—No estoy aquí únicamente para enseñarles castellano, ni para que se zampen libros de Aristóteles y de esos pensadores arcaicos con mentalidades mandados a recoger. Estoy aquí para que ejerzan la Humanidad. La Humanidad no son los humanos. Recuerden todo lo que les he dicho: el humano destruye. La «Humanidad» es un principio. Es cierto que muchos animales atacan y tienen comportamientos violentos, pero un animal nunca hará una masacre brutal contra otro solo porque le ganó al posesionarse de una pata de antílope.
»Muchos animales carnívoros han protegido cervatillos con sus propias vidas; eso se llama «Humanidad». Humanidad es empatía, ayuda, desinterés, entrega, amor, es benevolencia… Es cierto que el dinero no va a desaparecer, pero educando a niños y jóvenes como ustedes, el uso y la mentalidad hacia el dinero puede mejorar en grande. Va a tardar años, siglos hasta milenios, o millones de años, pero desde ya hay que hacer un cambio.
—¿Y cómo haremos eso, profesora Verónica? —preguntó Santiago.
La maestra sonrió con picardía.
—Siendo buenos líderes que enseñen con principios DESDE YA. Así que no hay tiempo que perder. Cuanto más se tarde en actuar, más lejos se verán los cambios. Los padres de antes tenían una mentalidad soberbia y testaruda: «Estudia porque no tendrás dinero y ninguna buena mujer te va a querer», o en el caso contrario: «Mija, tienes que casarte con un hombre que tenga mucho dinero para que nunca te falte nada, aunque no lo ames». Esos eran los horribles valores de antes, pero ustedes son diferentes. ¡Ustedes son el ahora y el futuro! Quiero que salgan de aquí, y, en vez de intimidar, ayuden a los demás a ir por el buen camino, para que el mundo no se tuerza más de lo que ya está.
Verónica fue a su pupitre y se acabó el vaso de agua, dejó el recipiente en la mesa y se dirigió a su audiencia:
—Bueno, vayan a su descanso. Deben tener hambre, y si tienen hambre, sus cerebros no funcionarán para cambiar el mundo.
—Profe —dijo Nando levantando la mano. Verónica le dio la palabra y lo miró alzando las cejas—. ¿Podemos comer aquí mientras nos sigue enseñando?
—Mmm, no. Sean pacientes. Yo también tengo hambre. Soy un simple mortal como ustedes.
Los estudiantes se lamentaron. Los chicos se levantaron de sus pupitres, sostuvieron sus morrales y abandonaron el aula, mientras conversaban sobre lo aprendido en clase con la maestra Verónica.
Nando bajó la cabeza sentado en su pupitre. ¿Y ahora qué sería de él? Volvería a introducirse en su burbuja de música soundtrack del mundo de los videojuegos. Se puso los audífonos, cerró los ojos y su consciencia retornó al mundo del horror space. Estaba atrapado en un planeta a punto de ser destruido por una lluvia de meteoritos. La gravedad del sitio permitía que diera brincos más largos en su huida. Se suponía que su nave espacial estaba a quinientos metros y disminuyendo. Pensó que pronto estaría a salvo levitando alrededor de las estrellas, hasta que, a pocos metros de llegar a su vehículo, su fantasía se disolvió al sentir una mano en su hombro. Brincó sobre el asiento y vio a su nueva profesora sentada en una silla frente a él.
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Editado: 27.08.2024