Médicos llegaron al lugar para evaluar el estado de Emilieth, quien, por suerte, no tenía ninguna herida. Los líderes fueron convocados, la mayoría sin entender lo sucedido. Uzeir fue el primero en llegar. Al caminar, se oía con claridad cómo sus piernas rechinaban, como si les faltara aceite. Sus ojos, que parecían dos linternas, contemplaban las piezas destruidas esparcidas en el lugar.
—¿Así que el guardia atacó a la hechicera? —su voz no combinaba con su apariencia totalmente metálica, pues lo único humano que quedaba de él era su cerebro y sus cuerdas vocales.
Emilieth asintió con la cabeza gacha. En ese momento, su padre la abrazó al ver que estaba bien y sin heridas. Aparte de eso, Marcus bostezaba detrás sin darle ninguna importancia. Uzeir exigió que llevaran el cuerpo del androide a la sala de reparaciones; quería investigar a fondo por qué su creación había fallado de tal manera. En el proceso, se percató de que sus guardias tenían agarrada por los cabellos a Zephyra, quien mordía sus labios para no gritar.
—Vaya, ¿qué tenemos aquí? —Miró sus manos, donde pudo ver que tenía cenizas en sus dedos—. ¿Usaste magia en mi reino?
Zephyra desvió la mirada hacia donde estaba su guía con su padre. Emilieth en ese momento pensó: «Quizás me nombre, al fin y al cabo nos protegimos mutuamente», pero no fue el caso.
—¿Y eso qué? —Zephyra confirmó las sospechas de Uzeir con una respuesta altanera.
Su calma fue afectada, y ordenó que la llevaran a un calabozo por tres días, sin agua, sin comida. Le pusieron esposas en sus manos y la llevaron rápidamente sin siquiera curar sus heridas. Emilieth no podía creer lo obstinada que era la hechicera; con solo nombrar que usó su magia para protegerla, la hubiera salvado. En ese momento quiso interrumpir, pero las palabras quedaron atrapadas en su garganta, sin poder salir.
Desde el otro lado del pasillo, se veía a Jylanor corriendo hacia Emilieth. Sin dudarlo, la abrazó, mirando con detalle que no tuviera ningún rasguño.
—¿Qué pasó? —un murmullo salió de sus labios, y con una sonrisa forzada saludó a su padre agitando su mano.
—La máquina se descontroló y atacó a Zephyra.
—Eso es imposible, es una creación perfecta del señor Uzeir...
—Ya ves, lo perfecto no existe —interrumpió Emilieth mirando de lado a lado—. Debes decirle a su hermano que su hermanita no podrá verlo por tres días.
Jylanor suspiró, evitando muecas en su rostro. Emilieth, al ver a su padre hablar con el padre de Jylanor, simplemente se despidió y se fue a su habitación, encerrándose en esas paredes frías. Con su puerta cerrada, se sentó en el suelo, mientras se destruía a sí misma en su mente.
«¿Por qué no hablé? ¿Por qué siempre me quedo callada en estas cosas?»
Se despeinaba su cabello, moviendo su pierna todo el tiempo. Miraba el techo, como si fuera a responder todas sus dudas. Tuvo que esperar un tiempo a que ningún ruido se escuchara en los pasillos. Cuando el silencio dominó el lugar, abrió su puerta y, sin dudarlo, se fue a los calabozos que estaban debajo del palacio de Norynes. Los guardias estaban allí, así que no tuvo otra opción que mentir.
—Buenas noches, espero que estén bien —empezó con un saludo cordial y desvió su mirada hacia donde estaba Zephyra encadenada—. Vengo a hablar con la hechicera, mi padre me mandó.
Los hombres se miraron entre ellos confundidos, pero sabían que si dudaban podían terminar en el mismo lugar que la hechicera. Accedieron y salieron del lugar, esperando a unos pasos de la puerta. Emilieth se aseguró de que estuvieran lo suficientemente lejos, abrió la puerta y entró. Zephyra estaba golpeada y con varios hematomas en su cuerpo; la habían torturado.
—¿Por qué no hablaste? ¿Por qué no dijiste que fue en defensa? Me hubieras nombrado siquiera —increpó Emilieth.
—¿Y deberte a ti? ¿A una Umbra? —A Zephyra le dolía hasta hablar, pero con la poca fuerza que le quedaba, se acercó moviendo sus cadenas, quedando frente a Emilieth—. Jamás.
—¡Qué ridículo, Zephyra! Prefieres ser torturada antes que...
—Sí, prefiero eso, fíjate —no la dejó terminar, estaba muy cerca de ella, tanto que sus respiraciones se escuchaban con claridad—. No sabes nada, Emilieth, eres una niña aún.
Al oírla, no pudo evitar reír en su cara; sacudía la cabeza, no podía creer el argumento con el que se defendía.
—Solo me ganas por cuatro años, ¿y ya te crees con la razón? Por lo menos tu hermano no desprecia a su guía por la edad como tú —con una sonrisa burlona, acariciaba un mechón plateado—. Tu hermano no le quitaba los ojos de encima a mi prometido.
Zephyra copió la misma actitud que ella. Una risa salió de sus comisuras, sin desviar sus ojos violetas de sus ojos negros, viendo cómo la seguridad de su guía se iba de su cuerpo, dejando en evidencia sus nervios.
—¿Estamos hablando de mi hermano? ¿El mismo que no cree en el amor a primera vista? —dijo, moviéndose cada vez más, dejando acorralada tras las rejas a Emilieth—. En cambio, yo soy lo contrario a él, yo sí lo creo.
Al ver que no podía moverse, sus manos comenzaron a sudar, al igual que la mayoría de su cuerpo. Sus mejillas rápidamente se volvieron de un color rojizo, y sus pupilas se dilataron al ver cómo tales ojos violetas la devoraban. Antes de que cometiera algún error, abrió la puerta y la cerró de golpe, viendo cómo a Zephyra no se le borraba tal sonrisa de su cara.
—Vaya, a las sombras le da miedo la oscuridad —Zephyra, con lentitud, fue hacia la pared para sentarse—. ¿Quién lo iba a pensar?
Emilieth apretaba los fierros, frunciendo el ceño. Sin dudarlo, llamó a los guardias, dando la señal de que ya había terminado. Su respiración se cortaba cada vez que subía un escalón para llegar rápidamente a su habitación.
«Mierda, esto no te lo perdonaré, chica cuervo». Su corazón latía tan fuerte, creyendo que en cualquier momento se podría desprender del pecho.