Hermosa oscuridad

Capitulo 53

Lamia.

Lucifer esbozó de pronto una sonrisa burlona que provocó que todo a mi alrededor se estremeciera. Era una sonrisa cruel, afilada, de esas que no anuncian placer, sino condena, caos... Del más desastroso que se pudiera imaginar, pues él mismo era el caos en persona. El fatalismo que traerá crueles consecuencias para todo aquel que intentara desafiarlo.

Cómo ahora yo misma lo hacía, pero no...

No podía arrepentirme de eso.

Ya estábamos aquí, ya estaba yo aquí, ante él.

Enfrentando el caos que yo misma había creado.

Me mantuve firme en mi lugar, mientras que él me miraba aún con seguridad e intensidad. Necesitaría más que eso para intimidarme. Ya no podía temer de él, ni de este momento que al fin había llegado para definirlo todo.

Para acabarlo... todo.

Sus alas negras se desplegaron con fuerza y majestuosidad, y su sombra se derramó sobre mí cómo un inmenso y aterrador mar de tinieblas que ahora amenazaba con ahogarme dentro de él.

—Muy bien, Lamia —su voz vibró cómo un trueno—. Si dices ser más que lo que fuiste, si afirmas tener en tus manos la redención que ni siquiera los míos han logrado… demuéstralo. Muéstrame de qué estás hecha.

La tierra se abrió en grietas ardientes, y los Oscuros que llegaron con él retrocedieron un paso. No porque tuvieran miedo… sino porque sabían que lo que venía iba a reventar los cimientos del mundo.

Me reí, descarada.

—¿Quieres un espectáculo? —dije, arqueando una ceja—. Prepárate para el mejor que hayas visto, Lucifer. No porque vaya a destrozarte, aún, sino porque voy a enseñarte algo que ni tú has entendido en todos tus siglos jugando al rey del infierno.

Extendí mis brazos, y el aire se encendió en luces y sombras. No eran sólo llamas, no era sólo energía: eran recuerdos, eran voces, eran fragmentos de humanidad. De pronto, el campo de batalla se llenó de ecos: risas, lágrimas, canciones, plegarias. Los rostros de los humanos que habían sufrido por la invasión demoníaca surgieron en destellos, suspendidos en el aire cómo vitrales vivientes.

Lucifer frunció el ceño, desconcertado.

—¿Qué…?

—Esto —dije, interrumpiendo su asombro—. Esto es lo que jamás comprenderás. Lo que Belia nunca entendió. El verdadero poder no está en someter ni en quebrar. Está en levantar lo que otros tiraron. Está en sostener lo que parece imposible.

Una ráfaga de energía estalló desde mi pecho, y con ella, las rosas blancas empezaron a danzar en torno a mí cómo astros luminosos. Sentí esa conexión de nuevo...

Chris...

El calor en mi pecho se volvió un incendio. Las rosas estallaron en destellos de luz y oscuridad entrelazadas, formando un halo que se alzó cómo una corona viva.

Lucifer retrocedió un paso. Sus Oscuros lo miraron, atónitos, incapaces de ocultar la tensión.

—Imposible… —escupió Lucifer, su voz vibrando entre ira y fascinación—. Ese poder… no debería existir.

—Pues acostúmbrate. Porque esto apenas comienza.

El aire se desgarró en un rugido de energía. Luz y tinieblas chocaron en mi cuerpo, fundiéndose en un equilibrio perfecto. Era la voz de Lamia, el corazón de Connie, el alma de Adela, el amor de Chris. Todo en mí. Todo en uno.

Lucifer abrió sus alas por completo, y el cielo se oscureció cómo si mil eclipses se hubieran unido en uno solo. La presión de su poder hizo que el suelo se agrietara más y que hasta los Oscuros temblaran. No había duda: estaba dispuesto a probarme.

—Lamia...—rugió su voz, tan grave que hacía vibrar los huesos—. Has osado desafiarme, mostrarte cómo algo distinto, algo que no encaja ni en el Averno ni en el Cielo. Si en verdad crees que puedes sostener ese equilibrio… entonces demuéstralo.

—¿En serio? ¿Tantos siglos, y tu gran método de evaluación sigue siendo “vamos a pelear”? Esperaba algo más original.

Los Oscuros me miraron horrorizados. Nadie hablaba así frente a Lucifer.

Él, en lugar de responder con furia inmediata, ladeó la cabeza, estudiándome con atención. Había ira, sí… pero también interés. Y eso me dió más fuerzas.

—Muy bien —continuó, levantando su mano—. No seré indulgente. Si sobrevives, quizás crea en tus palabras. Si caes… el mundo lo hará contigo también.

El aire se quebró con un chasquido. Una ráfaga de fuego negro brotó de su palma, expandiéndose cómo un sol oscuro que me tragó de lleno. Sentí el impacto, brutal, ardiente, devastador. El suelo tembló, las montañas lejanas se fracturaron cómo si fueran cristal.

Pero no caí...

Me sostuve firme, los pies clavados en la tierra, y mi cuerpo se encendió en una mezcla de sombra y luz. El fuego negro me consumía… pero no me destruía. Lo absorbía. Lo moldeaba.

Lucifer abrió los ojos, incrédulo.

—¿Qué…?

Una carcajada escapó de mi garganta, clara, vibrante, con el eco de Lamia de antaño.

—¿Eso era todo? Vamos, pensé que me probarías de verdad.

Y entonces liberé mi energía...

Un torrente de poder salió de mí cómo una explosión de aurora boreal teñida de tinieblas. El fuego negro que él había invocado se deshizo en destellos blancos, transformándose en cientos de rosas que flotaban y giraban a nuestro alrededor. Los Oscuros dieron un paso atrás, algunos incluso cubriéndose el rostro cómo si esa luz pudiera quemarlos.

Lucifer, sin embargo, se quedó ahí, sonriendo.

—Impresionante… muy impresionante. Has superado al mismo Amon, al parecer. Él no hubiera resistido esto antes.

Avanzó hacia mí, cada paso un terremoto, cada palabra un retumbar de truenos.

—Pero no te engañes, Lamia. El poder que cargas es un regalo maldito. Si no lo controlas… destruirás todo lo que dices querer proteger.

—Ya lo controlo ahora. Por primera vez... es así. Y si quieres comprobarlo… tendrás que venir por mí.

El mundo se desgarró cuando nuestros poderes chocaron. Su fuego eterno contra mi equilibrio de luz y sombra. El impacto sacudió cielos y tierra; un rugido de energía que hizo que hasta los demonios más antiguos gritaran de terror. Y en ese choque, lo ví...




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