1 Marzo.
Esta mañana he recibido una gran noticia y es la del nacimiento de mi hermana. Por suerte, no hubo complicaciones más allá de lo esperado y la placenta previa no fue un problema. El parto se ha adelantado un mes, pero ambas están sanas y salvas y completamente fuera de peligro. Quizá la pequeña ha nacido un poco baja de peso, pero nada que no pueda curar la leche materna. Se ve que tenía ganas de salir al mundo y conocer a su progenitora. No la culpo, pues los abrazos de mamá te hacen sentir a salvo y en paz. Algo que parece tan simple y nimio y que, sin embargo, es lo que más añoro.
Disfruta de mamá, pequeña, porque pronto tendrás que compartirla conmigo.
La fotografía que venía junto a la carta de Myriam es perfecta. Un sol radiante lo ilumina todo. Mi madre, la nueva y deseada inquilina, y nuestra casa tras ellas. Falta papá… Pero nos has dejado una buena herencia, un nuevo miembro en la familia. Estate tranquilo porque seré un padre para ella. Cuidaré de ambas, te lo prometo.Ha sido una gran alegría para compensar la tristeza que se palpa en este lugar. La retaguardia es el lugar más seguro dentro de la zona desplegada, aunque eso no nos asegura protección, solo brinda más posibilidades de no formar parte de las bajas de ese día. Cuando te toca, te toca. Solo nos queda rogar por tener siempre un día más. Los más neófitos hemos pasado la tarde recogiendo los enseres de los compañeros caídos en estos últimos días. Me avergüenza admitir que de la mayoría no me sabía ni el nombre y me destroza empezar a conocerles ahora. No sabía quiénes eran, pero sé que, a partir de este momento, siempre tendrán un hueco en mis pensamientos y también en mi corazón. Porque han caído por todos nosotros. Por defendernos. Para que todos, los de dentro y los de fuera, incluida mi preciosa hermanita, tengamos un futuro.
10 Marzo.
Hoy tenemos razones para celebrar la vida. Para dar gracias por estar aquí, por seguir respirando y por poder ver el amanecer un día más. Muchos más a partir de ahora. Porque lo hemos logrado, amigos míos. Porque cada lágrima derramada en compañía, camaradas, nos ha dado fuerza para seguir adelante.
Dicen que la guerra ha llegado a su fin y que la de mañana será la última misión de mi escuadrón. Una misión de ayuda humanitaria. Sin bombas, sin tiros, sin gritos…sin muertes. Me siento feliz, porque soy afortunado. Afortunado por tener una segunda oportunidad. Porque dentro de poco volveré a casa, a mi hogar. Nunca antes, ni siquiera la primera noche que pasé lejos de mi pueblo, lo había echado tanto de menos como cuando he sabido, con certeza, que el regreso era inminente. Que ya no son solo sueños, esos sueños que te atan a la realidad y te obligan a mantener la cordura. Esos sueños que te hacen seguir vivo, que te hacen elegir la vida tras plantearte la muerte como mejor opción. Antes creía que la muerte era la elección de los cobardes —de eso taché a mi padre sin contemplación alguna—, pero en estos meses me he dado cuenta del valor que hace falta para renunciar y apretar el gatillo.
He perdido la cuenta de las veces que me lo he llegado a plantear, de cuántas veces me he descubierto con la pistola en la sien; mas cuando parecía que había reunido el coraje necesario, el pulso comenzaba a temblarme de manera descontrolada. Ser consciente de que un solo movimiento, uno levísimo y rápido era lo único que me separaba del fin, conseguía el efecto contrario: me hacía aferrarme un poco más a la vida, desesperadamente.
Aunque esa voluntad era débil, voluble. Se quebraba cada vez que el olor a sangre y su intenso granate tintaban la tierra y contaminaban el aire. Ver lo que ves aquí, oír lo que oyes; en nada se parece a lo que recordaba de los bombardeos en la lejanía. Allí, si tenías suerte y no te tocaba a ti, podías irte a la cama. Pero aquí no, aquí cerrar los ojos más allá de un pestañeo puede suponer tu muerte y la de los tuyos.
Pero ya se acabó. Todo quedará en el recuerdo, uno que me acechará siempre. Mas no enturbiará mi gratitud y mi alegría. Porque ese deseo agridulce de imaginarme en mi hogar, con todos los que amo, a pesar de tenerlo por imposible hace unos días, hoy es una realidad.
De todo se saca algo positivo, incluso del sufrimiento. Gracias a mis buenos compañeros, mis amigos.
Mis hermanos. Gracias a vosotros, puedo volver a casa.
30 Marzo.
Parece que el destino haya reservado desde el principio esta última hoja para mí. La vida es cruel y caprichosa, hijo mío. Lo ha demostrado una vez más. Pero qué puedo decirte que tú ya no sepas. Has vivido lo que un niño jamás debería vivir. Has crecido demasiado rápido. Te han obligado a crecer demasiado rápido. Te han impuesto cargas para las que ni siquiera un hombre adulto estaría preparado. Y te han alejado de mí, de tu madre, arrancándote esa inocencia que aún debías mantener por algunos años más.
Mi niño.
Me dijiste adiós con una sonrisa en los labios para intentar aplacar el miedo, el tuyo y el mío. Pero te he llevado nueve meses en mi vientre, tesoro. Siempre he sabido cuándo llorabas, aun sin estar presente. Te envolví con mis brazos con más fuerza que nunca y noté cómo te estremecías. También yo lo hice. No sé si lo logré, no sé si mi abrazo pudo reconfortarte en lo más mínimo el día de tu marcha. Quise brindarte protección. Quise darte la seguridad que como madre debía proporcionarte, pero en el fondo sabía que era yo quien lo necesitaba. Te necesitaba más de lo que tú nunca me necesitaste a mí.
Y aún hoy te necesito.