Hermosa oscuridad

Capitulo 47

Connie.

La luz del amanecer se colaba por las rendijas de madera vieja, filtrándose entre los tablones de la cabaña con un tono gris-rosado. Todo estaba en silencio, salvo por la respiración tranquila de Connor, profundamente dormido en el catre junto al mío. Su rostro aún tenía rastros del agotamiento emocional de anoche…

Yo no había podido dormir nada...

Tenía los ojos hinchados, ardiendo. Ya no sabía si era por tanto llorar… o por haber visto con tanta claridad lo que estaba a punto de perder.

La conversación que había tenido con mi mejor amigo apenas unas horas antes seguía repitiéndose en mi cabeza, cómo una canción que se niega a morir.

Él había llorado.

Yo también.

Él me había tomado de la mano con fuerza, como si pudiera aferrarse a mí por encima del tiempo, por encima de los recuerdos que iban a ser arrancados.

"—No sé cómo va a ser no recordarte, Connie… Pero si algún día no me encuentras, por favor… búscame. Háblame. Hazte mi amiga de nuevo, aunque no sepa quién eres. No me dejes solo."

Y yo le prometí… que así sería.

Si tenía la oportunidad. Si veía que todo estaba bien y que ya no habría más peligro ni para él ni para los demás… Iba a buscarlo. Iba a volver a él. A ser el equipo bobo de antes. Porque lo amaba de esa forma pura que se siente cuando alguien ha sido tu casa durante tanto tiempo.

Me levanté del catre con cuidado, sin hacer ruido, mientras él dormía. Afuera el sol apenas comenzaba a acariciar la nieve que rodeaba la cabaña. El bosque parecía suspendido, congelado entre la noche y el día. Me abracé a mí misma, sentándome junto a la pequeña ventana.

Estaba cansada por dentro, más que por fuera, y aún seguía esperándolo a él...

A Christopher...

<<¿Dónde estás? ¿Por qué no has aparecido todavía?>>

Él no llegó anoche y eso me tenía el alma partida en dos.

Apreté la manta sobre mis hombros y recordé también lo que le había contado a Connor anoche.

Se lo dije...

Hablo del beso con Koran.

Se lo dije entre suspiros, entre lágrimas y miedo. No porque dudara de lo que sentía por Christopher. Dios, jamás. Sino porque… no supe cómo reaccionar. No supe cómo frenar esa oleada de emociones cuando Koran me dijo que haría todo lo posible para hacer que Christopher y yo pudiéramos salir bien de esto.

Y entonces... lo besé...

No lo hice con deseo. Lo hice con miedo. Con necesidad. Con desesperación

Connor me escuchó. No me juzgó. Nunca esperé que lo hiciera de todos modos...

"—Tienes que decírselo. A Christopher. No cargues con eso sola. Él merece saberlo. Y tú… mereces sacarlo si de verdad te está afectando el ocultarlo."

Eso era lo que planeaba hacer...

Y por eso seguí esperándolo, pero él no aparecía.

Mi pecho se apretó de nuevo, y supe que no podía quedarme sentada. El sol ya había comenzado a tocar el horizonte. La cabaña se iluminó débilmente con el primer oro de la mañana. Me levanté, decidida, y tomé mi abrigo y mis botas. Finalmente cerré la puerta sin ruido. Dejé a Connor durmiendo y salí. Tenía que buscarlo, tenía que decirle la verdad de lo que había hecho, tal vez se molestaría, tal vez me entendería. Ahora no podía asegurar nada, pero ya no podía quedarme a esperar mas.

Así que decidí salir sin más.

Las ramas crujían con el peso de la escarcha, el suelo blando por la nieve recién caída. Respiraba hondo, intentando ignorar el ardor de mis ojos y el temblor en mis manos. Desde que salí de la cabaña, algo me dolía en el pecho, un presentimiento que no sabía cómo nombrar.

Tenía miedo.

De todo ahora...

—Por favor… —susurré al aire helado—. Por favor, que esté bien.

Caminé entre los árboles, mi aliento formaba nubes breves frente a mi boca. Lo buscaba con la mirada desesperada, entre ramas, entre sombras, entre las grietas del amanecer. Mi mente repetía su nombre. Christopher. Christopher. Christopher. Como si invocarlo fuera suficiente.

Fue entonces cuando ví algo a la lejanía. Era una figura… Alta, solitaria, de blanco. Estaba de pie cerca de un lago parcialmente congelado, con el agua oscura y serena, reflejando el cielo grisáceo.

Me detuve. El mundo pareció encogerse un poco, como si el aire se volviera más denso. El hombre llevaba un abrigo blanco largo que se agitaba levemente con el viento. Era canoso, algo. Con un bastón en una mano. Guantes negros en ambas.

Parecía… fuera de lugar.

Como arrancado de otro tiempo.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Me puse en alerta. Había algo inquietante en su silueta. En la forma en que se mantenía de espaldas, quieto. Demasiado quieto. Me acerqué un par de pasos y fue entonces que se giró lentamente, como si supiera que estaba ahí desde el principio.

Y cuando lo hizo… algo en mí se congeló.

<<¿Pero qué demonios...?>>

Sus ojos... eran rojos.

Profundos.

Fríos.

Cómo los de un abismo con conciencia.

Sentí un temblor recorrerme de pies a cabeza, paralizandome. No lo conocía. Nunca lo había visto. Y sin embargo, algo en su presencia me gritaba peligro. Pero él sonrió. Una sonrisa… demasiado amable. Demasiado controlada.

—¿Estás bien? —me preguntó con voz suave—. ¿Te has perdido?

No pude responder. Mi boca estaba seca. El corazón latía con fuerza. Había algo mal. Algo terriblemente mal ahora, pero aún no podía descubrir "qué".

Sus ojos rojos parecían querer arrancarme un secreto. Su tono era amable, pero bajo esa amabilidad… había algo falso. Una sombra.

—No intentes correr... —dijo entonces, más bajo—. Sé que tus amigos están cerca, y no querrás que algo les ocurra, ¿cierto?

Ahí fue cuando lo entendí. Estaba en verdadero peligro.

Dí un paso hacia atrás, pero él sonrió más.

—¿Qué te pasa, pequeña? —continuó con falsa inocencia—. ¿No reconoces a tu amado padre?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.