El día de la boda de Abby y Nathaniel, me sentía muy nerviosas ¿qué mierda hacen las madrinas? Nunca había sido madrina de una boda, además de que ya era la madrina de Hanna, ahora sería la madrina de la boda de los padres de Hanna.
Me vestí con un vestido ceñido al cuerpo color borgoña, uno muy sencillo, y esta vez, usé más maquillaje de lo que usaba habitualmente. Pasé todo el día preparando a Abby y a Hanna que casi no me quedó tiempo para mí.
Llegamos a la iglesia justo cuando todos se estaban sentando para comenzar la ceremonia. Divisé a Rubén entre la gente junto con Mangel y Alex, los tres con traje y bien peinados.
—_____, no estoy segura de hacer esto —eso era lo último que faltaba—, amo a Nathaniel y quiero que Hanna crezca en un ambiente con ambos padres presentes, pero ¿no hay necesidad de casarnos? ¿O sí?
—Amas a Nathaniel, él te ama a ti y te está esperando en el altar, ¡no lo puedes plantar en este momento! — Alcé la voz y todos voltearon a vernos, la música empezó y Abby se encogió como niño pequeño—. ¡Hostia, vas a arruinar el vestido! Mira, soy tu mejor amiga y la mejor amiga de Nathaniel, los conozco de toda la vida y sé que son el uno para el otro. Así que tranquilízate ¿sí? Ya vivís juntos desde hace años, no habrá ningún cambio después de esto.
—Tienes razón, gracias _____ —se levantó y caminó hasta la puerta de la iglesia, donde su padre la esperaba.
Dos pequeñas niñas —cuyos nombres ya no recuerdo— entraron con canastos de pétalos que esparcieron todo el camino hasta llegar frente al cura, luego de ellas, Abby sonrió como nunca al ver a su prometido sin sus anteojos y con un traje formal.
Yo entré detrás de ella con Hanna en brazos con cuidado de no botarla porque también llevaba una almohadita con los anillos que usarían por el resto de sus vidas —Ejem, esto es muy poético—, al pasar al lado de Rubén le sonreí y luego solté una risa ahogada por las caras de Alex y Mangel.
La ceremonia transcurrió con normalidad, y por suerte, nadie se opuso, al final, los recién casados se fueron a su luna de miel dejándome encargada de Hanna. Pero no había pensado como llevar a una pequeña de dos semanas en colectivo.
—Ahora solo somos tú y yo, Hanna. ¿Tienes alguna idea para no quedarme aquí contigo hasta que vuelvan tus padres? —La bebé me vio desde su silla con ojos brillantes, verdes igual a los de su madre.
—¿Te llevo a casa? —Rubén se sentó a mí lado.
—¿Y en qué nos llevarás? Porque ahora tengo una acompañante —él se inclinó un poco para ver a la bebé que ya se estaba quedando dormida, luego sonrió.
—Ya tengo auto, ¿sabes? Pero veo que no te importa ir en autobús —le sonreí sarcástica.
—Está bien, gracias —me levanté y limpié mi vestido por el polvo que pudo haber recogido del suelo, luego agarré la silla donde estaba Hanna y seguí a Rubén que ya iba en camino al estacionamiento—. De hecho no te lo dije antes, pero te ves muy bien de traje.
—A ti te queda muy bien ese vestido, pero se vería mejor en el suelo de una habitación ¿no crees? —Bajé la cabeza intentando ocultar mi sonrojo, los comentarios doble sentido se habían intensificado desde lo que había pasado en año nuevo.
Llegamos a casa, Rubén aparcó el coche fuera de la cochera de su casa, yo bajé a Hanna y me apresuré a entrar a la casa para acomodarla en la cuna que había comprado desde hacía un tiempo.
—Pasa, de todas maneras esta es como tu casa —le hablé a Rubén, me quité los tacones y los tiré al par de la mesita que siempre conservaba cerca de la entrada. Subí las escaleras con cuidado de no despertar a Hanna y luego la acomodé en el colchón.
—¿Cómo conseguiste una cuna? —Rubén se recostó en el marco de la puerta de mi habitación.