Lamia.
Lucifer esbozó de pronto una sonrisa burlona que provocó que todo a mi alrededor se estremeciera. Era una sonrisa cruel, afilada, de esas que no anuncian placer, sino condena, caos... Del más desastroso que se pudiera imaginar, pues él mismo era el caos en persona. El fatalismo que traerá crueles consecuencias para todo aquel que intentara desafiarlo.
Cómo ahora yo misma lo hacía, pero no...
No podía arrepentirme de eso.
Ya estábamos aquí, ya estaba yo aquí, ante él.
Enfrentando el caos que yo misma había creado.
Me mantuve firme en mi lugar, mientras que él me miraba aún con seguridad e intensidad. Necesitaría más que eso para intimidarme. Ya no podía temer de él, ni de este momento que al fin había llegado para definirlo todo.
Para acabarlo... todo.
Sus alas negras se desplegaron con fuerza y majestuosidad, y su sombra se derramó sobre mí cómo un inmenso y aterrador mar de tinieblas que ahora amenazaba con ahogarme dentro de él.
—Muy bien, Lamia —su voz vibró cómo un trueno—. Si dices ser más que lo que fuiste, si afirmas tener en tus manos la redención que ni siquiera los míos han logrado… demuéstralo. Muéstrame de qué estás hecha.
La tierra se abrió en grietas ardientes, y los Oscuros que llegaron con él retrocedieron un paso. No porque tuvieran miedo… sino porque sabían que lo que venía iba a reventar los cimientos del mundo.
Me reí.
—¿Quieres un espectáculo? —dije, arqueando una ceja—. Prepárate para el mejor que hayas visto, Lucifer. No porque vaya a destrozarte, aún, sino porque voy a enseñarte algo que ni tú has entendido en todos tus siglos jugando al rey del infierno.
Pero antes de atreverme a hacer algo... Una ráfaga de energía estalló desde mi pecho, y con ella, las rosas blancas empezaron a danzar en torno a mí cómo astros luminosos. Sentí esa conexión de nuevo...
Chris...
El calor en mi pecho se volvió un incendio. Las rosas estallaron en destellos de luz y oscuridad entrelazadas, formando un halo que se alzó cómo una corona viva.
Lucifer abrió sus alas por completo, y el cielo se oscureció cómo si mil eclipses se hubieran unido en uno solo. La presión de su poder hizo que el suelo se agrietara más y que hasta los Oscuros temblaran. No había duda: estaba dispuesto a probarme.
—Lamia...—rugió su voz, tan grave que hacía vibrar los huesos—. Has osado desafiarme, mostrarte cómo algo distinto, algo que no encaja ni en el Averno ni en el Cielo. Si en verdad crees que puedes sostener ese equilibrio… entonces demuéstralo.
—¿En serio? ¿Tantos siglos, y tu gran método de evaluación sigue siendo "vamos a pelear"? Esperaba algo más original.
Los Oscuros me miraron horrorizados. Nadie hablaba así frente a Lucifer.
Él, en lugar de responder con furia inmediata, ladeó la cabeza, estudiándome con atención. Había ira, sí… pero también interés.
—Muy bien —continuó, levantando su mano—. No seré indulgente. Si sobrevives, quizás crea en tus palabras. Si caes… el mundo lo hará contigo también.
El aire se quebró con un chasquido. Una ráfaga de fuego negro brotó de su palma, expandiéndose cómo un sol oscuro que me tragó de lleno. Sentí el impacto, brutal, ardiente, devastador. El suelo tembló, las montañas lejanas se fracturaron cómo si fueran cristal.
Pero no caí...
Me sostuve firme, los pies clavados en la tierra, y mi cuerpo se encendió en una mezcla de sombra y luz. El fuego negro me consumía… pero no me destruía. Lo absorbía. Lo moldeaba.
Lucifer abrió los ojos, incrédulo.
—¿Qué…?
Una carcajada escapó de mi garganta, clara, vibrante.
—¿Eso era todo? Vamos, pensé que me probarías de verdad.
Y entonces liberé mi energía...
Un torrente de poder salió de mí cómo una explosión de aurora boreal teñida de tinieblas. El fuego negro que él había invocado se deshizo después. Los Oscuros dieron un paso atrás, algunos incluso cubriéndose el rostro cómo si esa luz pudiera quemarlos.
Lucifer, sin embargo, se quedó ahí, sonriendo.
—Impresionante… muy impresionante. Has superado al mismo Amon, al parecer. Él no hubiera resistido esto antes.
Avanzó hacia mí después.
—Pero no te engañes, Lamia. El poder que cargas es un regalo maldito. Si no lo controlas… destruirás todo lo que dices querer proteger.
—Ya lo controlo ahora. Por primera vez... es así. Y si quieres comprobarlo… tendrás que venir por mí.
El mundo se desgarró cuando nuestros poderes chocaron. Su fuego eterno contra mi equilibrio de luz y sombra. El impacto sacudió cielos y tierra; un rugido de energía que hizo que hasta los demonios más antiguos gritaran de terror. La tierra misma se partió bajo sus pies cuando ambos nos encontramos en el centro de la destrucción. El primer impacto liberó una onda expansiva que desgarró el aire, arrancó raíces, quebró montañas lejanas y sumió al mundo en un silencio expectante antes del estruendo. Lucifer se movía con una calma aterradora, su cuerpo rodeado de fuego negro que devoraba incluso la luz. Cada movimiento suyo era exacto, devastador, cómo si llevara milenios perfeccionando cada golpe. Yo, en cambio, era un torrente de energía desatada. Luz y oscuridad entrelazadas, vibrando en mi piel, recorriéndola cómo relámpagos que nunca cesaban.
—¿Esto es todo lo que eres? —tronó Lucifer, lanzándome con un golpe contra las ruinas de un pequeño almacén derrumbado.
Me levanté entre el polvo, sintiendo su mirada ardiendo.
— Te aseguro que no lo que esperas...
Mi energía estalló en miles de fragmentos brillantes, cómo estrellas que se reunían para caer sobre Lucifer. Cada destello explotaba cómo si intentara arrancar la esencia misma del rey infernal. Él levantó una mano, con desgano, y el fuego negro lo devoró todo… pero una grieta de luz atravesó la defensa y rozó su mejilla. Una gota de sangre oscura cayó, evaporándose antes de tocar el suelo.
Me miró entonces, y por primera vez, ví que su sonrisa no era de burla, sino que de asombro.