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Cayó al suelo desfallecida. Y no despertó. Ésta vez no se trataba de una pesadilla. Cuando abrió los ojos, con la vista difusa, seguía en el mismo lugar. Una sala sucumbida en la oscuridad, excepto por la bombilla junto a ella, que desprendía la sombra de una figura delante. Miró los zapatos entre la borrosidad de su vista, y trató de recuperarse, pero no pudo. Le faltaba el aire más que nunca, el miedo la fenecía hasta la medula y el cuello le dolía, aunque él había dejado de estrangularla. Era increíble seguir viva, porque pensó que moriría en aquel momento, sin embargo, Leonard la había soltado, y por encima del miedo no entendía por qué.
Respirando entrecortadamente, apretó los ojos para no seguir presenciando a la persona ante ella. Quería salir corriendo, pero no tenía el valor de levantarse, así que en cambio, tumbó la cara al suelo, frío y áspero, cubriéndosela con las manos.
Sintió que fueron mil años, pero sólo pasaron algunos minutos cuando unas palabras provinieron de algún lugar, retumbando en la sala con ecos que llegaron hasta las venas de Candy.
—Vete.
Ella quedó estupefacta, aún con la cara escondida entre sus brazos, temblando. Recordó de inmediato que era la palabra que le había dicho la primera vez que lo vio, cuando se quedó para salvarla. ¿Lo estaba haciendo de nuevo? ¿La estaba salvando? Sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal y su respiración comenzó a agitarse, pero no se levantó, ni siquiera se movió.
Entonces escuchó pasos en el suelo, y se asomó por encima de los brazos. Los pies que antes estaban frente a ella se alejaban, alzó un poco más la vista para observar la espalda de sudadera negra y sentir que perdía el equilibrio otra vez.
—Vete —volvió a decir Leonard, más alto.
En un pequeño instinto de supervivencia, Candy se levantó, con el pecho inflándose y desinflándose entre la fuerte respiración, dándole un rápido vistazo a la espalda que aguardaba en una esquina, antes de salir corriendo por el pasillo que le había dado la bienvenida. Un pasadizo que había sido fugaz al entrar, pero parecía eterno al salir. Sintió que nunca llegaría hasta la puerta, mientras sus latidos galopaban, fuertes, en el pecho, en las manos, en las sienes, en la garganta, ensordeciéndola, llenándola de pavor, porque creía que Leonard vendría detrás, a pesar de que él mismo le había permitido irse.
Llegó a la puerta, con los retumbantes sonidos de la madera bajo sus pasos que amenazaban con tragarse sus pies como lo había hecho antes. Bajando los escalones, dio un traspié, cayó, se levantó, y siguió corriendo, saliendo por los portones de espanto, volviendo por el camino por el que había venido.
Corría mirando atrás, para percatarse de que Leonard no la seguía, iba a vomitar, se sentía ahogada, como si los pulmones estuvieran desgarrándose, le faltaba el aire, tenía la garganta seca, sentía granillos picosos en todo el cuerpo, la cara iba a explotar del cansancio, de la sed, pero no se detuvo hasta que cruzó la esquina por la que se había ido a entrometer. Corrió a la parada del autobús, y fue entonces cuando se suspendió, respirando, con la boca muy abierta, mientras recuperaba su frecuencia cardiaca.
Leonard no había ido tras ella.
Sin embargo, no podía con la idea de que esa situación no iba a mejorar nada en sus pesadillas, porque ahora tenía más miedo, incluso por encima de las razones por la que la había dejado ir.
Consiguió un taxi para volver a la residencia y no se dejó de sentir insegura hasta que llegó a su habitación. Tomó agua y se lanzó a la cama, con los brazos estirados mirando al techo, aun consiguiendo el aliento; y a pesar de que había luchado en mantener la mente en blanco —porque no quería idear nada que la fuese a perturbar por mucho tiempo más—, pensó en Leonard. Cerró los ojos, sin saber cómo llamar a lo que sentía en su pecho, era más que curiosidad. No había descubierto nada, sólo había terminado por agrandar las ansias del gusanito en su cabeza con más preguntas. ¿Por qué Leonard la había dejado ir? ¿Por qué no había dicho nada? ¿Era un cuerpo lo que llevaba en ese saco blanco? ¿De verdad era un asesino?
La noche fue peor, cuando en sus pesadillas, él también comenzó a estrangularla. Nada se había resuelto, todo había empeorado.
El día siguiente nevó. Se colocó gorro y bufanda además del abrigo. Mientras se vestía, recibió una llamada.
—Candy —susurró Nathaniel por el otro lado—. ¿Estás bien?
Ella sonrió, devastada, no había dormido ni un minuto después de la pesadilla.
—Sí —mintió, sonriendo como si él pudiese verla—. Me alegra oír tu voz.
Había hablado con Nathaniel varias noches en esas semanas, con más frecuencia. Pero no hablaron nunca sobre ellos, sino cosas superficiales, que los hacían sentir cómodos y alegres. Se gustaban y lo sabían, pero no habían coincidido en el tiempo de volver a encontrarse.
—Perdona la insistencia, pero te he llamado desde hace dos noches y no contestabas… Por eso decidí llamar ahora, sólo estaba muy preocupado, sólo necesitaba escuchar que estás bien.
Pudo no haber vuelto nunca, pero allí estaba.
—Estoy bien —volvió a mentir—. Lo siento, Nath. Tal vez pronto esté preparada para tener un celular, por ahora estoy bien así. Sólo he estado ocupada por la universidad, pero no me molesta que me llames, te lo diría si así fuera —dijo, y eso sí era cierto.