–¿Cuánta gente dejaste sin familia?
–No lo sé
–¿Cuántos niños fueron víctimas?
–No quiero saber
–¿Te sientes responsable de tus actos?
–Para nada
–¿Te consideras un enfermo?
–…
Varias preguntas, algunas son más venenosas que otras que se llevan de la mano con tubos cuyo objetivo es transmitir una respuesta, era un día de lluvia que es muy común en este tipo de narraciones; la noche transmitía locura e ira de la gente que tiraba todo a su alcance botellas u otro objeto contundente a los oficiales que escoltaban a quien sería interrogado, una anciana de no más de 75 años logro romper las escolta para posarse en frente de él, le señalo y le dijo “Mataste a mi hija” un poco de risa en esta ciudad llena de caos, las botas de los oficiales se mojaban ya era demasiada lluvia, caían pequeños esferas congeladas y aun así la gente no parecía moverse de su sitio, la risa le gano mientras los escoltas avanzaban jalando a su actual rehén, la mujer seguía preguntando y los escoltas se acercaban a ella. Las cámaras lo mareaban y la luz de las máquinas de fotografía llenaban su retina de un constante blanco que pronto se satura con preguntas; la anciana que parecía llorar por impotencia, se acercó al protagonista para verle el rostro escupirle y decir la pregunta “¿Por qué mataste a mi hija?” no respondió más que con una acción violenta, una patada directa y contundente al rostro de la anciana, el pie del protagonista se introdujo en la boca y la nariz de la anciana que le reventó el rostro a la vieja, como si de un golpe reventaras un saco de harina; la anciana cayó al suelo y fue pateada en el rostro otras dos veces que volvieron su cara con arrugas más que un saco de sangre sin forma definida y el con un grito respondió “Lo haría una y otra vez” los policías no dudaron en reventar a golpes al joven protagonista de esta historia
Lo llevaron a una oficina que va de la avenida conocida como “El Prado” con una turba de gente que espera la ejecución publica de este sujeto, entraron a la oficina mientras la gente trata de ingresar a esta y se pegan a la puerta como moscas a la excremento, empujado y siendo insultado por otros reos dentro de ese lugar lo pusieron en un cuarto cuyo colores estaban siendo perdidos por el polvo, un agente entro a su lado con una carpeta y detrás que se supone debería ser su compañero con un baúl bastante grande por mencionar, el cuarto no tenía ventanas y si las había él no podría verlas la sangre le tapo parte de su mirada.
–¿Por qué lo hiciste? – pregunto el oficial, molesto y serio parecía estar, saco del baúl varias fotos de niños y niñas que desaparecieron a lo largo de varios años, el protagonista no respondió nada más que con gesto de sus manos que decían “no sé”
–No te pases de listo cojudo– Dijo el oficial acercándose al rehén, con un claro tono de querer matarlo, tenía el arma cargada y no era más que unos segundos que ejecutarlo, pero había órdenes superiores de que se debería crear un informe detallado de la psicología del sujeto eso el escucho cuando el colega del oficial que hacia las preguntas sacaba su revolver.
Muchos quisieran que sea una serie americana clásica sobre la mente de un psicópata, pero es diferente desde el mismo agente que no tiene camisa blanca y sudada que hace sobresalir sus maquiavélicos músculos sudados y dos armas en sus hombreras mientras su cabello finamente cortado de las sienes cae de ese azabache oscuro, su piel blanca y ojos relativamente lo hacen atractivo, el agente era lo contrario, olía a trago barato mezclado con jornada de coca tenia sobrepeso con sonrisa verde provocada por su hábito de mascar coca, un aliento de mierda que realmente merece esa definición, no sabe hablar correctamente castellano, moreno, enano, feo, pelón, hediondo, malnacido, hijo de puta… este es nuestro querido agente y su colega: fotocopia pero más joven y huevon.
–Responde oe…– dijo mientras quería saca de su bolsillo de la chamarra de color azul una bolsa verde grasosa y casi transparente que contiene coca, no exactamente la droga sino el manjar boliviano o del altiplano, se mete un puño de esa huevada y lo lleva a una de sus cachetes morenos y llenos de aceite de freír por el sudor.
–Responde pues, ¿Cómo empezó todo? –No quiso responder, el pingüino negro se acercó con esa voz imitando ser gruesa, pero era pesada, ridícula quería hacerse al malo y no le nacía el personaje, se acercó para ser intimidante a un par de centímetros de su rostro para reír poco.
–Apúrate cojudo– se apuró, pero a morderle la nariz fue como morder una masa gelatinosa, como un cartílago de pollo con su piel la sangre salió como cerveza derramada con espuma y otros líquidos aparte de la sangre, el oficial se sujetaba la boca y en ese momento hablo.