ALAN
—El vendaje es muy bueno para ser tu primera vez, Alancito, esto mantendrá mi mano inmovilizada y evitará más lesiones. Pero tu sonrisa no es porque hiciste un buen vendaje, ¿qué te pasa, bebé? —me cuestiona mi madre. Había llegado durante la madrugada a mi hogar y apenas si pude dormir de la emoción que sentía en el pecho. Agus abandonó la cita con mi hermano para declararme sus sentimientos, ella dio el primer paso y eso solo me llena de orgullo porque sé cuánto esto le habría costado cuando nos conocimos.
—¿Recuerdas a la chica que James engañó en la fiesta del sacrificio?
—Sabes que soy mala con los nombres, pero creo que se llamaba ¿Ashley? —responde con un tono de duda. Su rostro reflejaba que en verdad no se acordaba del nombre, pero sí de la chica de la que estábamos hablando.
—Su nombre es Agustina, Agustina Lemus y ella se me declaró en el aeropuerto —dije, aun sin poder creer en mis palabras. La chica más dulce se me declaró y no podía evitar sonreír como un tonto.
—Lemus. Ese apellido me suena de algo, en este momento no sé de dónde, pero eso no importa ahora. Mi pequeño hombrecito está enamorado —dice atrayéndome hacia ella con su brazo sano para poder abrazarme.
—Mamá, ya no soy un pequeño hombrecito, soy un hombre —me quejó, pero de todas formas le sigo el abrazo, quería animarla un poco. Mi madre es una cirujana, su día a día se basa en operarse a pacientes y ver a otros para ayudarlos a mejorar de sus dolencias. Y ahora que tenía que estar en casa descansando, se puso un poco triste, a pesar de tener muchos pasatiempos con la mano vendada, muchas cosas se le limitaban.
—Eres un hombre, uno que me llena de tanto orgullo y al cual amo con todo mi corazón —me contesta mi madre con su ya tan habitual asfixiante amor, el cual no me había dado cuenta de que extrañaba. —Me encantaría conocerla y hablar con ella, debe ser una chica encantadora si logro enamorar a mi bebé —dice soltándome de su abrazo.
—Te puedo enseñar una foto de ella, pero todavía no es momento para que la conozcan. No quiero acelerar las cosas mamá —admito con sinceridad. Había pensado tanto en negar mis sentimientos hacia Agus desde que nos conocimos que ahora que ella se me declaró no quería que nada arruinara mi oportunidad.
—Déjame verla —pide con alegría. Le enseño una foto en donde aparecemos los dos en el museo la noche de la exposición de Van Gogh. —Es preciosa, tiene una sonrisa muy contagiosa y aparenta ser una chica soñadora. Su mirada delata su inocencia, me resultan muy familiar sus rasgos y podría jurar que es igual a la sargenta Sokolov cuando era joven —comenta con agrado.
—¿Sargenta Sokolov? —indagó sorprendido por la mención del apellido de soltera de la mamá de Agus.
—Es una colega cirujana, se la llama sargenta Sokolov porque se cree la dueña de su área. Los internos la apodaron la sargenta y el jefe de neurología los escuchó y desde entonces es el apodo de ella. No es una colega muy querida por muchos, es un tanto especial y tampoco es santa de mi devoción. Pero Agustina tiene el mismo aire que Sokolov, aunque ni de lejos reflejan lo mismo con la mirada. La sargenta siempre demostró su ambición por crecer a costa de pisar la cabeza de sus compañeros y, aunque no es lo más ético, es lo que el hospital premia a la excelencia—. Dice analizando la foto con una sonrisa relajada. Solo que sus palabras me hicieron recordar cómo Agustina lloró por las palabras tan duras de su madre. Y cómo esta terminó discutiendo con su exmarido enfrente de mí por cómo trató a su hija.
—Mamá, Agus es hija de Raisa Sokolov cirujana de medicina general —confieso. La sonrisa de mi madre tiembla y, devolviéndome el celular, puedo ver la pena en sus ojos.
—Pobre chica, ahora recuerdo de dónde me suena su apellido. El divorcio de Raisa y Ezequiel fue muy sonado en el hospital, más aún cuando ella renunció a sus derechos como madre. Agustina era una niña muy tranquila, creo que la única vez que dio algo de trabajo a sus padres fue cuando ella se perdió en el hospital y tuvimos que poner un código rosa. Al final la encontró el jefe Cox en su oficina escondida bajo el escritorio comiendo chocolates. Raisa no demostraba ser tan afectuosa con su esposo en el hospital, pero con su hija era otra historia y nadie entendía por qué renunció a la custodia. Ni siquiera sus amigas más cercanas. Pero esto no tiene nada que ver en su relación, disfruten el momento y usen medios anticonceptivos por parte de ambos. Aún soy demasiado joven para que me llamen abuela —bromeó intentando distender el ambiente tenso que había quedado tras hablar de Raisa.
—Mamá, a estas alturas es más probable que seas abuela por parte de Jay que por mi lado —contestó a su broma. No quería tocar el tema de la sargenta, sentía que era algo muy íntimo de Agus y que hablar de eso sin ella era una violación a su privacidad.
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—La mano se ve muy bien Dakota, de todas formas tienes que seguir al pie de la letra los ejercicios de fisioterapia y por un tiempo mantenerte alejada de los quirófanos. Sé que es algo difícil, pero si quieres volver a pisar un quirófano tienes que seguir mis indicaciones —dice la doctora Smith.
—Lo tomaré como unas vacaciones. Es la única forma en que no pienso en los quirófanos y el trabajo —dice mi madre con una sonrisa. Las vendas aún no desaparecieron de su mano, pero no son tantas como al principio.
—Vendré a visitarte pronto, Fox me está volviendo loca y Banner tuvo un brote en plena cirugía de corazón abierto. Este hospital es un manicomio sin ti, Koko —comenta la doctora saludando con un beso en la mejilla a mi madre.
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Editado: 20.04.2025