Hermosa Sabiduría

Capítulo 7. Eres un guerrero

El chico la miró atónito y ella se tocó la oreja. Nando entendió, se retiró los audífonos de la cabeza y los guardó en su mochila.

—Nando Paternina.

—Diga, profe.

—¿Qué escuchas?

—Oh —exclamó Nando, sacó de su mochila los auriculares y se los puso en la cabeza a Verónica.

—¡Wao, es Super Metroid!, en el sector de Maridia underwater. Me encanta ese Metroid, pero nunca me lo pude pasar full —dijo emocionada la profesora.

—Yo tampoco; difícilmente completé el 94% —dijo Nando.

—De todos modos, es harto. Lo máximo que alcancé a completar fue el 84% —lamentó Verónica.

—Pues yo tuve que jugarlo veinte veces para llegar al 87%, y no creo que usted hubiera jugado esa cantidad.

—Es cierto. —Sonrió Verónica, se retiró los audífonos y los puso sobre la mesa.

Verónica le echó un vistazo a la mochila vieja y agujereada de Nando, por los huecos del tejido se veían sus libros viejos, rasgados y reutilizados por tres años consecutivos.

—Cuéntame, ¿cuántos años tienes? —dijo Verónica con expresión compasiva.

Nando bajó la cabeza, no le respondió con palabras, sino que le mostró la tarjeta de identidad que sacó de la billetera. La profesora detalló el documento y puso cara de tristeza.

—¿Por qué has repetido tantos años si eres bien pilas? En siete meses cumples dieciocho. ¿Qué te ha pasado?

Nando apretó el rostro y tembló por el llanto que quería emerger.

—Puedes desahogarte —dijo con dulzura la profe—. Estoy aquí para que mis estudiantes sean guerreros. Debes saber que las grandes personas de la historia tuvieron pasados tristes y grises. Aunque estés pasando por malos momentos, recuerda que aquí tienes a una profesora que quiere lo mejor para ti y para todos los jóvenes del mundo.

Las lágrimas emergieron de los ojos de Nando y afirmó con una venia.

—Es posible que estés recibiendo acoso en casa y, por lo que vi, también en el colegio, ¿o me equivoco?

Nando negó ante la pregunta y Verónica asintió con la cabeza.

—Bueno, Nando, yo no puedo hacerle frente a tus problemas, me despedirían y probablemente me meterían presa por tener acercamiento con un alumno. Pero quiero que tengas claro algo: tu destino depende únicamente de ti. Veo que tienes mucho sobrepeso…

Nando se cubrió la enorme barriga con los brazos, hundió la cabeza en los hombros y tembló.

—Tranquilo, yo también fui gorda y tuve muchos granos en la cara, incluso más que tú. Me decían pizza, lasaña, piña… No hubo nadie que me protegiera en el colegio y eso destrozó mi adolescencia. No era mentira cuando dije que quise suicidarme, es más, a mis veinte años lo intenté con fármacos, pero me ayudaron a tiempo.

Nando lloró, esta vez, por la profesora. Quiso abrazarla, pero sabía que estaba prohibido y la perjudicaría.

—Me gustaría volver el tiempo, poder encontrar a un buen amigo y escribir una nueva vida —dijo Verónica con voz melancólica—. También ir a fiestas, ir a la playa, a la piscina y al cine, tomar de la mano a un buen chico y tener un lindo primer beso.

Verónica espabiló, agitó la cabeza y compuso el semblante.

—Bueno, entonces mañana les hablaré del bulling y del cyber acoso. No puedo permitir que esa peste siga propagándose en mi aula de clases.

La profesora se levantó de la silla del frente y la ubicó entre el pupitre, tomó su cartera, y, antes de despedirse —entre el marco de la puerta— le dijo a Nando:

—El jabón de platos es excelente para quitar manchas y dejar la ropa perfumada. Tampoco te explotes los granos, te quedarán muchas cicatrices y serán irreversibles. También haz ejercicio y come bien, eso ayudará a tu cerebro, mejorará tu piel y fortalecerá tu desempeño en clases. También toma mucha agua sin falta. Y no comas chucherías, solo hazlo una vez por semana, pero no abuses mucho. Recuerda que eres poderoso, y, si luchas por algo, lo tendrás. ¿Quedó claro? —Le sonrió la profesora Verónica tiernamente.

—Sí, profe, muchas gracias. Fue la mejor clase de mi vida. Nos vemos mañana.

—Así será, campeón. Estudia y cuida tu salud, de esa forma nadie te detendrá.

—Sí, seño Verónica. —Nando secó sus lágrimas con la camiseta del uniforme, le sonrió a la profesora y agitó la mano.

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Créditos

© María Paula Rodríguez Gómez

2022 primera edición

2024 segunda edición

Seudónimo: María Rogosace

Derechos de autor: MINISTERIO DEL INTERIORDIRECCIÓN NACIONAL DE DERECHO DE AUTOR




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