejar de sentirme intranquilo. Koran no había soltado palabra sobre sus intenciones, y mi instinto me gritaba que estuviera alerta. Algo no cuadraba. Para colmo, no dejaba de pensar en Abigail, cuidando sola a Connor y a Connie. ¿Y si pasaba algo mientras no estábamos?

Miré a mi alrededor, intentando ubicarme. Estábamos lejos, muy lejos de las montañas que habíamos dejado atrás. El lugar era desolado, oscuro y silencioso, iluminado apenas por el parpadeo lejano de las estrellas. El sendero por el que avanzábamos era estrecho, retorcido, como si nos condujera directamente al centro de algo importante… o peligroso.

¿Qué pretendía Koran trayéndonos aquí?

Evan parecía confiar en él, lo cual no hacía más que inquietarme aún más. Yo no podía hacerlo, no mientras siguiera ocultando tanto. Mi ansiedad empezó a crecer. Observé a Koran una vez más, buscando alguna señal en su rostro, pero, como siempre, era un maldito muro. Ni una palabra. Ni una pista. Solo siguió caminando.

Después de un rato, llegamos a un claro. En el centro, un árbol enorme se alzaba como un guardián silencioso. Su tronco grueso y retorcido parecía marcado por siglos de historia. Koran se detuvo frente a él y se volvió hacia nosotros. El ambiente se volvió más denso. Sentí la tensión en mis hombros mientras lo observaba, esperando su siguiente movimiento.

Nos miró a todos con una calma que contrastaba con nuestro silencio inquieto. Parecía entender perfectamente lo que pasaba por nuestras cabezas.

—Christopher —dijo con voz serena—, sé que estás preocupado. Pero te lo aseguro: Abigail puede cuidarlos. El refugio está protegido. Por ahora, están seguros. Y nosotros... tenemos que hacer esto.

Fruncí el ceño.

—¿Qué, exactamente?

—Dejarlos. Solo por un rato. Pero tranquilo... no pasará nada. Ellos estarán bien.

—¿A dónde vamos? ¿Qué está pasando?

Koran esbozó una leve sonrisa, como si hubiera estado esperando esa pregunta.

—Vamos a abrir un portal. Será rápido. Iremos y volveremos en un instante.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Un portal? —repetí, sin poder disimular la incredulidad—. ¿A dónde nos vas a llevar ahora, Koran? ¿Es necesario utilizar un maldito portal para eso?

—Todo estará bien. Tal vez incluso... te reconforte lo que encuentres.

—¿Reconfortarme? ¿De qué demonios hablas?

—No hay tiempo para dar explicaciones largas. Debemos prepararnos —dijo, tajante.

Luego le hizo una seña a Adela, y ella se colocó a su lado con decisión. Yo los observé, cada vez más intranquilo.

—¿Vas a usar a Adela otra vez? —pregunté, sin poder ocultar la mezcla de temor y rabia en mi voz—. Koran… ella ya ha pasado por demasiado. ¿Y si vuelve a recaer?

Antes de que él pudiera decir algo, Adela me miró con dulzura y habló:

—Gracias por preocuparte, Christopher —su voz fue suave, pero firme—. Pero estoy bien. Confío en mi fuerza ahora.

Asentí lentamente, aunque la inseguridad seguía aferrada a mi pecho. Había algo raro en su tono… algo que se me hizo peligrosamente familiar. De pronto, un escalofrío heló mi columna.

Sus palabras… su forma de hablar… era como si ya las hubiera escuchado antes. No era un simple déjà vu. Era más profundo, más real. Como si algo dentro de mí reconociera ese momento.

La miré con más atención. Su rostro era el de siempre, su voz también... pero sus ojos. Había algo en su mirada. Algo que no sabía nombrar, pero que me advertía que no todo estaba bien.

—Confío en mí —repitió Adela, con una intensidad en la mirada que me hizo estremecer. Era como si me hablara de algo más allá de las palabras, algo que no alcanzaba a comprender.

Por un momento, dudé de mí mismo. ¿Estaba viendo cosas donde no las había? Tal vez era solo mi preocupación por ella... Pero no. Había algo raro. Algo que no encajaba.

Me quedé en silencio, tratando de racionalizar esa incomodidad. Quizá todo se debía a la evolución de su poder, como había mencionado Koran. ¿Había cambiado su energía... o era ella la que había cambiado? No podía señalarlo con certeza, pero lo sentía. En su forma de estar, de hablar, de mirar. Había algo distinto en Adela, y aunque parecía la misma, no lo era del todo.

Volví a observarla con atención. Su rostro era el de siempre. Su voz también. Pero su presencia... era otra. Una parte de mí se encendió en alerta, aunque no supe por qué.




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