Hermosa oscuridad

Final

~*~

Cuando Lamia cerró los ojos, los recuerdos la arrastraron sin aviso hacia aquel bosque oscuro, hacia aquella cabaña que una vez había sido su hogar y, al mismo tiempo, su prisión. Era 1892. La niña que entonces se llamaba Constans había crecido bajo el yugo de unos padres que, de alguna manera, habían sido manipulados por fuerzas que ella apenas empezaba a percibir. La trataban cómo a un animal, crueles, despiadados, negándole incluso el contacto con su hermano menor, el único ser que parecía iluminar la sombra de su vida.

El límite se quebró una noche.

La furia de Constans, pura y devastadora, se desató con una intensidad que ni ella misma había sentido antes. La cabaña se convirtió en un infierno y las llamas devoraron la madera. Hubo gritos, un calor abrasador, y con cada chispa que caía, la niña comprendía la magnitud de lo que había hecho...

Sus padres... atrapados en el fuego que ella misma había creado... eran el reflejo de un mundo que jamás la entendió.

El horror la invadió, mezclado con asombro y un desconcierto profundo.

Huyendo al bosque, el miedo la consumía. Sabía que si alguien descubría su crimen, sería acusada de brujería, sería colgada, asesinada.

Pero entonces apareció él...

Amón...

Un hombre elegante, vestido de blanco, surgido de la oscuridad con la serenidad de quien no pertenece a aquel mundo caótico. Sus ojos la miraban sin miedo, con un conocimiento profundo que desconcertó a la niña rubia y de rizos.

—No temas, pequeña—dijo Amón con voz cálida y firme—. No voy a entregarte a esas personas... Aquí estás a salvo. Conmigo.

Ella lo observó, temblando, con las llamas aún reflejadas en sus ojos, tratando de descifrar su intención. Amón se inclinó un poco, acercándose sin invasión, y le habló de un mundo donde ella podría ser poderosa, donde podría vengarse, donde podría ser fuerte sin que nadie la lastimara.

Dónde ella podía ser la amenaza y el terror de los injustos.

—Eres especial, Constans—susurró—. La descendencia del príncipe Amón corre en tus venas. No eres cómo ellos… nunca lo fuiste. Por eso eres tan especial ahora. Por eso lo has sido siempre...

La promesa de venganza y protección caló hondo en la niña, cómo una semilla que germinaría en oscuridad y fuego. Sin entender del todo, sin cuestionar aún, Constans aceptó su trato con Amón, sin saber que aquel pacto marcaría su destino.

Convertirla en la guerrera vengadora que él necesitaba...

Moldeando su alma para la guerra y la justicia deformada que él controlaría.

Después de unirse a Amón, la vida de Constans dejó de pertenecerle. Su presencia era constante, su control sutil pero absoluto, y la promesa de poder y venganza se convirtió en su guía. Durante más de un siglo, caminó entre sombras, transformándose en algo que apenas podía reconocer. Ya no era Constans; se había convertido en un monstruo hecho de furia y justicia torcida.

Una vengadora de almas.

Lamia.

Cada alma que había sido entregada a Amón, cada persona que había hecho un pacto oscuro, cada crimen que contemplaba y sufría, alimentaba su poder y, al mismo tiempo, oscurecía su propia esencia. Su corazón se endurecía al ver la codicia, la traición y el horror de aquellos que creían en la fuerza de Amón, y se convirtió en un instrumento perfecto de su voluntad: implacable, temida, consumada en la destrucción de quienes habían traicionado la vida y el equilibrio.

Pero todo cambió un día estando en Phoenix, Arizona. Había huido de un enfrentamiento que casi la consume, y la luz del atardecer brillaba sobre un lago rodeado de rosas rojas.

Allí fue donde lo vió...

A un niño de ojos azules, de mirada infantil y pura, piel pálida cómo la luna, sentado a la orilla, dibujando con concentración y una inocencia que la detuvo por completo.

Era él...

Era Christopher.

Algo en él la paralizó. Le recordó el hermoso rostro angelical con el que ella soñaba antes, pero ya no era sólo un sueño...

Ese angel estaba ahí.

Sus manos pequeñas trazando líneas sobre el papel, su risa silenciosa cuando el viento jugaba con sus dibujos… todo en él parecía emitir una luz que ni siquiera Amón podía apagar. Esa luz no era sólo física, pues era un resplandor de alma pura que recordaba a Lamia que aún existía bondad en el mundo, algo por lo que valía la pena luchar.

Se acercó sin hacer ruido, observándolo desde la distancia, y en ese instante comprendió que su furia, su sed de venganza, incluso su propia oscuridad, empezaban a ceder ante algo mucho más poderoso...

Christopher no sabía que su mera existencia estaba transformando el corazón de Lamia, pero ella lo sabía. Frente a aquel lago, entre las rosas rojas, la niña que había incendiado su pasado comenzaba a vislumbrar la mujer que podía ser: alguien capaz de redimirse, de luchar por la luz que aquel niño le había mostrado, y de encontrar un propósito que no fuera sólo la destrucción. Ese encuentro marcaría el principio de todo lo que estaba por venir: su despertar cómo Lamia, su conexión con Christopher, y el camino que la llevaría finalmente a enfrentarse a su propio destino, a aprender a sanar, a proteger y, sobre todo, a amar...

El recuerdo de aquel momento en el bosque permanecía vivo en su memoria, cómo una llama que nunca se apagaba. Pero todo eso dejó de importar cuando un día, en un bosque nevado, cuando Lamia corría un fuerte peligro, con fuego creciendo a su alrededor, vió a un joven, un desconocido hermoso, con ojos que reflejaban una luz que ella jamás había visto.

Sin dudarlo, él se acercó, sin miedo, y la sacó de ese infierno literal y figurado. No hubo duda en él... Sólo una mano extendida que parecía decirle que, por primera vez, alguien estaba dispuesto a ayudarla de verdad...

Aquel gesto cambió todo.

Su amor comenzó a crecer silencioso, con fuerza constante, cómo un río que poco a poco arrastra todo lo que toca. Lamia lo descubrió. Su bondad, su valentía, su capacidad de ver más allá del miedo y la destrucción. Y con cada instante a su lado, con cada risa compartida, con cada mirada que parecía leer su alma, su amor se hizo inevitable, inmenso y absoluto. Fue entonces cuando comprendió que su vida ya no le pertenecía sólo a ella. Que su poder, su destino, su existencia, estaban ligados a protegerlo, a cuidarlo, aunque eso significara sacrificar todo lo demás. Su corazón se entregó, no cómo un acto de debilidad, sino cómo la manifestación de la fuerza más pura, la entrega total, la devoción que sólo se da a quienes verdaderamente inspiran a ser mejor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.