—Nos vemos en dos semanas, Rubencio —le di un abrazo antes de subir al autobús que me llevaría al pueblo donde vivían mis tíos—. Farvel, kjære (Adiós, cariño) —le dije amistosa en noruego.
—¿Sabes noruego? —Alzó una ceja mientras aún me tenía entre sus brazos, su nariz se estaba tiñendo de rojo poco a poco, me pareció adorable.
—Un poco, sí. Solo lo básico —sonreí juguetona y me paré en puntillas para darle un beso en la nariz la cual ya había dejado de ascender en tanto al color, sentía el calor que emanaba de él y no me quería separar—. Vale, se me hace tarde. Te quiero —le besé en los labios y corrí con mi maleta al autobús.
Subí y me senté al lado de una ventana y me despedí una última vez de Rubén con las manos hasta que alguien se sentó junto a mí. Volteé y me asusté al ver a Kevin con cara de “todo me importa una mierda”, su piel blanca enrojecida por el frío y el ceño fruncido.
No supe si Kevin había estado en el mismo avión que Rubén y yo, pero si iba en el mismo autobús, era una posibilidad.
No me habló en todo el camino hasta que llegamos a la terminal de autobuses en Hauglandshella. Mi familia y la de él estaba esperándonos todos juntos cerca de donde bajaban los pasajeros, saludé con entusiasmo a mis tíos y abuelos, no los miraba desde que hice mi prueba de la universidad.
Mis padres llegarían hasta después de navidad, ya que los vuelos estaban saturados por las fiestas y ellos se encontraban en Málaga con mis abuelos paternos, así que esa fue mi primera navidad sin ellos.
—___, que gusto verte —dijo la madre de Kevin, quien hablaba español gracias a mis padres, quienes gustosos se habían ofrecido a enseñarle para poder comunicarse con fluidez con nosotros. Ella siempre fue muy cercana a nuestra familia.
—Igualmente, señora Halvorsen —respondí con amabilidad, ella no se había percatado de la actitud de su hijo, tenía la misma sonrisa de siempre; me acerqué a Kevin, él no me miró, solo ladeó la cabeza hacia la izquierda, tratando de perder la mirada en algún autobús—. ¿Sucede algo? —Él dio un respingo y me miró, con algo de dolor en sus ojos.
—Estás con el pringa’o ¿cierto? —Asentí y él resopló mientras subía la cabeza—. No quiero que estés con él. No puedes estar con él ______ —estaba enojado, y sentí un poco de miedo, no lo había visto así desde que lo rechacé.
—¿Aun estás enamorado de mí? —Até cabos en mi mente, y terminé llegando a esa conclusión. Kevin soltó una risa sarcástica y comenzó a asentir frenéticamente para luego tomarme por los hombros y pegarme a su cuerpo, dándome un abrazo muy apretado.
—Siempre te he amado, y no quiero ver que ese tipo te haga daño —poco a poco fui subiendo los brazos hasta que lo rodeé por completo, comprendí que Kevin a pesar de todos esos años, seguía siendo el dulce niño que se preocupaba por los demás, pasando por encima de él.
—Kevin, yo… Lo siento mucho —le miré a los ojos y noté que las lágrimas habían bajado por sus mejillas, algo se quebró dentro de mí al verlo así, sentí la necesidad de besarlo para poder cumplir, al menos, un pequeño deseo propio de él.
Una vibración proveniente de mi teléfono interrumpió el momento, era un mensaje de Rubén, una foto de él junto a su hermanita diciéndome que ya estaba en casa. Sonreí inconscientemente, Kevin miró curioso y luego se fue sin decir ninguna palabra.
Mi familia me dijo que ya nos iríamos y subí a la camioneta. No dije ninguna palabra en todo el viaje, que fue bastante largo gracias a que la estación estaba alejada de la casa. La casa de mis tíos estaba cerca del lago Ingersvatnet, un gran rancho en medio de la nada, y justo enfrente, la familia de Kevin.
Era así desde la época del feudalismo, esas tierras han ido pasando de generación en generación, y los señores feudales de aquellos años, les dieron tierras a muchos campesinos, y ahora sus descendientes viven allí, es común ver una casa por cada kilómetro cuadrado.