Lamia.
Christopher...
Mi ángel...
Mi terco adorable...
Está ahí...
Está... aquí.
No puedo reaccionar aún, no entiendo cómo sigo manteniendome firme, pero me debilito un poco cuando mis ojos se cruzan con los suyos y, por un instante, todo el mundo se detiene a mi alrededor. No es sólo él… es todo lo que significa para mí. Mi pasado, mis miedos, mis esperanzas. Reconozco cada gesto, cada mirada, cada parte de lo que amé y aún amo en él.
Se ha transformado...
Ya no es el joven protector que conocí, ni siquiera el guerrero de luz que alguna vez me cuidó. Es algo más, ahora lo veo, lo siento... Percibo algo inmenso, brillante y aterrador a la vez en él. Siento su fuerza, su determinación, su poder… y mi corazón se acelera, mezclando temor y un amor mas inmenso que el de antes...
Recuerdo cada sacrificio, cada momento en que me arriesgué por él, cada instante en que lo amé con una intensidad imposible de contener. Y ahora, verlo… sentirlo… es cómo si todo eso se condensara en un sólo instante.
— Angelito… —susurro, sin darme cuenta de que pronuncio eso en voz alta—. Estás aquí... Estás... ¿Estás bien? Tú...—
Me detengo cuando mi voz se quiebra.
Él no reacciona, pero no se necesita decir nada; la conexión que tenemos es más fuerte que cualquier advertencia, más intensa que cualquier juicio. Mientras nos quedamos allí, mirándonos, un hecho se instala en mi pecho: siempre nos hemos pertenecido. No importa la forma, no importa el tiempo, ni la oscuridad ni la luz que nos rodeen. Él siempre fue mío, y yo siempre fuí de él.
Mi Chris...
Es él...
El mismo niño que conocí junto al lago, aquel que con sus ojos azules cómo el cielo me hizo sentir ternura, protección y una curiosidad inexplicable. Ese niño que me dejó una marca en el corazón sin siquiera intentarlo. Ese ser humilde, noble, incapaz de mentir sobre lo que sentía… ese ser que me hizo amarlo antes de comprender siquiera qué era el amor.
Y ahora…
Ahora es un hombre. Un hombre que irradia una fuerza que no comprendo del todo, una energía que hace que todo a su alrededor se detenga. No entiendo cómo puede tener tanto poder, cómo puede ser tan increíblemente fuerte y al mismo tiempo tan humano, tan real, tan tangible… tan él.
Porque sí...
Sigue siendo él.
Mi terco.
Mi angelito.
Mi corazón se acelera, mi respiración se quiebra un instante. Me siento débil, vulnerable, y no porque él haya cambiado también, sino porque su esencia, lo que siempre fue, ha evolucionado y ahora me abruma. Me hace recordar todo lo que sentimos, todo lo que compartimos, y al mismo tiempo… todo lo que dejamos pendiente.
Él me mira ahora y no hay dudas, no hay confusión. Hay fuerza contenida, hay cuidado y ternura mezclados con un poder que me intimida y me fascina al mismo tiempo. Lo veo de frente, y sé con total certeza que nunca fuí una casualidad en su vida, que nunca dejó de sentir lo que siempre sintió por mí, aunque el tiempo y las circunstancias lo hayan transformado.
Mi corazón late tan fuerte que duele. Porque me doy cuenta de que puedo enamorarme de él de nuevo. De este hombre, de este guerrero, de este ser que ahora combina la luz y la oscuridad, que ha aprendido a contener todo lo que es… y aun así sigue siendo ese niño que una vez ví y que me salvó también, sin saberlo.
Ahora me recuerda lo que es amar con todo lo que soy, y, al mismo tiempo, me deja sin palabras, me deja con un vértigo de emociones que nunca imaginé sentir de nuevo. Él sigue siendo el Christopher que siempre amé. Mi corazón se rinde ante él otra vez, aunque esta vez con conocimiento pleno. Porque siempre lo supe... Siempre supe que él era único, que él era mi principio y mi motivo, y ahora… verlo así, frente a mí, no deja lugar a dudas.
Mi amor no sólo sigue vivo… está más vivo que nunca...
Siento cómo todo se alborota en mis adentros, pero no es sólo por él… es todo lo que lo rodea.
Veo a Evan a su lado, firme, sereno, protector, y me doy cuenta de cuánto ha luchado también, de la luz que conserva pese a todo.
Mi mirada se detiene en Koran después y me paralizo al recordar tantas cosas con él.
Con mi antiguo guardian y enemigo...
Koran.
Todo dentro de mí se estremece y de pronto los recuerdos me golpean con una fuerza que no esperaba. 1892. Mi antiguo pueblo, mi infancia. Mis padres ausentes en cariño, severos y fríos. Mi hermano Sam, pequeño y vulnerable, la única familia que realmente tenía. Y él apareció: un chico misterioso, firme, decidido, que dijo que sería mi guardián hasta que me convirtiera en una Anónima cómo él.
Recuerdo cómo me protegió. Cómo me enseñó a descubrir el poder que llevaba dentro, a creer que era especial, única… cómo me hizo sentir que por fin alguien me veía, que alguien creía en mí. Cómo me entrenó, cómo me cuidó. Y luego… cómo desapareció, sin explicaciones. Creí que me había dejado... Creí que me traicionó. Creí que estaba sola, cómo siempre. Que incluso él, mi primer amigo verdadero, me había abandonado. Y ahora que lo veo... lo miro y entiendo la verdad. Entiendo que nunca quiso dejarme sola. Que nunca quiso traicionarme. Recuerdo todo lo que habló conmigo antes, cuando yo era sólo Connie y al fin le creo...
Creo de verdad en todo lo que dijo, en todo lo que hizo, en todo lo que se vió obligado a hacer… porque debía seguir órdenes, porque su lealtad estaba dividida, porque las decisiones que tuvo que tomar eran imposibles de explicar.
Ya no puedo sentir ira ahora, ni rencor…
Lo que siento es alivio, es comprensión, es gratitud. Porque él siempre estuvo aquí de alguna manera, aunque yo no lo supiera.
Mi mirada recorre nuevamente a los demás que yacen aquí. A Lyon… y todo cambia de nuevo.
Ese joven rubio, ojos enormes y celestes, cejas pobladas, mirada tímida y juguetona a la vez. Siempre me pareció cercano, siempre me dió cierta sensación familiar, cómo si un eco de alguien que conocí me rondara. Pero ahora lo veo completamente, y todo encaja.