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—¿Qué sucede? —escuchó decir al pelirrojo a su lado nuevamente.
Candy estaba recostada en la pared, deseando poder traspasarla. ¿Hasta dónde la seguirían sus pesadillas? Por un momento se sintió aliviada al escuchar a Noah a su lado, pensando que habría despertado del terrible suceso que la perseguía. Lo miró, recuperando el aliento, creyendo que estaba volviéndose loca al alucinar con el chico de sus pesadillas en un momento real, pero cuando volvió a mirar al frente y se encontró de nuevo con el personaje que le perturbaba las noches, brincó, tapándose la boca para ahogar un grito. No podía ser cierto. Ese chico no podía estar allí de verdad.
—¿Estás bien, caramelito? —sintió las manos de Noah sujetándola por los brazos, previendo que aquel momento sí era real. Lo miró temblorosa, con la respiración agitada, sin saber qué hacer. Lo único que deseaba era confirmar que estaba confundida, estaba alucinando porque no había dormido bien. Así que dio una profunda respiración y volteó una vez más, para encontrarse con su pesadilla real.
El chico enigmático estaba de nuevo en su trabajo, machacando sus vísceras. Candy apretó los labios y ésta vez mantuvo la mirada fija, aunque un escalofríos había recorrido todo su cuerpo. Miró al pelirrojo, mientras recuperaba el ritmo de su corazón, aún aterrorizada.
—¿Qué pasa? —preguntó él, con sus ojos azules muy abiertos, denotando preocupación.
Ella exhaló, volviendo a mirar la espalda encorvada de la primera fila, y después de un suspiro, señaló con la cabeza para que su compañero lo ubicara.
—¿Qué? —dijo Noah desinteresado cuando miró al misterio andante.
Candy siguió mirando el cabello negro desordenado por un momento más, temblando, tratando de obtener valentía de donde no la tenía.
—Ese chico —murmuró.
—Es Leonard —señaló el pelirrojo—. ¿Qué pasa con él?
—Es…. Está… —tartamudeó. Creía que no tenía las palabras correctas, y no quería que su nuevo amigo malinterpretara lo que ella estaba conjeturando—. Está triturando las tripas…. Está… —dejó de ver la escena, repugnada, y miró a Noah—. Está asesinando a su paciente.
La insignificancia del pelirrojo cuando asintió, le produjo acidez.
—Sí —afirmó relajado—. Es lo que hace —y entonces se encogió de hombros.
Candy frunció el ceño, sintiéndose incómoda y espantada.
—¿Crees que eso es normal? —reprochó en un murmullo.
—Sí —volvió a decir él, un segundo antes de acercar su cara a la de ella, muy cerca, con cara de terror—. ¿Es que acaso no has escuchado los rumores?
Escuchó los latidos de su corazón antes de darse cuenta que comenzaba a acelerarse a un ritmo precipitado.
—¿Rumores? —titubeó con la voz trémula.
Noah asintió, tan cerca, que reflejaba el terror de su mirada en la de Candy.
—Lo llaman el Asdelvihomo —contó, con terrosidad.
—As…del…vi… —balbuceó ella en un susurro, casi sin voz.
—Homo —completó él—. Asesino del viejo Hotel Morgantown —descifró las siglas—. ¿Es que no te ha dado la bienvenida? Ah, por supuesto que no —chasqueó la lengua, alejándose un poco—. Nadie sobrevive a sus bienvenidas.
—Es… ¿un asesino? —preguntó muerta de miedo, con la voz entrecortada. Sentía que el corazón le estallaría. Se preguntó si lo de aquella noche había sido esa bienvenida de la que hablaba.
Noah asintió varias veces con la cabeza, aún con los ojos muy abiertos.
—Dicen —susurró, volviendo a acercar la cara con cautela—, que cada noche al salir de la universidad, vuelve al viejo hotel Morgantown, a asesinar a sus víctimas.
No lo aguantó más. Se cubrió la boca con ambas manos para ahogar un grito. Todo su cuerpo temblaba.
—¿Por qué está aquí entonces? —preguntó bajito, empavorecida—. ¿Qué hace aquí? —sentía los ojos ardiendo.
—Baj —Noah agitó una mano en el aire, sonriendo con tranquilidad, regresando a su postura lejos de ella—. Son solo rumores, dulcecito.
—¿Rumores? —volvió a preguntar ella, con la voz intermitente, impactada.
—Por supuesto —se encogió de hombros—. Ya lleva un año aquí, al igual que yo. Es sólo un tipo raro. Simplemente no le hables. Bueno, nadie lo hace de todas formas. La última persona que se atrevió a hablarle… —se aclaró la garganta—, no vivió para contarlo —le guiñó—. Nos vemos, dulcecito. Hasta luego.
Lo miró alejarse, desorientada, con todas las palabras revolviéndose en su mente. Rumores. Bienvenida. Asesino. Creyó que iba a morir en los siguientes segundos, pero cuando volvió a mirar al frente, el chico enigmático… Leonard, ya no se encontraba en su puesto. Al igual que él, más personas comenzaban a marcharse. Miró al profesor: desinteresado ante la situación sin apartar la vista de su libro. Candy exhaló, intentando terminar su trabajo.
Pero todo había empeorado a partir de allí.
No pudo dejar de pensar en él cada minuto, sin poder concentrarse. Al salir caminó por los pasillos con parsimonia, mirando a cada persona, temiendo poder encontrárselo en algún momento. Así llegó hasta la parada del autobús, dónde se sentó a esperar mientras caía la noche, había mucha gente. Desde allí podía mirar el campus de la universidad, ramas secas cubiertas de nieve se movían acorde por la fresca brisa, mientras ella sentía la cara entumecida.