Héroe de barro

Segunda parte

19 Febrero.

Me he encontrado a Myriam llorando. Quedamos en vernos en la parte trasera de su casa, junto al pequeño jardín que su padre cultiva con esmero cada amanecer; y allí estaba, sentada y encogida sobre sí misma, abrazándose con fuerza las piernas. Verla así me provocó una horrible punzada en el pecho.

Al parecer su prima, una hermana mayor para ella pues vive en su casa desde hace varios años, se ha marchado al frente. Según le dijo, las cosas estaban algo críticas, por lo que se alistó para prestar toda la ayuda que pudiera ya fuera con los heridos o para poner en práctica sus conocimientos en ingeniería, estudios que cursaba en la Universidad hasta hace no mucho.

Yo la conozco y sé que es una chica muy lista, válida para todo lo que se proponga. Sé que podrá hacer mucho bien. Obviamente, para Myriam y sus padres no son un consuelo cada una de sus aptitudes. No les importa lo que sea que pudiera o no hacer, solo les importa que esté a salvo. Es lógico, se ha criado con ellos. Es muy duro ver marchar a alguien que significa tanto para ti, más aún sabiendo que el lugar al que va es sinónimo de peligro y muerte.

De todo corazón espero que vuelva pronto y en perfecto estado. Esta maldita guerra ya se está cobrando demasiadas vidas y, por desgracia, a todos nos ha tocado de cerca. Sabemos que quien te dice hoy adiós es muy probable que jamás regrese, y eso es algo que exprime todo optimismo de tu ser. Es una angustia tan grande, que ni las palabras tienen alcance.

17 Marzo.

Cuando volvimos de la plaza, de sellar nuestros documentos, nos sorprendió encontrarnos con la puerta entreabierta. No sé qué pensamientos rondaron por la cabeza de mi madre, aunque imagino que fueron muy similares a los míos: sería algún ladrón. Siempre ha habido que cuidarse, pero en situaciones de tanto conflicto y escasez como la actual, el hurto se ha incrementado de forma alarmante, directamente proporcional a la manera en que ha decrecido el valor por la vida humana.

Escuchamos ruidos en la cocina. Quien quisiera que fuera desde luego no se cuidaba por no ser descubierto: era un escándalo. Anduvimos con enorme sigilo hacia el pasillo. Me resultó curioso comprobar que todo estaba tal cual lo dejamos; a simple vista no parecía que faltase nada. El sonido de platos y cubiertos no cesaba, volviendo a captar mi atención. Quise entrar primero, pero mamá me hizo a un lado de un tirón y se puso por delante de mí. Al llegar a la entrada se paró en seco y la escuché inspirar de forma sobrecogedora. Quedó estática y murmuró algo. Yo no alcanzaba a ver nada, ella lo impedía; mas, cuando la vi dejarse caer al suelo sobre las rodillas como un peso muerto y empezaba a llorar, algo en mi mente me hizo comprender el porqué.

Debía comprobarlo.

Pasé por su lado con cuidado y me adentré en la habitación. El tiempo se congeló de repente cuando mis ojos confirmaron lo que la razón me decía. No lo podía creer. Cerré los ojos y los froté con brío. Y al abrirlos de nuevo, al fin le vi.

Esta noche no encenderemos la bombilla del porche, ya no hará falta; ya no será necesario. Más de un año esperándole. Quince meses y diecisiete días exactamente. Si la alegría tuviera un nombre sería el nuestro, el de esta familia. Creía que los rezos eran solo un medio para lograr sentirte mejor; pero hoy he entendido que la fe sí que puede mover montañas. Papá ha vuelto, ha regresado a casa. En esto se traduce la esperanza.

14 Abril.

Mi madre siempre dice que me ve reflejado en él. Que mi aspecto y mis facciones son prácticamente exactas a las suyas cuando tenía mi edad. He visto fotografías y desde luego está en lo cierto, aunque mi padre parecía más fuerte que yo. Mas rudo, quizá. Para mí aquella comparación era un verdadero cumplido, un orgullo.

Pero ahora lo miro y no hallo ese parecido. Su rostro está envejecido, consumido y triste. Dedico mucho tiempo a observarle ya que trato de pasar la mayor parte del día con él; aunque casi siempre es en silencio, parece que oírme hablar le molesta. Es una sensación muy extraña, a veces hasta la calificaría de incómoda. Sobre todo cuando noto que me mira con fijeze, pero no de la forma en que solía hacerlo; no percibo cariño, percibo rechazo. Desagrado. Ahora parece escrutarme. Parece que intentase descubrir alguna cosa oculta y oscura en mí. Hace que me sienta así, como alguien en quien él ya no pueda confiar.

Ayer, sin pretenderlo, le escuché decir algo que me hizo daño. Oí susurros y me asomé a la puerta, que estaba encajada. Ahí estaba él, frente a mamá, frotándose las sienes como un loco. Parecía nervioso, desesperado, como si tratara de arrancar ese tormentoso pensamiento sin lograrlo.

—Es como cuando al mirarte al espejo solo ves el reflejo de lo malo que hay en ti —farfulló irritado— . Él es mi espejo.

Quise pensar que no se refería a mí, pero la lógica —y en especial el corazón— me hizo entender que probablemente así fuera. Esa especie de grito ahogado cargado de angustia que emitió mi madre, antes de llevarse las manos a la boca, lo corroboró.

30 Abril.

Mamá me ha pedido que tenga paciencia. Dice que tenemos que entender su cambio de actitud y darle tiempo. Yo lo intento, de veras que sí. He escuchado con atención las pocas palabras que ha pronunciado desde su vuelta; las brevísimas narraciones —con no demasiado sentido— que ha compartido con nosotros. Pero, aunque me esfuerzo por encontrar un atisbo de mi padre en él, soy incapaz. Solo veo a un desconocido.




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