Christopher.
El Guardián avanzó con la calma aplastante de alguien seguro, cómo se le conocía ya. Cada paso suyo parecía doblar la realidad, haciendo que el aire a su alrededor se volviera denso y pesado, aplastante y casi insoportable de asimilar. Sin embargo, yo ya no sentía miedo, no más, no a él.
No...
La furia había tomado el control total de mí. Esta era la que me llenaba de tanto valor ahora. Cada latido de mi corazón era un tambor de guerra, cada respiración un grito de desafío. El Guardián me miró con esa mezcla de desprecio y curiosidad, que ahora me hacía hervir la sangre.
Su voz resonó con fuerza después;—Christopher… ¿de verdad crees que puedes enfrentarte a mí? Eres un insolente, además de un traidor. Todo lo que has hecho solo demuestra que no mereces tu puesto.
Sus palabras encendieron algo dentro de mí que ya no podía ser contenido. La furia me envolvió cómo un manto de fuego y sombra, y sentí cómo mi poder se expandía, mezclando luz y oscuridad, dejando a su paso un rastro de energía tan intensa que hizo que el suelo temblara.
— ¡No me interesa más eso! ¡No si te tengo que seguir a ti y a tus malditas reglas! ¡Lo seguiré haciendo con o sin tu bendición! ¡Porque es lo que soy y los protegeré porque siempre he querido hacerlo!
Lo golpeé con todo lo que tenía, lanzando ataques de luz en espirales imposibles, girando y atacando desde ángulos que desafiarían cualquier lógica. Cada impacto hacía crujir el suelo y quebrar el aire a nuestro alrededor.
—¡Chris! —gritó Koran con voz quebrada —. ¡No dejes que te domine! ¡Algo te está envolviendo ahora, ten cuidado!
No podía escuchar, pero podía percibir su desesperación.
No podía pensar. Todo lo que sentía era la necesidad de golpear, de demostrar que no podía jugar más con nosotros. Ya estaba harto de eso... Ya no lo permitiría más...
El Guardián me golpeó de lado, enviándome contra el suelo que se agrietó bajo mi peso. La luz y la oscuridad dentro de mí estallaron, envolviéndome de golpe cómo un aura viva.
—¡Todo esto es tu maldita culpa! — estallé, mientras la energía de mi furia comenzaba a formar llamas negras y doradas a mi alrededor—. ¡Lamia sólo fue tu herramienta! ¡Nunca la protegiste de Amon, sólo la explotaste! ¡Y ahora pagas por tu ambición! ¡Todos lo estamos haciendo!
Seguía y cada golpe que le lanzaba no era sólo fuerza, era ira, era juicio, era todo lo que había contenido contra él durante siglos.
—Eres un traidor… —dijo entre dientes, intentando mantener la compostura mientras bloqueaba mis ataques—. ¡No tienes derecho!
—¡Derecho! —grité, avanzando hacia él con desafío—. ¡Tengo el jodido derecho de protegernos de lo que tú causaste con nuestras vidas! ¡Y te enfrentaré cuantas veces haga falta para que lo entiendas!
Nos movimos con una velocidad imposible, el Guardián y yo, intercambiando golpes que hacían temblar los cimientos del lugar. Cada choque de energía era una explosión que sacudía el aire, cada impacto una ola de luz y sombra que deformaba la realidad. A mi alrededor, los demás luchaban también, con todo lo que tenían. Evan se había transformado parcialmente en su forma oscura, enfrentando a los Anónimos que intentaban rodearnos. Emmett, aún protegiendo a Koran, maniobraba cómo todo un veterano, bloqueando y contraatacando con precisión, mientras Abigail mantenía el campo de protección intacto, obligando a los enemigos a retroceder.
Pero yo ya no veía nada más que al Guardián. Cada palabra suya, cada movimiento suyo, sólo avivaba la furia que me consumía.
El infierno se había desatado en mis adentros, reavivando a esos demonios con los que había luchado por tanto tiempo. Provocándolos, guiandolos a la destrucción.
—¡Chris! —gritó Evan, devolviendome un poco al aquí—. ¡Cuidado! ¡No dejes que la oscuridad te domine! ¡Lo está haciendo ahora!
No podía responder. No quería. Mi furia me daba fuerza, y cada segundo que pasaba sentía que podía derrotarlo, que podía mostrarle que ni él ni nadie volverían a jugar con nuestras vidas cómo si fuéramos piezas.
Ahora estaba en juego todo, ahora... yo sería el que pondría orden de una u otra manera.
El suelo tembló bajo mis pies cuando el Guardián me lanzó contra las rocas. Sentí cómo mis huesos crujían, pero algo dentro de mí rugió más fuerte que el dolor. La furia quemaba en mi pecho cómo un incendio incontenible, y entonces la luz y la oscuridad se mezclaron en mi sangre, en mi piel, en cada fibra de mi ser. Podia sentirlo. Podía ser capaz de percibir cómo ese fuego arrasador se unía con la corriente fría del Destello que habitaba dentro de mí.
Me levanté con la respiración entrecortada, los ojos ardiendo cómo brasas, las manos llenas de una energía que chisporroteaba entre la claridad y la penumbra. Sentía la vida expandirse y colapsar a la vez dentro de mí, como si pudiera destruirlo todo con un parpadeo. El Guardián me miraba, su aura blanca brillando cómo un sol que me cegaba, pero yo ya no era un simple Anónimo que temiera a la gran autoridad que él era. Ya no peleaba para defenderme. No. Ahora era yo quien cargaba contra él, contra esa figura que simbolizaba todo lo que me había arrebatado.
Mis movimientos eran más rápidos que mi pensamiento; cada golpe que daba llevaba la fuerza de mi rabia, de mi dolor, de mis pérdidas. El Guardián retrocedía, sorprendido por la velocidad, por la magnitud del poder que desplegaba. Y aún así, resistía. El choque de nuestras energías resonaba cómo tormenta eléctrica. La oscuridad me rodeaba, pero en cada estallido había destellos de luz, cegadores, imparables. Un contraste que no podía controlar, pero que todos estaban viendo. Lo vi en sus ojos: miedo, asombro...
Me detuve un instante, jadeante, con la frente perlada de sudor.
Lo enfrenté con severidad después, sintiendo aún cómo en mis adentros el infierno crecía.
—¿No lo entiendes, maldita sea? —dije con mi voz desgarrada, pero firme—. Si me detienes… si nos detienes, nunca podrán usar el poder de Adela para arreglar la situación en el mundo y el caos no terminará. Los humanos seguirán destruyéndose, el mundo seguirá hundiéndose en oscuridad. ¿Es eso lo que quieres?